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Las madres de Gorki y Ardone

jueves 26 de diciembre de 2024, 09:22h
Maxin Gorki y 'La madre'
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Maxin Gorki y 'La madre'

"No conozco personaje más limpio que una madre, ni corazón con más capacidad de amar que el corazón de una madre". En esta frase resume Alekséi Maksímovich Peshkov, quien pasaría a la historia de la literatura bajo el pseudónimo de Máximo Gorki, el trasunto de una de sus obras más conocidas, La madre, en el que escoge a un mujer, sórdida, apalizada y embrutecida, para elevarla a modelo épico de deidad laica. Curiosamente, consideran los expertos y así lo sostiene el escritor y diplomático portugués Marcello Duarte Mathias, que esta novela universal se terminó de escribir en la isla de Capri, frente a Nápoles, donde ha nacido y vive Viola Ardone, autora de otra epopeya, El tren de los niños, a juicio de quien esto escribe con claros paralelismos con la de Gorki, junto a ecos de conmovedora y brutal genialidad. En caso es que en solo cuatro años de vida, ya que fue publicada en 2020, El tren de los niños ya ha sido traducida a treinta y tantos idiomas. Todo apunta pues a que lleva camino de convertirse en otra pieza cumbre de la literatura de todos los tiempos y a ello contribuirá seguramente la bellísima película que dirigida y coguionizada por la cineasta romana Cristina Comencini, que, con el mismo título de la novela y un escrupuloso respeto al relato, se ha estrenado recientemente en la plataforma Netflix.

Viola Ardone y 'El tren de los niños'

La madre de Gorki arranca con la muerte del obrero metalúrgico Mijaíl Vlásov, que durante muchos años ha maltratado de manera salvaje a su esposa Pelagia Nílovna Vlásova, “una vieja de cuarenta años”, ignorante y resignada a la brutalidades del régimen semifeudal zarista, a la del trabajo doméstico y a la del entorno familiar, y cuyo espíritu, como ella misma confiesa, ya está: “… claveteado como una vieja casa condenada al derribo”. Liberada al fin de las vejaciones de su marido, Pelagia se concentra de lleno en su hijo Pável Vlásov, igualmente trabajador del metal como su padre. Tipo huraño y escasamente comunicativo, que a los ojos de su madre empieza a tener unas actitudes y a desarrollar unas actividades que le extrañan y preocupan.

En realidad, La madre, se basa en unos hechos y personajes reales, porque Pelagia está directamente inspirada en la campesina Anna Kirílovna Zalómova, madre de Piotr Zalómov, que fue arrestado y posteriormente deportado a Siberia por la policía zarista tras la primera manifestación obrera del primero de mayo, celebrada en la localidad de Sórmovo, pequeño enclave en la región u óblast de Ivánovo.

Con el trascurso de los acontecimientos y la cada vez más clara implicación político-social de su hijo y de los amigos de este, la protagonista de Gorki, poco a poco y sin comprender muy bien a donde le lleva su nuevo camino, deja de ser una paria social, un animalillo amedrentado y un ser anodinamente resignado, para convertirse en una decidida y valerosa combatiente por la libertad y en un sujeto activo de la Historia.

Cartel de 'El tren de los niños'Es alguien en cierto modo muy próximo a Antonietta Speranza, madre de Amerigo Speranza, un niño de casi ocho años que es el narrador de la peripecia de El tren de los niños, tanto en el libro como en la cinta cinematográfica.

Volvemos a encontrarnos a un mujer baqueteada por la vida, con una pareja lejana, nunca sabremos si real o imaginada, con quien tuvo un hijo que falleció por problemas pulmonares y después a Amerigo, aunque esto parece refutarse en el final de la novela. De una forma u otra parece que el fantasma partió hacia América, tierra de promisión desde la que Antonietta está segura, al menos es lo que reiteradamente le dice a su hijo, que un día volverá para sacarlos de su ominoso oprobio existencial. Entretanto, y en el Nápoles de 1946, completamente devastado y herido por la guerra, sobrevive infrahumanamente, colaborando con un avispado estraperlista, “el Agallas”, que además de utilizarla para guardar el café debajo de su cama, usa el lecho de la desgraciada para satisfacer su ordenada concupiscencia católica.

Y de pronto, ante sus ojos surge una luz de esperanza enmarcada en un proyecto de solidaridad y fraternidad. Como Gorki hace en La madre, Ardone utiliza una historia real como armazón de su historia. Se trata del plan elaborado por el Partido Comunista Italiano, PCI, para trasladar a los niños del sur, desorientado y hambriento, a familias de camaradas del norte, para que durante una temporada puedan alimentarlos, vestirlos y educarlos dignamente. Así, les ofrecen una oportunidad y a la vez liberan a sus familias de una onerosa carga durante un tiempo. El proyecto real del PCI incluyó a unos setenta mil niños y niñas entre 1946 y 1952.

Los llamados “trenes de la felicidad” fueron un éxito extraordinario, y sin duda salvaron la vida y la dignidad de miles de pequeños, pero tuvieron que enfrentarse a la decidida oposición de curas de barrio, monjas ultramontanas y beatas nostálgicas del rey Umberto II. Grupos que, dirigidos desde el Vaticano, intentaron torpedear la iniciativa difundiendo con cierto éxito la idea de que los niños irían directamente a la Unión Soviética, donde les cortarían las manos y sacrificarían en hornos. Algún sector de la crítica ha objetado que tanto Ardone como Comencini pasan sobre el asunto casi de puntillas, sin resaltar la férrea oposición católica a un proyecto tan humano y cristiano.

Absoluto desacuerdo por mi parte, porque, para explicar a fondo el asunto, habría que contar que, en aquellos días, el Vaticano se hallaba inmerso en el pormenorizado diseño anticomunista de las “rat lines” o “líneas de ratas” por las que cerca de ciento veinte mil nazis, con las manos a rebosar de ignominias, torturas y sangre, consiguieron escapar de la justicia hacia varios países iberoamericanos. Y, claro, eso, como diría Rudyard Kipling es otra historia, que, por añadidura y como poco, requeriría rodajes en los monasterios tiroleses de la Orden Teutónica de Merano, en el capuchino cercano a Bresanona y en el franciscano de Bolzano, donde la autoridad incontestable del Papa Pío XII, les proporcionaba a aquellos miles de monstruos una carta canjeable por un pasaporte del Comité Internacional de la Cruz Roja, con la que podían llegar sin problemas al puerto de Génova, para cruzar el Atlántico. Además, Viola Ardone tampoco es piadosa con los héroes comunistas, que aún sostenidos por un espíritu de solidaridad y fraternidad que en pocas ocasiones conocieron los siglos, en aquel mismo tiempo se comportaron como unos obcecados machistas. Fruto de otro tiempo que también merece la pena ser recordado.

La novela de Viola se alarga y descubrimos cosas que no están en la película. Hay que leerla, porque, créanme, es una de las cosas más hermosas y redondas que han pasado ante mis ojos en más de sesenta años de lectura. Pero también hay que ver la película, en la que actúan actores inverosímiles, sobre todo niños, como Christian Cernove que da vida al protagonista Amerigo, y una colosal Serena Rosssi, que interpreta a la Speranza madre, que resume su rol social al final de la película con la idea de que, a veces, el no intentar retener y dejar ir es un acto de generosidad y amor profundo.

Y curiosamente, en pocos días, iré con mi hereu a despedir el año hollando las huellas de Amerigo niño y después famoso violinista, en la napolitana Piazza del Plebiscito.

De manera que feliz 2025 y bienaventurada lectura.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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