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Algunos sardos de lo nuestros

domingo 02 de junio de 2024, 10:47h

Parece razonable suponer, aunque él no dejara constancia escrita, que Miguel de Cervantes tuvo la oportunidad de escuchar y deleitarse con los cantu a chiterra sardos durante los seis meses que pasó en Cerdeña, mientras se recuperaba de sus heridas en la batalla de Lepanto, entre septiembre de 1573 y mayo de 1574. Por aquel entonces, el canto a capela en lengua sarda y gallurese, forma dialectal entre el sardo y el corso, se había enriquecido con la guitarra que hasta allí habían llevado los españoles y que muy pronto se había afianzado, al punto que en 1598 Alfonso Lasso Sedeño, virrey de la isla y arzobispo de Cagliari, prohibió tocarla por la noche después del toque de campanas.

En el siglo XIX, la guitarra ibérica primigenia habían evolucionado de seis a cuatro cuerdas, la llamada cuartina, y a finales de la centuria la casa de música Ferraris logró imponer un nuevo modelo, la terzina, de tamaño sensiblemente inferior a la guitarra española. Pero en la década de los treinta del siglo XX se popularizaron unas guitarras aún más grandes que las hispanas llamadas chitarre giganti, aunque, años después, los lutieres Ignacio Secci, su hermano Peppino Secci y Aldo Cabitza concretarían el modelo en una dimensión de caja entre la guitarra clásica y la guitarra baja.

De forma más evolucionada, aunque no menos apasionante que “el manco de Lepanto”, ahora podemos disfrutar del cantu a chitarra; la referencia más refinada y culta de la música tradicional sarda, en la “banda sonora imaginaria” para Bodas de sangre, de Federico García Lorca, que se contiene en Nijar, el álbum compuesto e interpretado por el guitarrista y compositor sardo Paolo Angeli, que, ayudado de su complejísimo instrumento instrumento, la llamada “frankenstein de las chitarras”, incluye diez piezas: La nana, Ramas de sueños, Aljibe, Jinete, Rama oscura, Monólogo de la Luna, Níjar (Sidra), Sucia arena, A Federico y Telón, de las que aquí dejamos ejemplo:

Aunque Nijar podría compararse con los Bocetos de España que el trompetista y compositor estadounidense de jazz Mile Davis lanzó en julio de 1960, incluyendo versiones del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo, y la Canción del fuego fatuo, del ballet El amor brujo, de Manuel de Falla, la última obra de Angeli es una profunda y reflexiva inmersión en el flamenco más puro desde un lenguaje musical contemporáneo, directamente influenciado, así lo confiesa el autor, por la guitarra de Paco de Lucía, y los cantes de Camarón de la Isla, Porrinas de Badajoz y Manolo Caracol. Un flamenco que, dice, al igual que el rebetiko griego: “… tiene un punto salvaje, como de algo que todavía no ha sido contaminado por otra tradición musical más limpia”. El resultado es, como señalan los críticos Stephano Labarca y Michel Puddu: “… un complejo mosaico de retales superpuestos: los de las tradiciones, sonidos y enfoques, que se ponen en diálogo con la meditación de su creatividad y la de los músicos con los que interactúa”.

Estamos pues ante un fascinante mestizaje, porque quizá no en vano Cerdeña fue España durante 473 años (primero de la Corona de Aragón, luego de la Casa de Habsburgo y finalmente del Imperio español), mientras que es Italia desde hace 163.

Pero de lo que no cabe duda es de que Angeli, siempre ataviado en concierto con su camiseta marinera a rayas, es esencia pura del Mediterráneo, un muro de mar, con el que Europa, en una actitud insolidaria y mezquina, intenta defenderse de la Humanidad que considera ajena, convirtiendo el antiguo Mare Nostrum de intercambio multicultural y florecimiento comercial, en una inmensa fosa común.

Este drama es el que el compositor aborda en sus anteriores álbumes Muri d’accua y Melilla, que es también al que, desde otra mirada artística, se aproxima otro artista sardo, el gran fotógrafo Stefano Marras, quien desde el estanco que regenta en Capoterra, a 23 kilómetros de Cagliari, la capital de Cerdeña, “roba el alma” en sus cuidadas y bellísimas instantáneas a los tantos foráneos que pasan por su establecimiento, para dar fe de su existencia en la Tierra tras epopeyas migratorias.

Como muestra, hemos elegido a cuatro que en un collage apresurado figuran en esta página. El primero se llama Giovanni y es de Madagascar, trabaja de camarero en Cagliari y está integrado en un grupo de teatro, pero, además y venturosamente, a raíz de la foto de Stefano le han surgido algunos pequeños contratos como modelo fotográfico. Le sigue Rawya, tunecina, enigmáticamente atractiva por la heterocromía de sus ojos, que estudia en Capoterra y mantiene viva la ilusión de reunirse algún día con su hermana que vive en Alemania. Después, nos contempla Umar, pakistaní, también residente en Capoterra, con un permiso de residencia temporal desde el que espera conseguir pronto una ocupación segura y digna que le permita traer junto a él a su esposa, que vive en Pakistán. Cierra el collage Sara, china acogida de niña por una familia sarda que, con su inconfundible acento del Cagliari donde reside, se ha convertido en una exitosa representante de recursos informáticos para empresas y que, en el conjunto, representa lo más radiante, optimista y fructífero de una sociedad multicultural. Historias de vida a hombros de otras tantísimas de muerte en los fondos de un “llanto eterno que han vertido allí cien pueblos, de Algeciras a Estambul para que pinte de azul sus largas noches de invierno”, Joan Manuel Serrat dixit.

Y por último, Antonio Gramsci, el gran pensador marxista y sardo que un día, desde una cárcel fascista mussoliniana, soñó y nos hizo soñar con la creación y emergencia de una cultura menos provinciana, menos dialectal y particularista, más moderna y artística, y a quien hoy, como muy acertadamente señala el escritor, ensayista y catedrático de la Universidad de Granada Juan Carlos Rodríguez: “… todo el mundo del pensamiento alternativo (o pensamiento crítico al menos) anda buscado en sus textos la solución a los problemas políticos y culturales que nos acucian”.

Los tres, Gramsci, Marras y Angeli, se encumbran en el cajón de los sardos que sin duda son de los nuestros y, por ende, universales.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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