www.diariocritico.com

Turismofobia y ‘fodechinchos’

miércoles 04 de septiembre de 2024, 12:31h

¿Qué pensaría usted de alguien que, como ya hiciera el malhadado ministro de Consumo de cuyo nombre no quiero acordarme, si alguien desprecia o ataca un sector económico que supone casi un 13 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), y que da empleo a uno de cada 10 españoles?

Pues yo pienso lo mismo que usted, que ese alguien tendría que hacérselo ver porque si ese sector, el turístico, desapareciese de un plumazo del tejido económico español, no quiero ni pensar en el tsunami social, económico y político que se generaría. Sólo los tontos tiran piedras contra su propio tejado mientras que, al mismo tiempo, no hay perro alguno que muerda al amo que le da de comer cada día.

Digo esto a cuenta del (o la), figura del pueblo coruñés de Oleiros que ha cerrado durante unos días su bar para descansar del agobio que, al parecer, le provocan los turistas “de la meseta”, en clara alusión a los madrileños (‘os fodechinchos’), que, por una cosa u otra, recalan en su establecimiento. Eso sí que es ser más chulo que un ocho.

No conozco bar, pub ni restaurante en dónde no aparezcan de vez en cuando clientes pejigueros, incluso “tocapelotas”, que vayan buscando gresca a costa de la contrariedad más surrealista que uno pueda imaginar. Pero ahí están los camareros y camareras, y los propietarios de los locales con más oficio que el (o la) figura de Oleiros, para conducir a buen fin ese tipo de pequeños y grandes inconvenientes.

Es, sin duda, parte del día a día de cada establecimiento público de hostelería y de tontos sería no contar con ellos.

Echemos la vista atrás y retrocedamos seis o siete décadas para recordar cómo fueron los primeros encuentros de españoles frente al turista “invasor” que en la tercera década del siglo XXI supera ya en número al de habitantes de este país.

Si entonces aquellos turistas pioneros eran vistos casi como seres extraterrestres, como gentes liberales y casi sin moral (recuérdese los primeros bikinis, las minifaldas, los escandalosos topless…), hoy son nuestros conciudadanos los que puede que sean quienes provoquen esas mismas sensaciones a muchos de los millones de visitantes que nos visitan cada año.

Una sociedad que se cierra en sí misma, que se niega a ser “contaminada” con los pensamientos, las costumbres, las ideas de las personas que vienen de fuera, es hoy un reducto de cerrazón, de lo más rancio, caduco y cateto. Afortunadamente nuestro país ha venido demostrando en el último siglo que es justamente todo lo contrario. Por eso, ejemplos como el de Oleiros no son más que una excepción que confirma la norma, gracias a Dios.

Boquiabiertos

Tendría yo siete u ocho años cuando vi llegar a mi pueblo a una pareja de turistas cuya nacionalidad acabé sabiendo que era sueca. Era la primera vez que me ponía cerca de esa nueva especie viajera que, a partir de entonces, se llamaría “turista”.

Cayeron naturalmente, no sé si voluntariamente o no, en la plaza del pueblo que ese, como todos los días del año, estaba poblada por unos cuantos paisanos que a esa hora ya habían dejado las faenas del campo manchego, probablemente iniciadas siete u ocho horas antes, en plena noche, único momento en que se puede trabajar sin atentar gravemente a la salud, bajo el férreo sol de los 35 o 40 grados del duro estío. La pareja de turistas se empeñaba en vano en hacerse entender con su inglés de supervivencia…

Y así estuvieron hasta que a uno de los paisanos se le ocurrió acercarse a buscar al que entonces era único estudiante del pueblo que, más o menos, se defendía en inglés. Fue llegar y encenderse la sonrisa de la pareja que, probablemente, no dudaría en volver otra vez a ese pueblo perdido de la Manchuela conquense.

Hoy, por el contrario, lo difícil sería encontrar a uno solo de las docenas de estudiantes del pueblo que no pudiera comunicarse más que fluidamente con cualquiera de los turistas que, por una u otra causa, desembocan por allí buscando las raíces auténticas del ciudadano español de tierra adentro que, en realidad, difiere cada vez menos del de los centros turísticos más concurridos del país.

Y todo porque, además, esos mismos ciudadanos hoy viajan al extranjero con la misma naturalidad que reciben a los foráneos.

El turismo, querámoslo o no, hoy afortunadamente se ha extendido a las capas menos pudientes de la sociedad. Se ha democratizado, se diría hoy. Y eso está bien porque, lo mismo que sucede con el automóvil, el avión, o el tren de alta velocidad, es un bien al alcance de bolsillos más y menos abultados, justo lo contrario que hace décadas en dónde sólo las clases más pudientes podían plantearse la posibilidad de salir de vacaciones, y hasta de saltar fronteras para acercarse a conocer de cerca países, comidas, costumbres, creencias religiosas y manifestaciones culturales de todo tipo que hoy, sin embargo, están al alcance de todos.

Bien es verdad que unos tienen que viajar con un Seat de hace 15 años o con un Mercedes nuevo; pernoctar en campings y hostales, mientras que otros lo hacen en hoteles de cuatro o cinco estrellas, pero unos y otros comparten una misma experiencia, y eso es verdaderamente milagroso porque no había sucedido nunca antes a lo largo de la historia.

Quizás al ciudadano de Oleiros que regenta ese bar no le vendría mal un cursillo de formación que le permitiese salir con dignidad de esas situaciones que, a su juicio, le provocan los turistas mesetarios contra los cuales, por cierto, supongo que también puede ejercer el derecho de admisión. Y no doy crédito a esas voces que braman contra este hostelero porque, de verdad (y esto lo dice alguien que visita con frecuencia Galicia desde hace más de medio siglo), las gentes gallegas son, sin duda, de las más acogedoras, amables y sociables de nuestro país.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios