Como le decía María Ostiz a Juan Pablo II te quiere todo el mundo, a veces, algunas veces, el cantor tiene razón y a los que hemos militado durante décadas en las filas de la tantas veces derrotada Grande Armée contra las pseudociencias, nos cuesta y mucho admitir que la alineación de los astros tiene su aquel y su yo que sé qué, que no sabría decirte.
El caso y la cosa es que estábamos en Piscis, incluyendo a Ofiuco, el decimotercer signo zodiacal que ya se saltaron los caldeos al entender que donde esté el sistema sexagesimal (que incluye desde tramos horarios a docenas y medias docenas de huevos), que se quite el engorro de dividir por trece, cuando, de pronto y héteme aquí, al mismo tiempo que la policía municipal de Madrid descubre un restaurante chino en el barrio de Usera que da paloma
madrileña castiza por pato pekinés, el inconmensurable chef triestrellado Dabiz Muñoz anuncia el hallazgo de una fórmula de paella elaborada con la muy tailandesa Tom yum, sopa agripicante de marisco y setas, aromatizada con galangal, hojas de lima kaffyr y lemongrass, y con una base hecha con la famosa mermelada de chiles Nam Prik Pao. Ahí es nada la del ojo y lo llevaba en la mano.
Se trata de un concepto, gastronómico que en principio y a primera oída no encaja demasiado con el sustento de Tonet y otros históricos, tras dejarse el alma perchando en la Albufera, pero en asunto tan espinoso conviene no precipitar la opinión y esperar, como suele ser preceptivo, a los informes de chefs de pompa y circunstancia, como, pongamos por caso, José Andrés o Alberto Chicote, que tan brillantemente defendieron la causa abierta contra el británico Jamie Oliver, acusado del delito manutencial de ponerle chorizo a la paella, en lugar de la tradicional rata de marjal.
En el primero hay sin duda muchos más mimbres para tejer el cesto, con el detallado informe que elaboró la Policía Municipal de Madrid después de su visita al restaurante Jin gu de la userana calle de Perpetua Díaz, y muy especialmente a su trastienda, el pasado 25 de marzo del corriente año.
Allí, dice la autoridad competente, se encontraron unos 300 kilos de comida podrida, bastante carne sandungueramente colgada a secar en un tendedero, un número indeterminado de cucarachas correteando por la escena, varias trampas para cazar ratas, ocho arcones frigoríficos con alimentos congelados sin etiqueta de trazabilidad, sin control de temperatura, con restos de óxido en las bisagras y con algunas de las bolsas con un sospechoso color amarillento, y la apoteosis final de varias palomas comunes muertas a patadas y semi desplumadas.
En este punto, se antoja imprescindible hacer un alto para detenerse en las especies, porque lo mismo que la rata campesina de marjal antes aludida poco o nada tiene que ver con la rata urbana, lo mismito pasa con las palomas de campo y ciudad.
La dicha rata de marjal, además de que solo se alimenta de verduras y arroz, tiene el rabo más corto, la cabeza más chata y el cuerpo más ancho que su parientes cosmopolitas, lo que facilita el reconocimiento a simple vista, mientras que en caso de las colúmbidas no hay diferencias morfológicas sustanciales y estas solo remiten al condumio, porque mientras que las silvestres, sean estas de cualesquiera de las variedades, torcaz, bravía o zurita, se alimentan de granos, semillas y frutas, las primas urbanas se embaúlan cualquier basura que se les ofrezca o repose en el contenedor.
Así, en este ambiente de mugre y cochambre son portadoras de parásitos como garrapatas, piojos y ácaros de la sarna, a la vez que transmisoras de enfermedades como criptococosis, histoplasmosis, psitacosis, salmonelosis, ornitosis, virus del Nilo Occidental, toxoplasmosis y tuberculosis aviar. Desde esta constatación, la caza y captura de tan siniestros bichos por parte de los empleados del restaurante userano Jin Gu bien pudiera parecer encomiable y loable para la seguridad ciudadana, pero los testimonios de la clientela y parroquia apuntan a que la actividad estaba más orientada a intentar hacer pasar a las cimarronas callejeras por pato laqueado típico de Pekín y del noreste chino.
Lo grande del caso es que, aunque hubo algún usuario que informó de que a las pocas horas de abandonar el establecimiento había depuesto por las zancas abajo, un significativo porcentaje evaluaba muy positivamente el local. De esta suerte o infortunio, la poderosa web estadounidense de ámbito planetario TripAdvisor mantiene el peritaje clientelar en el que mayoritariamente se califica a Jin Gu de excelente. Con un par.
Pues así están las cosas entre la fauna opinadora de lo gastro, que ya incluye a unos cuantos cientos de miles de “foodieporners, gastromonguers o gourmets con ínfulas”, en la clasificación por clases, órdenes, familias, géneros y especies, del ordenado e iconoclasta pensador David Remartinez, alias Remartini.
Un singularísimo reino, ajeno al pillaje borbónico y solo referido al de las grandes subdivisiones en que se distribuyen los seres naturales, en el que no cabe un tonto más. Pero ni uno, oiga.