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Fielatos cual diques del IPC

Ilustración quema fielato Cuatro Caminos
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Ilustración quema fielato Cuatro Caminos
martes 31 de enero de 2023, 16:14h

Establecidos durante la Edad Media en los reinos de Castilla, Navarra y Aragón, los fielatos fueron una suerte de aduanas que se situaban en las entradas de los pueblos y ciudades para cobrar arbitrios y tasas sobre el tráfico de mercancías, además de, subsidiariamente, actuar como primitivos centros de control sanitario sobre los alimentos que se querían introducir.

Aunque su institución estuvo ligada a los derechos de paso por caminos reales, frecuentemente, quienes se encargaban de cobrar los gravámenes eran particulares que carecían del permiso oficial para hacerlo y que elevaban las tasas de manera abusiva, por lo que el rey Alfonso X el Sabio ordenó que ni estos individuos ni los municipios percibieran esos impuestos sin tener licencia real. Pero, como siempre, hecha la ley hecha la trampa, la evolución de los fielatos fue derivando en un maremágnum territorial donde imperaba, por encima de todo, la ley de la selva.

En el reinado de Isabel II, Alejandro Mon, su ministro de Hacienda durante la llamada "década moderada", los recreó como Estación Sanitaria de Abastos en la reforma tributaria de 1845, por la que fueron sometidos al pago de arbitrios municipales productos como leche, carnes, pescados, vinos, aceite y jabón, trigo, paños, carbón, frutas y ganado bovino, lanar y cabrío, aguardientes destinados al encabezamiento de los vinos y a la fabricación de licores y bebidas espirituosas. Además, en algunas provincias los fielatos también cumplían la función de recabar impuestos para sufragar los gastos de las obras públicas a su cargo.

El fielato o derecho al portazgo fue abolido y restablecido varias veces, hasta que la ley de 31 de diciembre de 1881 suprimió este tributo, aunque de manera bastante laxa y arbitraria, porque su actividad, más o menos reconducida, fue crucial para la economía de las poblaciones en las que se implantaban. Según el tamaño o el tráfico del municipio, podían llegar a representar entre el cincuenta y el setenta por ciento de los ingresos municipales.

Eran estos impuestos una pesada carga para los trajinantes, arrieros y carreteros, porque encarecían y mucho el precio de los transportes. Tal circunstancia provocaba no pocos altercados y algunos de ellos pasaron a la historia. Y en este punto, como tetuanero de pro (dícese de aquel que habita orgulloso en el madrileño distrito de Tetuán de las Victoria), debo citar el caso de Ciriaco Bartolí, jornalero brutalmente apaleado en 1901 por los guardas de consumos de la línea fiscal de los Cuatro Caminos; un incidente que propició un apoteósico motín popular, en el que participaron hombres, mujeres, ancianos, niños, y que acabó con el fielato ardiendo por los cuatro costados.

Y todo lo antedicho me trae a la memoria los paseos con mi padre, por las riberas del arroyo Abroñigal, desde la Ciudad Jardín hasta las Ventas del Espíritu Santo y viceversa, sitos justo enfrente de la Monumental de Las Ventas, al otro lado del cauce, que servía de campamento base para los familiares y deudos que acompañaban el cortejo fúnebre de algún fallecido hasta el Cementerio del Este o de la Almudena, subiendo la cuesta de la avenida de Daroca, y que luego recorrían el camino inverso para jarrearse y picotear en aquellos ventorros que exhibían en su entrada el cartel de: "En este se está mejor que en el Este".

Ya en el siglo XX

Como quiera que hasta 1963 se mantuvieron los impuestos de Consumos y los fielatos, debí de conocer, aunque mi ya frágil memoria no lo tenga asentado, el que se acomodaba en el desvencijado Puente de Ventas y que en su día cruzaron Asís Taboada, Marquesa viuda de Andrade, y el apuesto señorito gaditano Diego Pacheco, personajes centrales de la novela Insolación de Emilia Pardo Bazán, para finalmente dejarse caer en la Fonda de la Confianza. Sobre aquella circunstancia nos queda el testimonio de la gran escritora gallega que ahora hace ciento diez años, en 1913, publicó La cocina española antigua, obra capital en la que de forma pionera se entiende la gastronomía como parte esencial de la cultura y de la historia: "El fielato parecía viva imagen del estorbo y la importunidad. A su puerta estaba detenido un borrico cargado de liebres y conejos, y un tío de gorra peluda buscaba en su cinto los cuartos de la alcabala".

Esto, que suena tan añejo y perdido en el tiempo, paradójicamente cobra hoy una rabiosa actualidad, porque los funcionarios de los fielatos o aduanas estadounidenses no dan abasto con el control de algunos abastos y se han visto forzados a tomar enérgicas medidas para neutralizar su contrabandeo. Y no hablamos de marihuana, cocaína, heroína, metanfetamina o fentanilo, sino de huevos de gallina ponedora. Huevos de oro, porque a ese precio se pagan en estos días las docenas en los supermercados de Nueva York, Chicago o Los Ángeles.

Como resultado o efecto de una subida de los huevos que ha superado el 60% en tiempo record, entre noviembre pasado y el 17 de enero, en las fronteras de San Diego, Tucson y el Paso se ha procedido a la incautación de más de dos millares de remesas hueveras que intentaban transitar entre México y Estados Unidos. Unos hechos castigados con sanciones que llegan a los 10.000 dólares.

Considerando el mismo periodo para España, los datos del Índice de Precios en Origen y Destino, IPOD, revelan que el altísimo precio de la cesta condumiaria de la compra, gravada ya un IPC subyacente y asfixiante, se multiplicó por 4,83 en los productos agrícolas y por 2,82 en los ganaderos, con encarecimientos, por citar solo tres ejemplos, del 588% en la lechuga, el 662% en la uva de mesa y el 898% en el ajo.

Ante ese desolador panorama alimenticio y nutricional, un verdadero drama para las clases subalternas, quizá podría dársele una vuelta a la reinstalación de los fielatos municipales, porque tal daría oportunidad a los labradores y ganaderos de allegar a los núcleos urbanos sus frescos productos, a un precio, que una vez satisfecha la correspondiente alcabala, resultaría considerablemente más económico que el derivado de la actuación de las actuales grandes redes y cárteles de distribución.

Por probar, nada se pierde. Digo yo.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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