El solo hecho de que Lucía Carballal, la creadora de La fortaleza, vuelva su mirada sobre el núcleo familiar es ya, de por sí, noticia en estos tiempos de individualismo exacerbado. No está de moda analizar y reflexionar sobre un hecho que nos afecta a todos y sobre el que conviene volver, aunque sea para estigmatizarlo, y ese no es exactamente el caso de ‘Los nuestros’, un nuevo montaje que escribe y dirige Lucía y que puede verse durante estos días en el Teatro Valle-Inclán de Madrid.
Una familia sefardí oriunda de Tánger (la de la difunta Dinorah), y residente en España se reúne durante siete días consecutivos tras la muerte de uno de sus miembros. Hay que cumplir con la tradición judía, el Avelut o duelo judío en el que los parientes más cercanos al difunto se apartan del mundo durante siete días. Allí habrá evocaciones, recuerdos, balances de vida, confidencias, descubrimientos y proyectos. Pero hay mucho tiempo -demasiado incluso-, para que no vuelvan a salir también las rencillas, el dolor, las frustraciones, los miedos y las manías. Nada nuevo bajo el sol pero que, vividos así, durante una semana entera, aún se hacen más patentes.
En la casa familiar están Reina (Mona Martínez), la hija mayor de Dinorah; su hijo Pablo (Miki Esparbé), dramaturgo que no llega a alcanzar el éxito buscado, con su pareja Marina (Ana Polvorosa); Esther (Manuela Paso), hermana de Reina, su nuevo novio Mauro (Gon Ramos), y sus dos hijos (los interpretan alternativamente Alba Fernández Vargas / Vera Fernández Vargas y Asier Heras Toledano / Sergio Marañón Raigal); y Tamar (Marina Fantini), una prima lejana y prácticamente desconocida cuyo primer propósito es abrirse un hueco en ese núcleo familiar que le resulta lejano. Todos ellos, en medio del dolor de la pérdida de la difunta Dinorah, comparten esos recuerdos que los vinculan a ella y, al mismo tiempo, sacan a la luz los miedos inmediatos a los que habrán de enfrentarse tras esos siete días de encierro voluntario. A Pablo y Marina les asusta el hecho de enfrentarse a su paternidad; y a todos los adultos buscar ese punto de equilibrio con la familia que supone encontrar el lugar justo para no romper con ella, pero tampoco estar constantemente ligado.
Para Carballal esta familia sefardí es una especie de catalizador necesario para que los hombres y mujeres de nuestros días, y en especial las jóvenes generaciones, puedan “volver a pensar qué significa pertenecer, qué significa emprender un camino propio”. Y la función, durante poco menos de dos horas, discurre por el camino de la duda, el diálogo muchas veces imposible entre los familiares y el recurso a la tradición y a los recuerdos, y a la incertidumbre que inevitablemente arrastra el futuro.
Un tótem (una especie de altar contemporáneo en realidad), preside el escenario del Valle-Inclán y en torno a él, y a tres bandas, están dispuestos los espectadores que acuden a ‘Los nuestros’. Lo ha diseñado Pablo Chaves Maza y en él, como si de una especie de bazar oriental o almacén de lo imposible se tratase, hay alfombras, lámparas, vajillas y sillas, así como un viejo retrato en blanco y negro situado sobre un caballete de Dinorah, la fallecida. El suelo, de un blanco cegador, y ese tótem los ilumina Pilar Valdelvira; a los personajes los viste Sandra Espinosa; Irene Novoa firma la composición musical y el trabajo como coach vocal; Benigno Moreno es el responsable del diseño de sonido; Belén Martí Lluch dibuja la coreografía y asesora sobre el movimiento de los personajes, y Eva Chocrón es la experta en la historia y tradiciones sefarditas.
Carballal ya enfrentaba a los personajes de La fortaleza a asuntos tan esenciales como la memoria, la herencia y las ausencias, y ahora vuelve, básicamente y aunque considerado desde una perspectiva muy distinta, sobre esas mismas preocupaciones. Si todo esto ayuda a que el público se plantee también que todos somos hijos de nuestra historia (política y social sí, pero familiar y personal también), ‘Los nuestros han cumplido con creces.
‘Los nuestros’
Texto y dirección Lucía Carballal Reparto: Miki Esparbé (Pablo), Marina Fantini (Tamar), Mona Martínez (Reina), Manuela Paso (Esther), Ana Polvorosa (Marina), Gon Ramos (Mauro), Alba Fernández Vargas / Vera Fernández Vargas (Niña) y Asier Heras Toledano / Sergio Marañón Raigal (Niño) Diseño de escenografía: Pablo Chaves Maza AAPEE Diseño de iluminación: Pilar Valdelvira AAI Diseño de vestuario: Sandra Espinosa Composición musical y coach vocal: Irene Novoa Diseño de sonido: Benigno Moreno Coreografía y asesoría de movimiento: Belén Martí Lluch Asesoría sefardí: Eva Chocrón Ayudante de dirección: Javier L. Patiño Ayudante de escenografía: Amalia Elorza Izaguirre Ayudante de iluminación: Marina Cabrero Ayudante de vestuario: Igone Teso AAPEE Diseño cartel: Emilio Lorente Tráiler y fotografía: Bárbara Sánchez Palomero Realización de escenografía: May Servicios, Ricardo Vergne, Scnik Movil y Fermisa Producción: Centro Dramático Nacional y Teatre Nacional de Catalunya Agradecimientos: Madres y padres de Asier, Alba, Vera y Sergio; escuela de baile Mambo Swing, Iñaki Cobos, Beatriz Gago, Alba Trueba, Mesala Films, Victoria Luengo, Natalia Huarte, Lola Luengo, Raquel Alarcón. Gracias a Ale y Katy y a toda la familia Sabá; Reina, Joan, familia Chocrón y a todas las personas que, con sus relatos, contribuyeron a la escritura de esta obra Teatro Valle-Inclán, Madrid Hasta el 6 de abril de 2025
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)