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Evocación de un Ángel rojo

martes 21 de mayo de 2024, 13:21h
Novelas de MLE Almuzara
Novelas de MLE Almuzara

Cuarenta años ya desde que nos dejó aquel ángel de la guarda, dulce compañía de años de infamia, los cincuenta y sesenta del pasado siglo, cerrado y sacristía, con un París-Hollywood prestado y mugriento escondido entre los libros y una madre criando canas mientras pespunteaba pijamas. Se preguntará el paciente lector que a qué viene tanto Joan Manuel Serrat de aperitivo para no se sabe qué condumio, y la respuesta es que en sus canciones aparece aquella atmósfera asfixiante y el nombre de ese espíritu celeste que nos ayudó a aguantar los carros y carretas de la ominosa dictadura. Y es así que cuando Curro “El Palmo” recibe de Merceditas: “mil veces que "nones"/ de compartir sueños/ cama y macarrones”, buscado el olvido: “… se dio a la bebida/ al mus, las quinielas/ y en horas perdidas/ se leyó enterito/ a don Marcial Lafuente/ por no ir tras su paso/ como un penitente”.

Quizá exagere en su relato el Nano, porque Marcial Lafuente Estefanía llegó a escribir unas dos mil seiscientas novelas del Oeste, que parece demasié para un paciente de mal de amores ocasionado por la chica del guardarropas, por mucho que aquella inicua tuviera: “… la vida y la muerte/bordada en su boca”.

MLE en el Far Wets y en su estudio de trabajoMarcial nació en Toledo en 1903 y ya mozo se trasladó a Madrid para estudiar ingeniería industrial, pero antes y entonces se había contagiado de la pasión de su padre, el periodista, abogado y escritor navarro Federico Lafuente López-Elías, por el teatro español del Sigo de Oro, cuya arquitectura narrativa utilizaría mucho tiempo después para tejer sus guiones y trasuntos del Far West; un territorio que tuvo la oportunidad de recorrer, ya ingeniero diplomado, entre 1928 y 1931, lo que le serviría para ambientar de manera creíble sus historias de indios rebeldes, pistoleros canallas, vaqueros bondadosos, tahúres marrulleros, eróticas y adorables chicas de salón, asaltantes de diligencias y whisky explosivo que los aborígenes llamaban agua de fuego.

Antiguo Ayuntamiento de Chamartín de la RosaDe vuelva a España, en tiempos de renovación social y esperanza de progreso por la naciente República, cuando los militares africanistas se levantaron contra el orden constitucional, se afilió a la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y ejerció como concejal y tercer teniente de alcalde del Ayuntamiento del entonces municipio de Chamartín de la Rosa, anejo a Madrid y hoy distrito capitalino de Tetuán. Desde ese cargo y el de comisario político republicano, luchó de manera decidida contra los desmanes de los incontrolados y facinerosos de toda laya y jaez, que aprovechaban el desbarajuste de una ciudad asediada y sin gobierno para saldar viejas cuentas pendientes en execrables checas y fatídicos paseos. Casi ochenta años después, el historiador guipuzcoano especializado de la guerra civil española Pedro María Corral, descubrió papeles y expedientes que evidenciaban su defensa a favor de detenidos o acusados inocentes, aunque desafectos a la causa republicana, llegando a denunciar públicamente a un concejal socialista muy probablemente envuelto en el asesinato de alguien que simplemente le resultaba molesto, y evitando la ejecución de un vecino del municipio, procesado y condenado sin fundamento.

Como, resultado de sus investigaciones, Corral bautizó a Marcial como El Ángel Rojo de Chamartín de la Rosa y promovió una iniciativa ante el Grupo Municipal del Partido Popular (PP), al que él mismo pertenecía, para que se colocara una placa en la fachada de la Junta Municipal de Chamartín, Príncipe de Vergara, 142, que podría inspirarse en el siguiente enunciado: “En recuerdo del escritor Marcial Lafuente Estefanía, Concejal del Ayuntamiento de Chamartín entre 1936 y 1939, por su labor humanitaria a favor de las personas perseguidas en Madrid durante la Guerra Civil”. La propuesta, presentada en sesión ordinaria el 12 de febrero de 2019, fue aceptada y votada favorablemente por todos los grupos políticos con representación en el consistorio, pero a estas alturas la iniciativa sigue en el alero.

Marcial, sin abandonar su cargo municipal, fue nombrado general de Artillería en el frente de Toledo, y, finalmente todo perdido para su causa, decidió entregarse al bando sublevado el 28 de marzo de 1939. No recibió de los vencedores el menor reconocimiento por sus nobles acciones, y fue juzgado por “adhesión a la rebelión”, siendo condenado primero a muerte y después a veinte años y un día de cárcel.

En prisión comenzó a escribir, aunque en condiciones extremas. Como él mismo recordaba en una entrevista concedida a la revista Blanco y Negro en febrero de 1978: “… estaba en una sala quinta de uno de los hoteles en los que me recluyó el Gobierno. No tenía cuartillas ni pluma; entonces decidí utilizar el lápiz y el papel del retrete”.

Así, iban pasando los días y los años. Escribía y pasaba miedo. Mucho miedo: “… el miedo que puede pasar un hombre al que le dicen a las 19.00 horas que le van a fusilar a las 23.00. En aquellos momentos llamé a mi hermana que me preguntó que si llevaba el escapulario de la Virgen del Carmen, y me recomendó que, ya que había luchado como un mal español, muriera como un buen cristiano”.

Sentencia contra MLELa sentencia mortal fue conmutada y los años de prisión acortados. Cuando salió a la calle, su libertad, como la de tantos otros intelectuales, científicos y artistas republicanos, había sido brutalmente cercenada por la Comisión de Cultura y Enseñanza presidida por el poetastro José María Pemán y vicepresidida por el pediatra ultracatólico Enrique Suñer Ordóñez, obsesionados ambos: “…con el daño que los intelectuales progresistas habían causado a España”.

Bajo los pseudónimos Tony Spring, Arizona, Dan Lewis y Dan Duce, para, finalmente y pasado el peligro, quedarse con su verdadero nombre, se afanó en la escritura de miles de novelas en pulp, papel barato y escasa extensión, de las que se tiraban decenas de miles de ejemplares, que a su vez pasaban, mediante intercambio, por cientos de miles de ojos. Contaba con cuatro herramientas: una voluminosa y detallada historia de Estados Unidos; un atlas muy antiguo en el que aparecían los pueblos levantados durante la conquista del Oeste; una guía telefónica de la que extraía los nombres de sus personajes; y, por supuesto, su portentosa y fértil imaginación. Aquellos relatos se fueron filtrando por los magines de toda España, Iberoamérica y Estados Unidos, donde, además, la Universidad de Texas los grabó en cintas magnetofónicas para que pudieran escucharlos los ciegos de origen hispano que residían en el Estado.

Marcial Lafuente Estefanía murió en 1984, el 7 de agosto hará cuarenta años, “y aunque la vida perdió, dejónos harto consuelo su memoria” y su pastoreo afable por los derroteros mohínos de la segunda postguerra. Agradecimiento eterno de los que ahora vivimos la cuarta o la quinta, que ya se me va el hilo, porque, como me descubrió San Agustín, aunque sé bien lo que es el tiempo: “… si tuviera que explicárselo a alguien no sabría como hacerlo”.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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