Hovik Keuchkerian. Anótese bien en su agenda este nombre e inclúyalo en el apartado de actores de primera. Hovik Keuchkerian, aunque no lo parezca con ese nombre y ese apellido, es español, pero nacido en Líbano, de padre armenio y madre española. Su castellano es tan perfecto como su árabe y, desde luego, mucho mejor que el mío y el suyo. Es un actor de los pies a la cabeza (conste que sobrepasa el 1,90 ), lleno de verdad, y capaz de trasladar al público todas las emociones, sinsabores, frustraciones, y sueños que vive el personaje al que está dando vida ahora en el Teatro Alfil de Madrid (Pez,10).
Un nombre que confieso que yo no conocía, que estuvo vinculado al deporte hace unos 20 años (primero como jugador de baloncesto y luego llegó a ser profesional del boxeo y hasta alcanzó el campeonato de España en los pesos pesados en 1993 y 1994) pero que ya está escribiendo con letras medidas, firmes y precisas su carrera como actor. Seguro que si Vd. ve la TV con cierta frecuencia, ya ha podido disfrutar de algunos de sus personajes: en la serie 'Hispania', como Sandro, el mejor amigo de Viriato (Roberto Enríquez). En la película 'Aracrán enamorado' o en la serie 'Isabel' (artificiero del ejército de Fernando el Católico).
Keuchkerian es Wahab en 'Un obús en el corazón', del escritor libanés Wadji Mouawad. Una pieza autobiográfica en la que el autor, durante hora y media, describe todo el sufrimiento interior que atraviesa un hombre, Wahab, al recibir una llamada telefónica de su hermano, confirmándole que su madre está en estado critico en la habitación de un hospital , con un cáncer terminal. A partir de ahí, Wahab rememora sus vivencias desde que era solo un adolescente de 14 años , en un país en conflicto y en donde, entre otros muchos horrores, vio como un hombre bomba hacía saltar por los aires un autobús lleno de escolares.
Estremecedor
Hovik Keuchkerian comienza el monólogo del único personaje de 'Un obús en el corazón' con una sencillez, una resignación, una profundidad y un dramatismo que encoge las entrañas del espectador. Sus primeras y entrecortadas palabras son estas: "Nunca se sabe como empieza una historia... Cuando empieza una historia y esa historia te pasa a ti... no se sabe... Tampoco cuando estás metido. No sabes como acabará Antes, antes,..." Y así durante hora y media, y adoptando en ese continuo e interminable monólogo la personalidad del Wahab de hoy, del Wahab niño y el Wahab adolescente, pero también la de todos los interlocutores a los que se va refiriendo en su historia: el conductor del autobús, un Papá Noel que se encuentra por la calle, su tía gorda -que no para de decir inconvenientes incluso con su hermana moribunda a su lado-, su madre, un señor al que le cuenta su historia, cuando se va de casa con 14 años y, finalmente, a la muerte.
Todo el equipo artístico y técnico de la compañía pone su conocimiento al servicio de la historia de 'Un obús en el corazón', comenzando por la dirección de Santiago Sánchez, y continuando con la escenografía austera de Dino Ibáñez (apenas un sofá que luego se convierte en cama, y una silla) el también sobrio vestuario de Elena Sánchez Canales, la luz precisa (azules, naranjas y rojas) en cada momento para intensificar la sensación frío, calor, abandono,horror...., de Rafael Mojas y el diseño de sonido de José Luis Álvarez.
Mouawad, el autor de 'Un obús en el corazón' ha sabido rescatar en un texto tan bello como conmovedor al hombre, al niño y al poeta que lleva dentro y Hovik Keuchkerian lo ha interpretado de dentro afuera. Cada gesto, cada palabra, cada silencio y cada movimiento le salen del alma. No es extraño que al terminar la función, después de bajar del escenario por las mismas cuatro escalerillas que subió al principio, y tomar el camino de la puerta de salida del teatro, la música evocadora que sigue sonando mientras las luces van poco a poco atenuándose, dejen encogidos a todos los espectadores que aún permanecen 20, 30 o 40 segundos escuchando esa tristísima melodía de piano, sin atreverse a romper ese momento mágico con aplauso alguno. Al final, y a modo de catarsis, los más de 150 espectadores que llenaron la sala Alfil irrumpieron en aplausos , con la lágrima contenida por haber podido asistir tan de cerca a un momento exquisito, genial, soberbio de vida, de teatro, gracias a este hombre que nunca olvidaré: Hovik Keuchkerian.
Por cierto, y como punto final de lo que pudimos vivir en el Alfil (si acude Vd., no olvide llevar ropa de abrigo, casi de montaña, porque el teatro parece un frigorífico) podrá saludar personalmente al actor que, una vez terminada la función, estará en la puerta de salida agradeciendo a todos y cada uno de los espectadores haber elegido esa obra para acudir al teatro. Nunca antes lo había visto y le aseguro que son ya más de 40 los años que llevo acudiendo al teatro. También por este gesto me quito el sombrero ante un magnífico, un extraordinario actor que, además, y con gestos como este, demuestra que es también un gran hombre.