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Otro pucherazo en Venezuela

jueves 01 de agosto de 2024, 08:13h

La historia de la Venezuela del último cuarto de siglo está repleta de elecciones opacas, de violaciones sistemáticas de la ley, de abusos, de represión y violencia políticas, de despotismo, de fraudes electorales, de “paguitas” a diestro y siniestro para alimentar voluntades patrias y hacer florecer una estructura clientelar de puertas adentro, y de un generoso riego de ayudas internacionales a regímenes amigos como los de Cristina Kirchner, Evo Morales o Rafael Correa.

Así lleva ya 26 años la Venezuela que, desde 1998, alimentó Hugo Chávez Frías, teniente coronel que había encabezado dos intentos de golpe de estado que luego serían sobreseídos, y que más tarde acabaría ganando las elecciones iniciando un periodo de populismo descarado y un renacido comunismo latinoamericano (todo ello acabó denominándose “chavismo”), a través de la culminación de un proceso constituyente que desembocó en la ocupación de todas y cada una de las instituciones del Estado, y con la separación de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial), en favor del presidente. Y, por si todo esto fuera poco, se acallaba cualquier voz disidente, ya surgiese a través de los medios de comunicación o por cualquier otra vía, incluida la de las redes sociales.

El caso es que Chávez se mantuvo en el poder durante cuatro mandatos consecutivos y nombró como sucesor suyo a Nicolás Maduro que, a tenor de lo visto y aunque parecía el menos aventajado de sus acólitos, resultó ser a la postre un eficacísimo gobernante chavista manejando todos esos resortes de poder heredados durante sus más de 11 años de mandato.

El último de sus tejemanejes políticos ha sido este opaco proceso electoral de 2024 que culminó el domingo 28 de julio con esa autoproclamación como vencedor frente a la oposición encabezada por Edmundo González tras la inhabilitación a última hora de María Corina Machado, la candidata electa en primarias por la oposición para enfrentarse al dictador Maduro. No se puede catalogar de otra forma a alguien que, aparentando formas democráticas, utiliza todos los resortes del poder para maniatar y acallar todo intento de oposición que pueda mermar la concentración de poderes acumulados en su persona.

Con datos de la oposición, y con el 73,25% de las actas escaneadas, digitalizadas y contabilizadas por los testigos de las votaciones, el candidato demócrata, Edmundo González, habría derrotado a Nicolás Maduro sin necesidad de terminar el recuento. El opositor recogió 6.275.182 votos frente a los 2.259.256 apoyos para Maduro. El resto de las actas fueron secuestradas a la fuerza por funcionarios chavistas o militares, como cuentan varias crónicas de los periodistas españoles enviados especiales que diversos medios de nuestro país han mandado a la capital venezolana.

Las más que razonables dudas que ha suscitado todo el proceso electoral venezolano han culminado con la proclamación de estos resultados oficialistas que dan como vencedor a Maduro, pero sin aportar las actas de todos los colegios electorales. Es palabra de Dios y nadie debe osar ponerla en duda sin atenerse a las consecuencias. Es lo que le está pasando ya a los principales líderes de la oposición, empezando por la propia María Corina Machado, que ya andan sorteando su busca y captura para eludir la implacable represión de Maduro tras las primeras protestas en las calles, con el negro balance inicial de al menos siete muertos en el transcurso de las cuales también se han derribado seis estatuas de Hugo Chávez.

El dictador ha vuelto a buscar las fórmulas necesarias para minimizar el voto opositor. Dentro de sus fronteras con una represión tremenda a los descontentos con la marcha del país, y en el exterior, obstaculizando el voto emigrante hasta el punto de que ni siquiera ha podido votar el 1% de los casi ocho millones de ciudadanos que han tenido que salir de Venezuela por motivos económicos y políticos. En estos momentos la república venezolana cuenta con unos 27 millones de habitantes, lo cual da una idea bastante lacerante de la desafección (por no decir la desesperación…), del pueblo venezolano por la situación que lleva atravesando su país desde hace ya más de 25 años.

En España, por supuesto, los amigos de Maduro han sido los únicos que inicialmente no han puesto ni un solo “pero” a los datos oficiales facilitados por Maduro. Hablo de Bildu, de Podemos, con Monedero a la cabeza, y el gran amigo de Maduro, el expresidente socialista español Rodríguez Zapatero. Un día después, tanto Sumar como Podemos e Izquierda Unida modificaron ligeramente su posición para pedir a Maduro más transparencia en los datos. El ministro de Asuntos Exteriores, Albares, ha pedido también, aunque tímidamente (no vaya a ser que se ofenda el sátrapa), que se hagan públicas las actas electorales, mientras muchos gobiernos lo han pedido con toda contundencia, incluidos los del Brasil de Lula, el colombiano Petro y el chileno Boric, mientras que el presidente Sánchez no ha abierto la boca hasta la fecha, acuciado como está con problemas internos de todo tipo (acuerdo con ERC que dinamita el estado de las autonomías, imputación de su mujer, Begoña Gómez, dificultades casi insalvables para dar viabilidad a unos nuevos Presupuestos Generales del Estado (PGE), para 2025, etc.).

Resulta verdaderamente incomprensible que la izquierda radical española siga empeñándose en defender a un sujeto como Maduro, la punta de lanza de un régimen corrupto que, a pesar de que siempre anda manejando el término “democrático” para aplicarlo a su gobierno, es capaz de manipular resultados electorales, detener a miembros de la oposición política y amenazar a todo ciudadano que participe en las concentraciones y manifestaciones de protesta contra esta burda salida de pata de banco al atribuirse ese 51% de votos para sí mismo, después de haber negado que ninguna delegación democrática extranjera pudiera acudir a comprobar in situ el desarrollo de las votaciones que Maduro tildaba de democráticas, pero que ha procurado que se parezcan más a unas votaciones clandestinas y controladas por el poder (es decir, a dar el “pucherazo”), que a unos comicios verdaderamente transparentes, democráticos y homologables a los de cualquier democracia occidental.

Y habiendo llegado hasta este punto, mucho nos tememos que no habrá más remedio que aplicar dos vueltas de tuerca más a las sanciones internacionales contra el régimen de Maduro si es que la comunidad internacional no se pliega a los deseos del sátrapa para permanecer otros tantos años en el poder y así seguir empobreciendo a la población venezolana al tiempo que sigue llenando las cuentas corrientes de su entorno más próximo.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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