La incoherencia de la política exterior española se hace cada día más evidente. Hoy digo digo y mañana digo Diego y, encima, trato de exponerlo como una lógica evidente en el cada día más complejo panorama geopolítico internacional. Así las cosas, con un guión cambiante cada dos por tres, los diplomáticos españoles están al borde de la esquizofrenia porque tienen bastante con templar su indignación con ese títere que Moncloa ha instalado en el Palacio de Santa Cruz y, al mismo tiempo, tratar de defender los intereses de los ciudadanos españoles por todo el mundo con la mejor voluntad y con la eficacia dispar que provocan esos guiones incoherentes y caprichosos que tienen más como norte sacarle al presidente las castañas del fuego de puertas adentro (Begoña, David, Koldo y demás asuntillos sobre los que conviene echar cortinas de humo…), que dibujar seriamente un mapa de intereses de estado.
Mientras Xi Jinping introduce el virus de la división de intereses entre los distintos estados de la UE a través de las permanentes tentaciones de la exportación de bienes, tecnologías y servicios a un coste infinitamente menor que el del Viejo Continente, Sánchez viaja a Pekín para acercarse al mandatario chino aunque con ello debilite la postura de la UE en la negociación bilateral en la cuestión arancelaria. Ayudamos mínimamente a Ucrania al tiempo que seguimos engordando las compras a Rusia y haciendo la vista gorda, o lo que aún es peor, mirando para otro lado en las frecuentes intervenciones de Moscú en nuestros asuntos internos. Recuérdese el apoyo de Putin a los movimientos independentistas catalanes en el 1 O, como punta de lanza para otras intervenciones del mismo o mayor calado en otras zonas de Europa.
Llueve sobre mojado porque tampoco nadie entendió el giro copernicano que el presidente español dio a la cuestión del Sahara expresado a través de una carta vergonzosa de Pedro Sánchez a Mohamed VI y que hasta la diputada de Sumar, Tesh Sidi, de origen saharaui, ha puesto recientemente en la cada vez más larga lista de contradicciones del gobierno socialista: "Palestina coloca al PSOE en una incongruencia moral porque el conflicto saharaui es lo mismo".
Dentro del continente europeo seguimos dando una imagen lamentable, no solo con los escándalos de corrupción, sino también y al mismo nivel con el constante asalto a la libertad de prensa y a la independencia de los jueces, y eso después de haber tomado ya la Fiscalía General del Estado, el Tribunal Constitucional y una lista copiosísima de instituciones, empresas y organismos cuya independencia ya ha sido cercenada en la práctica. El último de ellos el del mismo gobernador del Banco de España, ocupado ahora por el exministro Escrivá, un hombre de Sánchez que pasa ahora a hacerse cargo del organismo cuya independencia es fundamental para corregir políticas económicas del gobierno de turno y que así el presidente tiene convenientemente maniatado.
Del artificial conflicto levantado desde Moncloa contra el presidente argentino, Javier Milei, o la tibia respuesta (quizás sea más apropiado calificarla incluso de fría…), dada por nuestro gobierno al pucherazo infame que Nicolás Maduro ha perpetrado en Venezuela, no hace falta dar muchas explicaciones. Resulta difícil entender cómo se puede estar a la vez formando parte de la UE y, paralelamente, alineado internacionalmente con Pekín, Moscú, el Grupo de Puebla, Irán y otros estados satélite que, como mínimo, defienden intereses diametralmente opuestos a los mantenidos por la mayor parte de los estados componentes de la Unión Europea.
En fin, que no estaría mal que nuestro presidente vuelva a retirarse unos días a reflexionar, como en su día hizo con el tema de su mujer – Begoña y el tráfico de influencias -, para así poder aclarar, primero a los ciudadanos españoles y al resto de sus representantes políticos, luego a sus socios europeos, y después al resto del mundo mundial, qué diablos de idea tiene del papel de España en este complejo panorama internacional que ha vuelto a situarse al borde de una nueva Guerra Fría, si es que no estamos ya más que metidos en ella de cabeza. Y, de paso, que nos diga si al frente de Exteriores figura realmente José Manuel Albares o, por el contrario, quien maneja los hilos de verdad en nuestra política internacional es José Luis Rodríguez Zapatero, aunque este no se siente en la mesa del Consejo de ministros.
Sería necesario para que España acabase de una vez por todas de salir de esta penosa y reiterada contradicción en materia de política internacional. Lo merece una nación con más de cinco siglos de historia y con una situación geoestratégica que nos obliga a tomar posturas muy claras, inequívocas y coherentes con las sostenidas por la OTAN, la UE y los Estados Unidos, clubes de los que voluntariamente formamos parte y a los que no siempre beneficiamos con estos movimientos pendulares en materia de política exterior.