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Pantallas, adicciones y prohibiciones

lunes 14 de abril de 2025, 11:08h

Piensa Gregorio Luri, filósofo y pedagogo, que también ha sido maestro, que «Si prohibimos las pantallas en el aula no seremos una sociedad competente» (ABC, 27/03/2025), y creo que es una afirmación llena de sentido común y buen juicio, algo que cada vez se echa más de menos en esta sociedad polarizada y pendular que un día defiende una cosa y al siguiente la contraria.

Hemos pasado de idolatrar el uso de pantallas inteligentes en todos los tramos de edad de los ciudadanos a estigmatizarlo y todo, probablemente, por el escándalo que producen ciertas actitudes fundamentalmente provenientes de adolescentes y jóvenes que hipnotizados por las grandes posibilidades que les brinda la inteligencia artificial (IA), les ha faltado tiempo para gastar ese tipo de “bromas” de pésimo gusto (por ejemplo, vídeos porno suplantando identidades y distribuyendo luego el escandaloso resultado), que se encuadran más en el articulado del Código Penal que en la antología de gracietas patrias hasta ahora encabezadas por la tradición asnal de ciertos colegios mayores (chicos y chicas también se igualan en estos menesteres), que habían instaurado la nefasta costumbre de someter a abusos y vejaciones a los más jóvenes estudiantes que recalan en ellos a principios de cada curso.

O quizás también por el incremento exponencial de chavales en tratamiento psicológico por adicciones, es decir, por no saber prescindir de Smartphones y tablets sin que eso les provoque serias crisis de ansiedad. Pero, ¿nos hemos parado alguna vez a pensar de dónde puede venir esa intoxicación por el uso abusivo de las pantallas?

Estoy harto de ver, dentro y fuera de mi entorno más cercano, a padres mucho más adictos que sus hijos, incapaces de soltar el móvil más de cinco minutos seguidos, incluso aunque sus hijos estén delante, o en comidas y cenas familiares. Que les quede claro que, para ellos , es más importante atender al móvil que a sus propios hijos. Y estos mismos padres, cuando ven a sus hijos adolescentes manejando el móvil para echar una partida de videojuegos con sus colegas del barrio o del instituto, o participando en unb grupo de whatsapp más de diez minutos seguidos montan en cólera y , a voces, instan a sus jóvenes imitadores a que apaguen ya mismo los aparatitos o se va a armar la marimorena. Pero lo que no veo que hagan nunca estos padres inquisidores es predicar con el ejemplo y, una vez en casa después de ocho o diez horas de ausencia por los trabajos respectivos, apaguen sus móviles ni por equivocación.

Pero pasemos del ámbito más próximo a ese otro de empresas, instituciones y administraciones que también tienen su “aquel”. Ahora nos pontifican desde las consejerías de Educación de las comunidades autónomas que nada de pantallas en el cole ni en casa porque sus efectos son nefastos. Mientras tanto, en Europa, Estados Unidos, China, Japón , Corea y el resto de países más o menos industrializados, no he visto que hayan tomado medidas ni siquiera parecidas a las que se anuncian aquí. Siguen formando cotidianamente en competencias relacionadas con el uso de la informática, entre otras cosas porque después obligarán a los ciudadanos a que hagan uso de ella cada día en sus relaciones comerciales o administrativas.

Ayuntamientos, Comunidades Autónomas, Administración Central y todo tipo de empresas de bienes y servicios(bancos, hospitales, empresas de telefonía, supermercados, tiendas de todo tipo, asociaciones,etc.), esperan de sus clientes que no les den la vara personalmente o vía telefónica y que pregunten y resuelvan sus problemas o hagan frente a sus obligaciones a través del PC o del móvil, y si no se han formado con anterioridad, ya sea por falta de medios, por razones de edad , o por lo que sea, que a ellos no les vayamos con cuentos.

Es ya el colmo de la deshumanización de las relaciones administrativas y comerciales en nuestras sociedades acomodadas y superinformatizadas. Siempre se ha dicho –y nadie parece haberse rebelado contra ello–, que “el cliente (léase también el ciudadano, el administrado….), siempre tiene la razón”. Ese lugar común , sin embargo, parece haber cambiado ahora al añadirle una coletilla: “… siempre que no venga a tocarnos las pelotas con eso de que no saben mucho de informática”.

Basta ya de decirnos cómo tenemos que vestir, cómo y cuanto tenemos que comer, si debemos preparar ya el kic de supervivencia , si debemos acostarnos con nuestras parejas en camas únicas o individuales… Ya somos mayorcitos y exigimos igualdad de trato a la hora de hacer frente al pago del IRPF, a sacar del banco 5000 euros con la misma facilidad que cuando vamos a ingresarlos, o a recibir un informe médico en papel porque no somos capaces de entrar al portal del paciente o porque no sabemos. ¿O es que es más importante atender al que paga vía telemática, o curar a quién no tiene dificultades de acceso al portal del paciente , que a quienes no saben, no pueden o no quieren hacerlo?

Las pantallas, la informática, la telemática y la madre que las parió a todas no son en sí mismas malas ni buenas. Ya nos ocupamos nosotros mismos en estigmatizarlas en lugar de instruir adecuadamente en su manejo a los chavales, y en recordarles que todos esos artilugios no son nunca un fin en sí mismo sino medios para facilitar o hacer más eficaces gestiones y trabajos. Incluso para divertirse, pero nunca para encadenarse.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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