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De la sexualidad femenina a la ínsula Barataria

lunes 16 de septiembre de 2024, 10:23h
Cartel de la exposición 'Surrealisme'
Cartel de la exposición 'Surrealisme'

La inauguración el pasado día 4 de septiembre en el parisino Centre Pompidou de una colosal exposición, Surrealisme, que conmemora y celebra el centenario del Manifeste du surréalisme, publicado el 15 de octubre de 1924 por el escritor, poeta y ensayista francés André Breton, vuelve a poner sobre el tapete el recurrente tema de la cuota femenina, un déficit que desde estas mismas páginas ya nos habíamos preocupado de subrayar, aunque barriendo para casa, en el artículo Surrealistas y españolas, haylas, publicado el 6 de mayo pasado. No obstante, en esta ocasión hay que enfatizar en el hecho de que las artistas surrealistas seleccionadas para la magna muestra representan nada menos que el 40%, porcentaje nada habitual, que sin duda habrá de mejorarse en el futuro, pero que hoy por hoy no deja de ser algo como plantar una pica en Flandes.

Así, todo el que tenga la fortuna de visitar el colosal laberinto de pinturas, dibujos, películas, fotografías y documentos literarios que conforman la muestra, podrá recrearse en las obras de, entre otras, la española Remedios Varo, la inglesa-mexicana Leonora Carrington, la alemana Unica Zürn, la británica nacida en la India colonial Ithell Colquhoun o la francesa Dora Maar.

En cualquier caso, convendría reflexionar sobre la invisibilidad histórica, ampliando el concepto a todo aquello que se refiere a la mujer, más allá de los nombres propios de mujer. Y con esta enrevesada frasecita lo que intentamos decir es que con frecuencia también se ha invisivilizado a varones que se ocuparon de asuntos non gratos al patriarcado institucional. Y como ejemplo sirva el caso de Ramón Serrano Vicens, médico de cabecera zaragozano que, aun ostentando el honor de haber sido el primero en España y en Europa que se dedicó al estudio y divulgación de la sexualidad femenina real, hoy es alguien olvidado para el gran púbico y solo reconocido en ámbitos muy especializados donde se le considera como “el Kinsey español”.

Representaciones de Sancho en BaratariaEntre 1932 y 1961, Serrano Vicens estudió de forma sistemática la sexualidad de 1417 mujeres, solteras, casadas, viudas y cuatro monjas, que a lo largo de tan dilatado periodo fueron pasando por su consulta. Y lo hizo en una España en la que se daba por descontado que las mujeres eran ajenas a la sexualidad con fines que no fueran los estrictamente reproductivos. Así, uno de los psiquiatras de cabecera del franquismo, Antonio Vallejo-Nájera, sostenía con absoluta convicción y firmeza: “Las mujeres sanas carecen de deseo sexual”. Por otra parte, se daba por hecho que la inmensa mayoría de las féminas llegaban vírgenes al matrimonio; que la masturbación era cosa bíblica y degenerada de un tal Onán y solo afectaba a los adolescentes masculinos; que el lesbianismo no existía, y, en consecuencia las adendas introducidas en julio de 1954 dentro de la Ley de Vagos y Maleantes para reprimir la homosexualidad, se centraban en los hombres, a los que se apalizaba, torturaba y encerraba en prisión, mientras que las mujeres con tan “insólita desviación” eran recluidas en instituciones psiquiátricas.

Para cuando en 1953 Alfred Charles Kinsey publicó en Estados Unidos su estudio, libro y referente universal Conducta sexual de la mujer, Ramón Serrano Vicens ya tenía meridianamente claro, por sus propias investigaciones y lo que le había ido comunicando su amigo estadounidense, con quien mantenía estrecho contacto profesional, que todo lo que el sistema daba por cierto en torno a la sexualidad femenina era pura superchería.

Por añadidura, el español había trabajado con una muestra de mujeres que hacían vida que socialmente podría calificarse de “normal”, mientras que Kinsey había tenido que recurrir a presas que cumplían condena en distintas penitenciarías, lo que sin duda proporcionaba un sesgo a sus datos.

A finales de la década de los sesenta el médico zaragozano había dado por terminado su estudio en el que llegaba a la conclusión de que la gran mayoría de las mujeres españolas se masturbaban más o menos ocasionalmente, que un 32,5% había mantenido relaciones sexuales antes de casarse, y que un 35,8% había practicado sexo con otras mujeres.

Aunque Kinsey calificó públicamente el estudio como: “… el mayor y mejor trabajo europeo en su género”, publicarlo en la España franquista era complejísima tarea, porque, ciclostilado, empezó a circular clandestinamente por algunas universidades, hasta que una pequeña editorial barcelonesa, Pulso, se decidió a publicarlo en 1971 con el título de La sexualidad femenina. Al año siguiente, lo reeditó Ruedo Ibérico, editorial fundada en 1961 por cinco republicanos españoles exiliados en París. Finalmente, Ediciones Júcar, de Gijón, la incluyó en su colección en 1975 y reimprimió hasta 1978.

A partir de entonces, aquel ingente y pionero trabajo empezó a caer en el olvido.

Curiosamente, el médico maño tenía otras aficiones e intereses, de las que, maldito sea su sino, tampoco se sabe apenas.

Aunque Serrano Vicens no figura en listado alguno de cervantinistas, y mucho menos entre los más reputados como Vicente Gaos, Américo Castro, Martín de Riquer o Francisco Rico, con periferias tan ilustres como las de José Martínez Ruiz, “Azorín” o Miguel de Unamuno, en 1966 publicó un libro y estudio Ruta y patria de Don Quijote, que es, con diferencia, la obra más didáctica y precisa en cuanto a los recorridos del hidalgo manchego y su escudero.

Castillo de Castilnuevo en la actualidadDe la minuciosidad de su trabajo investigador se deduce, por ejemplo y casi sin el menor género de dudas, que la ínsula Barataria, que unos duques sandungueros le conceden como broma pesada a Sancho Panza, no puede ni debe situarse, como hasta ahora convenía la tradición, en Alcalá de Ebro, Zaragoza, sino en el castillo de Castilnuevo, diminuto municipio anejo a Molina de Aragón, Guadalajara.

El asunto pudiera parecer fútil e intrascendente si la hermosa fortaleza residencial que hoy se alza imponente sobre uno de los cerros que dominan el curso del río Gallo, no fuera el resultado del empeño de una gran mujer, Paula Pilar Atance, que además de cocinera muy reconocida y multipremiada, hace veinte años que decidió enterrar parte de su fortuna en levantar las ruinas de una plaza que dice el Cantar de mio Cid fue lugar de reposo y tránsito seguro para la familia directa del Campeador y para sus huestes, por gentileza y tributo de amistad del alcaide bereber Abengalbón, y siglos más tarde espacio ensoñado por Miguel de Cervantes para decorar buena parte de la segunda parte de El Quijote y espacio que vería el buen hacer de Sancho Panza, a quien su señor había dicho: “Porque has de saber, Sancho, que las mujeres son la más perfecta de las creaciones divinas. Que, aunque son más hermosas que las flores, las estrellas y la luna llena juntas, son fuertes como el acero de mi lanza”.

Claro que ya sabemos que una cosa es predicar y otra dar trigo.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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