Aunque Constantino Mediavilla ha hecho de todo en el periodismo, y siempre con éxito, él se consideraba un periodista radiofónico y quienes le conocían lo definían como un radiofonista de raza que dedicó su vida a la información de Madrid.
Desde su infancia, Mediavilla deseaba trabajar en la radio, un sueño que hizo realidad siendo solo un estudiante, cuando pasó por Gran Vía 32, sede de la Cadena Ser, donde había unas pruebas para 40 Principales, y su voz aguardentosa le abrió el camino a trabajar en la radiofórmula. Se aproximó entonces al oficio a través de un doble aprendizaje, compaginando durante un tiempo el estudio de dos carreras en la Universidad Complutense de Madrid, Psicología y Ciencias de la Información, con el ejercicio en el propio medio para familiarizarse con todas sus particularidades.
Admitía que, por aquel entonces, tenía más ganas que talento y estaba dispuesto a comerse el mundo, “gracias a eso puedes sobrevivir”, confesaba en una entrevista en Espacios de Educación Superior. Había días que dormía incluso en el coche, “un Ford Fiesta de cuarta mano”, aparcado en una calle que daba a la Gran Vía. Después de tomar un bocadillo, dormitaba unas horas antes de entrar a su turno, que iba de las once y media de la noche a las seis de la mañana.
Sus referentes en la radio fueron, en el ámbito musical, Ángel Álvarez con su ‘Vuelo 605’, que escuchaba todas las noches, y en el plano informativo, Iñaki Gabilondo, con quien amanecía y a quien admiraba porque “tenía la capacidad todos los días de sorprenderme, de contar las cosas con una naturalidad pasmosa y con un gran conocimiento”
Aquel joven locutor y redactor experimentó la “bocanada de aire fresco” que supuso la radio en aquellos años de la Transición al inicio de los años 80. Vivió de cerca el nacimiento de Radio Minuto-Cadena 16, formada por el Grupo 16 y Prisa, donde apostaron por el binomio ‘música e información’, de modo que trasladó la dinámica de los 40 Principales a una radio generalista con una fórmula de alternancia de disco y noticia.
Primero en Radio Minuto y luego en Radio 16, una emisora con una temática centrada en Madrid ubicada en plena Gran Vía, Constantino Mediavilla aprendió a jugar con la palabra y las canciones, a combinar la música con la información. “Al mismo tiempo tuvimos que aprender a callarnos” en una época socialmente convulsa, en la que las calles vivían manifestaciones prácticamente diarias, por la libertad, la amnistía o los estatutos de autonomía. Ese aprendizaje dejó poso en él y desde entonces en cada uno de sus programas siguió incluyendo música e información.
Convencido de la importancia de la especialización en periodismo, escogió la información local porque le gustaba Madrid y porque a los ciudadanos les interesa siempre lo más cercano, “lo que pasa al lado de casa, el tiempo que va a hacer, cómo está el tráfico, cosas del día a día, del manejo de la cesta de la compra”. Consideraba que esa información se estaba perdiendo, porque no encontraba cabida en las grandes cadenas y había que cubrir una necesidad.
De aquellos primeros años, cuando la tecnología estaba a años luz de la que hoy conocemos y el teléfono móvil era un artículo de lujo, rememoraba los escasos recursos de que disponían y cómo aprendió a buscarse la vida para no quedarse “colgado”. Entre las coberturas que no olvidaría figura el incendio de Almacenes Arias en 1987. “Lo hice pegado a la cabina de la Plaza del Carmen y allí no se acercaba nadie, estaba yo como un auténtico rottweiler, porque era mi único punto de contacto con Radio 16, con la Cadena”, relataba.
Llegó a dirigir Radio 16, donde además condujo entre 1989 y 1992 la tertulia ‘El Brasero’. Fue este espacio el que le dio un impulso definitivo en el ámbito de la información radiofónica madrileña y le convirtió en un pionero de las tertulias matutinas, un género que con el tiempo se fue consolidado en todas las emisoras. No faltaron en esos programas los principales actores políticos del momento, como Alberto Ruiz Galardón, Juan Barranco y Joaquín Leguina.
El modelo de ‘El Brasero’ lo aplicó años más tarde en Onda Madrid bajo el nombre de ‘La Chimenea’ y con él forjó una vinculación duradera y fecunda con la Radio Televisión autonómica. Allí llego a responsabilizarse de sus magazines radiofónicos de la mañana entre 1995 y 1998 y coordinó, después, todo el producto de antena de esta emisora entre los años 1996 y 1998.
Su presencia posterior en la radio siempre estuvo asociada a la marca Com.Permiso, nombre con el que bautizó sus colaboraciones en otras emisoras de radio como Onda Cero, y el espacio en el que moderaba tertulias y realizaba entrevistas políticas dentro del programa Madrid Directode Onda Madrid, dirigido y presentado por Nieves Herrero, por donde pasaron los representantes esenciales de la política regional y municipal, así como de la vida social madrileña.
Concebía como algo fundamental a la hora de ejercer el oficio de contador de historias la escucha activa en la conversación con el entrevistado “para poder ir hilvanando lo que te está contando y dar puntada, con hilo o sin él”.
A finales de los 80 pasó “al otro lado de la trinchera informativa” y durante casi dos años trabajó en el Gabinete de Radio del Ayuntamiento de Madrid con Enrique Tierno Galván como alcalde, de quien aprendió “la serenidad y el sosiego”.
Después volvió al otro lado y se enganchó definitivamente “a la droga de la información de Madrid”, que ya nunca abandonaría hasta su fallecimiento.