A finales de abril, Diariocrítico lanzó una exclusiva: que ETA, penetrada y cercada por la policía y acuciada por su base, la izquierda abertzale, que quería volver a jugar en política, iba a anunciar una tregua unilateral e indefinida como paso previo a una negociación con el Gobierno y a su gradual disolución. En ese documento se informaba de los pasos que ETA y el entorno batasuno iban a dar en los próximos meses. Desde el Ejecutivo se respondió con la descalificación: se dijo que esa ‘información’ no era más que un ‘juego floral’, un sinsentido. Vaya el desahogo por delante en forma de inciso.
Entrando en cuestión. La tregua de ETA no es, en realidad, una novedad, sino el epílogo de un final anunciado. Es lo que Fernando Jáuregui y yo mismo reflejamos en el libro “El Zapaterato. La negociación: el fin de ETA” publicado el pasado mes de mayo y en el que dimos cuenta de todos los procesos negociadores de los gobiernos españoles con la banda armada, haciendo especial hincapié, claro está, en las negociaciones 2004-2007 con el Gobierno de Zapatero y anunciando que nos encontrábamos ya en el ‘fin del final’ de una banda que cuenta con medio siglo de existencia.
ETA no está solamente acorralada, sino esencialmente infiltrada. Sólo así se
comprende que en sólo tres años –entre mayo de 2007, cuando se rompen las conversaciones con los emisarios de Zapatero, y mayo de 2010- hayan caído nada menos que seis ejecutivas terrorista. ¿Qué la Policía y la Guardia Civil son buenas? No cabe la menor duda. Pero que la cooperación antiterrorista internacional y que ETA está literalmente ‘trufada’ por los servicios de información, son dos datos más que relevantes a los que hay que añadir que los violentos cada vez cuentan con menos apoyos sociales e, incluso, con un cierto rechazo de su brazo político, el mundo batasuno.
Las claves de este proceso –avanzadas en exclusiva por Diariocrítico hace cuatro meses- son muy simples: ETA declara una tregua unilateral y guarda silencio; la izquierda abertzale pasa por la ventanilla del registro del Ministerio del Interior con un partido que condena la violencia y es, por tanto, legalizable; con esa formación se presenta a las próximas elecciones municipales y luego a las autonómicas vascas; en ese momento se abre la negociación para reforma el Estatuto de Gernika en los términos que se abordaron en las negociaciones de Loyola; ETA se va diluyendo como un azucarillo y los presos van siendo puestos en libertad o acercados al País Vasco... En definitiva, el final de ETA y el inicio de la defensa de unos principios por la vía exclusivamente democrática.
Ahora bien, ese final coincide con otro final: el del ‘Zapaterato’, entendido éste como una forma muy peculiar de abordar el poder. El final de ETA no va a ser, como creen algunos, el balón de oxígeno que va a salvar no a Zapatero, sino al ‘Zapaterato’, o, lo que es lo mismo, su peculiar visión de España y del uso del poder. Resulta realmente curioso que ambos finales, tan distintos el uno del otro, vayan a coincidir en el tiempo.
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