Macarena Gómez, una buena actriz, lista, sensata, ingeniosa, divertida y preparada, ha dicho una verdad como un puño en un entorno mentiroso, adocenado e inquisitorial: el de las feminitarras. En estos tiempos, al albur de la mentira como tótem social y de las mujeres como bandera de guerra, decir que hay denuncias falsas de acoso sexual y decir que hay mujeres que abusan de la credulidad social y están hundiendo gratuitamente las vidas de muchos hombres, es ser facha, machistorro y posiblemente carnífago.
De un tiempo a esta parte, cualquier mujer puede arruinarle la vida a un hombre simplemente subiendo una historieta-cuento a cualquier muro de Instagram diciendo que una vez en un lugar remoto y en un tiempo indefinido, fue agredida sexualmente, abusada y hasta “se sintió” violada porque alguien, casi siempre famoso, la miró mal o le rozó el trasero en una discoteca.
Las denunciantes piden mantener el anonimato (el suyo, no el del denunciado) porque las pueden despedir, pegar, insultar y blablabla. Ninguna dice que también callan su identidad porque las podrían acusar de falsa denuncia o delibelo e, incluso, de calumnia. Ese anonimato cómplice sólo esconde envidia, frustración e histeria: si ha habido un delito de por medio, acuda usted a la policía que para eso está y déjese de monsergas moradas.
- Oiga, es que las mujeres tenemos nuestros tiempos.
Pues mire, señora, lo primero, no hable usted en nombre de todas las mujeres, no sea ramplona. Lo segundo es que eso de que tienen sus tiempos es una excusa de mala pagadora: déjese de chorradas, de lamentos ridículos sobre su salud mental y vaya a comisaría. Hay mujeres policía especializadas en delitos sexuales, hay un teléfono específico (016) lleno de psicólogas, hay mil consultorios gratuitos, hay un centro de mujeres como mínimo en cada distrito municipal y, sobre todo, hay una sociedad concienciada en su inmensa mayoría, aunque acojonada en el 50% que tiene pene.
Una cosa es sufrir golpes, violencia verbal permanente o una violación de verdad, y otra muy distinta es denunciar a un famoso porque esnifó coca en tus nalgas y, según tú, no te pidió permiso. Me recuerda al caso reciente en los medios de una mujer que denunció a su marido por violación. Cuando el juez preguntó al marido, este mostró un documento de consentimiento firmado por la esposa el día mismo de la violación (se lo hacía firmar cada vez que echaban un mal polvo). El juez se lo reprochó a la mujer y ésta sólo dijo: Sí, es verdad, pero ahí dice de 23 a 01 am y esto fue a la 01:20. Por supuesto, el juez la mandó a casita (sin multarla por abusar del sistema judicial o levantar denuncia falsa) y al día siguiente la zahúrda morada empezó a cacarear juez machista heteropatriarcal y comecarne.
Si un malo entra en su casa por la noche, le da una paliza a usted y deja medio muerto al perro después de robarles hasta la camisa, ¿qué hace usted? ¿Se toma tres años para asimilarlo y denunciarlo o va a la policía?
La aberración a la que muchas mujeres han llevado una reivindicación justa y necesaria socialmente, la violencia de algunos hombres contra las mujeres, está provocando muchos desajustes. Ya no quedan profesores universitarios que reciban a las alumnas en sus despachos: ahora lo hacen en la sala de profesores o, incluso, en el bar de la facultad porque el único principio establecido es No te quedes a solas con una alumna. Hoy, somos legión los hombres que ni nos acercamos a una mujer a la que se le han caído veinte euros del bolsillo porque saldremos de allí con una acusación de acoso sexual.
Por supuesto, no son todas las mujeres, ni siquiera una mayoría significativa, las que tienen estos comportamientos aberrantes, pero sí son las que hacen más ruido y a las que nadie parece dispuesto a parar en seco del acojono que provocan. Pues yo sumo mi voz a la de Macarena: no se puede joder la vida de la gente por un comentario anónimo en una frívola red social, especialmente en estos tiempos en que todos sabemos que tras esas denuncias hay frivolidad, ambición, necesidad de famita y rabia.