Resulta fascinante recordar los tantos debates teológicos que los doctos de la Santa Madre Iglesia han mantenido sobre asuntos aparentemente nimios y baladíes, al menos en la consideración de ateos, agnósticos y descreídos en general. Probablemente, el más pícaro y chusco fue el que durante siglos hizo correr ríos argumentales sobre la ascensión o no a los cielos del Santo Prepucio de Jesucristo circuncidado y los violentos debates sobre la real autenticidad de la barahúnda de pequeños pedazos de esa piel que cubre el glande del pene, depositados en abadías, iglesias y catedrales de media Europa, a partir del supuesto momento en el que la matrona de la Virgen María lo guardara en una jarra de alabastro llena de conservantes y aromáticos nardos, para entregárselo a su hijo, perfumista de profesión, haciéndole prometer que no lo vendería a nadie aunque le ofrecieran trescientos denarios. Y tal cumplió, dándoselo de balde a Juan el Bautista para que este, a su vez, lo pusiera en manos de María de Magdala o Magdalena. Todo ello chocaba con la evidencia de que, desde la noche de los tiempos, los judíos lo enterraban de manera solemne, pero nada pudo evitar que el fervor popular se concentrara en aquellos santos lugares, hasta el Papa León XIII, harto ya de trifulcas evanescentes, prohibiera su culto por un decreto de 1900.
Con todo, mi verdadera pasión, personal y pesquisitorial, es la teológicamente centrada en lo nutricio y manducario, con el chocolate a la cabeza, una bebida en la que los monjes hispanos, tras su llegada de América y añadido azucarado, encontraron pronto un eficaz lenitivo para hacer frente a los rigurosos ayunos a los que les sometían sus reglas. La cuestión teológica sobre el ayuno cuaresmal, fue inmediatamente abordada, aunque de manera muy genérica y laxa, por el Papa Paulo V, quien, tras probarlo, afirmó: “Liquidum non frangit jejunum/ El líquido no rompe el ayuno”.
Pero muy pronto, en 1636, el historiador y jurista Antonio León Pinelo, probablemente vallisoletano, pero desde su infancia afincado en América, publicó una obra con el título Questión moral si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico: trátase de otras bebidas y confecciones que se usan en varias provincias. Pocos después, en 1642, el toledano Padre Tomás Hurtado dio a la imprenta una obra bajo el título Si el chocolate quebranta el ayuno de la Iglesia, en la que negaba la mayor, especificando que eso siempre que se tome poco espeso y sin añadidos de huevos o leche. O sea, sin nutrimiento significativo.
La cuestión no quedaría definitivamente zanjada hasta 1662, cuando el cardenal italiano Francesco Maria Brancaccio, además de recoger el argumental papal y la exigencia ovoláctea de Hurtado, añadió consideraciones apoyadas en la incontestable autoridad teológica del gordo predicador de Roccasecca, Santo Tomás de Aquino.
Lo que ahora nos trae por nuevas veredas doctrinales es la lectura de un fascinante opúsculo, que el médico, filósofo preilustrado madrileño Martín Martínez terminó de escribir el 4 de mayo de 1723, Discurso físico sobre si las Vivoras deben reputarse por carne o pescado en el sentido en que nuestra madre la Iglesia nos veda las carnes en días de abstinencia, donde daba respuesta a una consulta de los Reverendos Padres Cartujanos, sobre la posibilidad de: “… usar las Vivoras a lo menos como medicamento, lo cual en caso de reputase por carne, les sería vedado en días de abstinencia”.
Autor entre otras joyas bibliográficas, de Noches anatómicas, o Anatomía compendiosa, publicada en 1716, y Anatomía completa del hombre, con todos los hallazgos, nuevas doctrinas y observaciones raras hasta el tiempo presente y muchas advertencias necesarias en cirugía, de 1728, este gran renovador de la medicina de su tiempo, Presidente del Real Protomedicato y Médico de Cámara del rey Felipe V, el primero de la dinastía borbónica española, realiza un extenso y sesudo razonamiento, que, apoyándose en el médico, cirujano y filósofo griego Galeno, el naturalista romano Plinio el Viejo, el teólogo gaditano Pedro de Lepe y Dorantes, y el doctísimo doctrinal y teólogo moral siciliano Thomas Tamburino, concluye en que las víboras y demás serpientes campesinas, aún sin ser pescado, tienen poco nutrimiento y alargan la vida. Así, concluye que: “… pueden usarse en días de abstinencia, porque tampoco es carne, y el precepto de la Iglesia es negativo”, para terminar diciendo que: “… los Reverendos Padres Cartujos pueden usar las Vivoras, sin contravenir a su inviolable costumbre, salvo aliorum iudicio”. Elegante epílogo que evoca lo escrito por Marco Tulio Cicerón en referencia al juicio o parecer de otros y que hoy equivaldría a someter su opinión a otras mejor fundadas. Como añadido gastro, hay que señalar que el citado Tamburino, comparando los ofidios terrestres con la anguila, nunca prohibida en días de estricta abstinencia por la Iglesia, escribe que: “… la Anguila se deleita mas con agua, y la Vivora con vino, y a falta de èl recurre a la uva, que es su mas regalado alimento”.
En esto estábamos cuando el pasado mes de marzo la revista Scientific Reports publicó un estudio científico realizado en la australiana Macquarie University, y dirigido por el mundialmente conocido herpetólogo Daniel Natusch. Revela el trabajo que las serpientes utilizadas en la investigación, básicamente pitones reticuladas y birmanas, criadas en granjas de Tailandia y Vietnam, manifiestan características sorprendentes que las hacen ideales para la sostenibilidad a la que aboca la rapidez con la que avanza el cambio climático, ya que pueden pasar hasta un año sin comer y, además, esto es sustancial, son ricas en proteínas de alto valor biológico. También avanza la investigación que, ante el progresivo agotamiento de los caladeros de pesca, las bichas pueden venir al rescate de la humana famélica legión. Por otra parte, y volviendo a lo teologal, dos años antes, en febrero de 2022, la United States Conference of Catholic Bishops/ Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (USBC), había emitido un comunicado en el que se dice que las serpientes pueden ser un alimento adecuado para reemplazar el tradicional pescado en las comidas de los vienes de Cuaresma.
Queda aún por dirimir sobre la palatabilidad del producto y aquí debo recurrir a mi personal experiencia en platillos australianos de serpiente, que haberlos haylos bastantes. A mi entender, salvo aliorum iudicio, que no voy a ser menos en esto que Martín Martínez, la quintaesencia de su mucha gracia está en las salsas que acompañan al ofidio, y en ello bien podríamos recurrir a la fórmula valenciana del all i pebre, a base de sal, ajo, pimentón, guindilla, perejil, almendras fritas o piñones tostados, y si cuadra, chorrito de brandy o toque de canela.
Así que sabrosas y saludables, que, como
Nicolas Cage en
Leaving Las Vegas: “… si miras con atención a una ambulancia, hay dos serpientes a un lado”.