España es el reinado de la picaresca al menos desde los siglos XVI y XVII, en dónde nuestra literatura ha dado inolvidables y singulares ejemplos de personajes (los pícaros), cuyo único norte estriba en elevar su condición social y económica a costa de lo que sea, es decir, de los demás, incluídas la mentira, la estafa y el engaño. Para los pícaros no hay ética ni honra algunas porque también ellas se ponen a su servicio con objeto de alcanzar cuanto antes los fines perseguidos.
Mucho me temo que cinco siglos después estamos en un nuevo Siglo de Oro, no de la Literatura, sino de la picaresca, esta vez mucho más vinculada -aunque no en exclusiva-, con la acción política.
Comenzamos ya hace seis años con las “mentiras” (al pan pan, y al vino vino), de Pedro Sánchez, que algo más tarde trató de justificar como “cambios de opinión”, en un ejercicio de cinismo sin igual, antes nunca visto por estos lares. Proseguimos con los de la “casta”, entonces Unidas Podemos y hoy escindidos en dos afluentes de un mismo río, Sumar y Podemos. No sólo no eliminaron a los integrantes de la casta, como la denominaba su entonces líder Pablo Iglesias, sino que ellos, con el paso del tiempo, se han convertido en lo más granado de la misma porque ya no les importa vestirse de Prada, Dior y similares (véase el caso de Yolanda Díaz, ese baluarte de la simpatía, la agudeza intelectual y la elegancia), escalar socialmente hasta adquirir enormes y carísimos chalets y pisos de lujo, y olvidándose de repartir entre los correligionarios más necesitados todos sus ingresos que subieran de un sueldo digno (pongamos por caso unos 2.000 €). Pídanle, si no, a la eurodiputada Irene Montero, exministra de Igualdad cuyo nombre será difícil olvidar en los próximos decenios por los estragos que su paso por el ministerio ha causado. Digo que le recuerden a la señora Montero aquello del salario digno y verán dónde les manda…
Pero no, señoras y señores, no, que eso de la picaresca no es patrimonio exclusivo de la izquierda mal llamada progresista. Hay ejemplos en todos los órdenes y partidos. Y, quizás más aún entre aquellos que, de inicio, ya meten en sus programas y bases de partida lo de la transparencia y el buen gobierno. Ha sido, últimamente, el caso de ese salvapatrias y advenedizo en la política hispana y europea, surgido del frenesí de las redes sociales, que coronan a cualquiera como influencer, sin más mérito que el haber sabido llamar la atención de unos cuantos miles de jóvenes insatisfechos y desnortados, aunque no se tenga ni repajolera idea de nada, ni se cuente con experiencia profesional o académica de ningún tipo.
En el terreno político ese es el caso del reciente eurodiputado Luis Pérez Fernández, sevillano y más conocido como Alvise. También este sujeto prometía ser una especie de Robin Hood ante la corrupción política y la mentira. Pues mira por donde, chaval, que a ti te han pillado en menos de tres meses tras proclamar un embuste bien gordo en forma de generosa dádiva (100.000 € es la cifra que se apunta en todos los diarios), que le cayeron por el arte de birli birloque desde un chiringuito financiero tras el cual está un señor que Alvise dijo no conocer más que de paso, en alguna fiestuqui o en algún mitin con el que quizás se cruzó. Pero hete aquí, que se han hecho públicos mensajes a través de Whatsapp entre uno y otro, nada más y nada menos que en el sentido de recibir esa cantidad a cambio de que, una vez convertido en eurodiputado el ciudadano Luis Pérez, hiciese lobby en Europa a favor de los intereses del donante…
Espero que sus jóvenes votantes hayan tomado buena nota de que también en el caso de su influencer favorito,
Alvise, una cosa es predicar y otra bien distinta dar trigo. Azote para los que, a su juicio, están inmersos en la corrupción, pero mejor ocultar que quién eso promete es otro corrupto de tomo y lomo. Claro que, desgraciadamente, la experiencia me dice que eso no va a ser así. Basta con mirar las votaciones en las últimas elecciones para comprender que al españolito que viene al mundo, en verdad no le importa nada que quienes se corrompan sean los suyos. Eso es más que perdonable. Al enemigo, sin embargo, ni agua, ya se sabe. Moraleja: nada de ir encargando ya el réquiem político por Alvise. Lo tendremos en el fango para rato.