600 euros es el precio de la dignidad en España, menos que el salario mínimo, menos que un plasma de 50 pulgadas, menos que un fin de semana en Nueva York all included.
Con 600 euros, en España, no puedes pagar un alquiler, hacer la compra de un mes para tres personas, arreglar el coche si hay una emergencia o pagar tu propio entierro. Pero sí puedes comprar cuarto y mitad de dignidad, eso tan extraño, escaso y poco útil como la honorabilidad.
No importa la mercancía ni el precio, solo que Javier Lambán no ha sido coherente con el PSOE. Con perdón de ustedes, Manda cojones. Lambán se ha ausentado del hemicirco senatorial para no tener que votar una ignominia. Inmediatamente la maquinaria repugnante de la propaganda se ha puesto en marcha y, menos bonito, a Lambán los suyos le han dicho de todo, hasta incoherente.
Es curioso cómo funciona el consciente colectivo de un gobierno tan acojonado como abducido por su presidente: resulta que el único socialista que no ha cambiado de opinión con relación a la traidora ley de amnistía es Lambán. Y por ello mismo, la Junta Paramiliciana que nos gobierna ha saltado en tromba a decirle que pague los 600 pavos que le darían derecho a estar en desacuerdo con el Oh, gran Líder, y que se quede con la copla de que le consideran desleal al PSOE y traicionero como no lo era nadie desde Judas Iscariote.
El narcisista que preside el gobierno y el gobierno de pulgones que le ríe las gracietas y le chupa los melindros están dejando una España nada interesante: inflada con mentiras, vendida a la falsedad y alérgica a la realidad. El panorama sociopolítico muestra un país con gentes escasamente preparadas, un país subvencionado que ya no quiere trabajar ni escuchar la verdad ni, mucho menos, quitarse la estúpida venda que les impide ver que nos estamos yendo básicamente al carajo como sociedad.
Los españoles antes éramos solamente envidiosos. Ahora -gracias, presidente Sánchez-, también somos mentirosos, tramposos, ladrones, deshonestos y faltos de honorabilidad. Claro que tampoco importa mucho, desde la LOGSE en que estudió Sánchez hasta la LOMLAE en que estudian los actuales niños, la mentira y la tibieza son reinas del currículo. Para qué matemáticas si tenemos 72 géneros distintos para les niñes; para qué biología si lo que tenemos entre las piernas es mentira porque es solo un constructo humano; para qué leer si ya hay tik tok e Instagram y, por lo mismo, para qué verdad si ya tenemos portavoces de su Amo
El presidente del gobierno, un llorón narcisista y mentiroso, lleva diez años cabreando a la mitad del personal a base de insultarlo y ahora, cuando le miran mal a él, hace alharacas y pucheros y elabora un discurso infantil contra la violencia verbal en política. Por supuesto, su fórmula para “solucionar” el problema que él ha contribuido a crear más que nadie es llorar y echarle la culpa al PP y Vox. Bueno, no, eso es el preámbulo; luego viene la solución: prohibir.
Ya ha encargado un estudio a los servicios jurídicos monclovitas para “evitar la mentira, las fake news y la deshumanización de los políticos”, o sea, de él. Ese estudio solo tiene un fin y así lo han confesado los más tontos de un gobierno de gente muy corta: prohibir. Hay que prohibir los pseudomedios, hay que prohibir los medios de ultraderecha, hay que prohibir que se mienta sobre el presidente y su santa y hay que prohibir, por último, publicar contenido alguno sin que lo vea primero su sanchezstad. Los jueces no sirven, son fachosfera; los periodistas no alineados no sirven, son fachosfera; los votantes de derechas no sirven, son fachosfera. Yo me mí conmigo, espejito, y el resto es fachosfera. No es la primera vez que lo intenta y, mientras siga en el machito, seguirá intentándolo porque el sistema de Sánchez y Sumar es simple: prohibir toda libertad individual y sustituirla por una moral pública -como Robespierre- que solo él, magnus magni et omnia magna, tiene capacidad para definir.
Mientras, Lambán, poniendo nombre y cara a la dignidad en política con un gesto tan simple como inevitable en una democracia de cuchufleta: debe pagar 600 euros para ejercer su derecho a pensar libremente. Barato como blasón de honor, carísimo como espejo de un país mediocre, hipócrita y haragán.