www.diariocritico.com

Menos mal que nos queda Portugal

miércoles 21 de agosto de 2024, 07:56h

Fernando Díaz-Plaja ha venido definiendo y conformando la idiosincrasia del ciudadano español durante la segunda mitad del siglo XX. En su estudio titulado El español y los siete pecados capitales (Ed. Alianza, 1967), que ya he citado en alguna otra ocasión, hizo un inteligentísimo y divertido análisis del modo de ser de nuestros conciudadanos a lo largo de la historia basándose en la observación, en la costumbre y en la literatura para acabar de perfilar nuestros más íntimos afanes, nuestras más profundas preocupaciones y nuestras más inconfesables debilidades.

Y no se confundan, por favor. A pesar del término “pecados”en el mismo título del estudio, este tiene más de sociológico y de etnográfico que de alegato ético, aunque sea partiendo de los clásicos pecados marcados desde la moral católica.

Si aún no ha abierto sus páginas, no tarde en hacerlo porque pasará un rato estupendo que le hará reflexionar sobre usted y su prójimo, a ver si se reconoce en ellos. Y si ya lo leyó, vuelva de nuevo sobre él porque lo mismo descubre algún nuevo ángulo sobre la idea del español y lo español. Sólo a título de ejemplo, recuerdo que, además del pecado principal (digámoslo así), el escritor se adentraba también en los pecados derivados del mismo y así, con la soberbia, Díaz-Plaja hace también una aguda inversión en la vanidad, la presunción o el individualismo. Y este tema —mire por dónde—, me parece de rabiosa actualidad.

Pero, volviendo al hilo argumental en el que quería engancharme, me parece que fijar la influencia del libro de Díaz-Plaja hasta finales del siglo XX no es del todo justo. Al menos yo diría que ha sido más que acertado en todos sus extremos hasta hace seis años, exactamente los que lleva Pedro Sánchez en el poder. Media docena de años después, a nuestro humilde entender, habría que añadir al menos un pecado capital más al acervo cultural del españolito, ese al que Machado advertía ya que Dios le guarde porque una de las dos Españas habría de helarle el corazón. Ese pecado es el del desagradecimiento.

En realidad, es un subpecado derivado del de la envidia, y le voy a concretar un poco más. Se queja el personal de que David Sánchez (o, David Azagra, el nombre artístico del hermano músico del presidente enamorado), haya acumulado un capital tremendo en sólo unos años, que ni siquiera es justificable por los chollos de ingresos que le ha facilitado su teórico y amplio conocimiento musical (los malpensados aseguran que ha sido su parentesco con el presidente, pero no haga mucho caso de ello). Como es hombre de mundo y sabe lo que se cuece aquí y allá, el artista pragmático hizo el “favor” a la Diputación de Badajoz de aceptar el empleo más que dignamente remunerado que le ofrecía a cambio de no ir por allí a trabajar y, sin acudir a su despacho ni un solo día, entre otras cosas porque ni siquiera le habían habilitado en la Diputación despacho alguno. Claro que hay una jueza que ha ido más allá y lo está investigando por malversación, tráfico de influencias, prevaricación y fraude a Hacienda y a la Seguridad Social. No hay problema: desde Moncloa se piensa también que “aquí no hay caso”.

Mirando bien la cuestión, hay que advertir que David ha sido antecesor del teletrabajo, por un lado, y un clarividente de la optimización de los espacios. Pero, a más a más, que diría el Molt Honorable president Salvador Illa, ha demostrado a todos los españoles cómo pagar menos impuestos y, además, con el visto bueno no sólo de su hermano, sino también de Chiqui Montero, la Vicepresidenta 1ª, y Ministra de Hacienda.

¿Que cómo es eso? Muy fácil, váyase usted a Portugal, dese de alta allí como contribuyente, y verá como sus tipos resultantes por las tablas fiscales a aplicar en su caso serán muy inferiores a los que tendría si se quedara en España. No sé por qué todos los españoles contribuyentes no imitamos al artista Azagra y trasladamos nuestro domicilio fiscal al país vecino. Ya lo decían los gallegos Siniestro Total en la década de los 80, Menos mal que nos queda Portugal.

Si es que no hacemos más que quejarnos de que, si el poder corrompe, de que si el presidente miente más que habla, que si ha contagiado ese problema a todos los ministros del gobierno que ya no se despeinan ni el flequillo por haber dicho una cosa ayer, y hoy asegurar exactamente la contraria. Hay que fijarse en lo positivo, señores y señoras: váyanse a Portugal de una puñetera vez (al menos a tributar), y así matamos dos pájaros de un tiro: reducimos sustancialmente nuestras obligaciones fiscales y, además, ayudamos a Pedro a deshacer la vieja España. Sí, al que parece empeñado en pasar a la historia a costa de lo que sea. Pues nada, ya saben: Menos mal que a todos nos queda Portugal.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios