Antes de terminar este duro ferragosto hispano, Óscar Puente (abogado y exalcalde de Valladolid, 1968), comparecía en el Senado a propuesta del PP como ministro de Transportes y Movilidad Sostenible del Gobierno de España, para justificar lo injustificable, para blanquear su impasibilidad y su ineptitud al frente de un ministerio al que, de seguir así, no habrá más remedio que acabar por cambiarle de nombre al de Transportes y Movilidad Insostenible.
No es de recibo, señor Puente, que usted se tire buena parte del mes de agosto jugando al golf mientras miles de ciudadanos se veían atrapados durante horas en trenes AVE, Alvia, de media distancia y de cercanías quienes, a fuer de soportar lo indecible, se han visto abocados a romper las cristaleras de los Talgo o de los Cercanías y abandonar el tren incluso caminando por las vías, para intentar no sucumbir a una lipotimia después de aguantar horas a más de 40 grados. Unas imágenes que, en pleno mes de agosto, no perfilan la mejor de las opiniones posibles sobre nuestro país entre los millones de turistas que nos están visitando. Pero usted, erre que erre (El ferrocarril «vive en España el mejor momento de su historia»), ha dicho, presumiendo y sacando pecho, que es lo suyo, de una red de ferrocarriles y de unos trenes que usted mismo ha venido a situar en la cota más baja de puntualidad, eficiencia y eficacia de los últimos 50 años (al menos). Déjese usted e cuentos chinos, de hacer un uso irritante y estrafalario de sus clases de oratoria barata y, si de verdad quiere servir a España, váyase a casita y, allí sí, móntese una red ferroviaria de juguete en la habitación más grande de su casa que sirva de laboratorio a su sucesor y para que usted mismo vaya contando batallitas a familiares y amigos sobre su increíble y triste paso por el departamento que maneja el mayor presupuesto de todos los ministerios sanchistas.
Lo suyo, señor ministro, es seguir apuntando hacia jueces, periodistas, hacia Milei , hacia Núñez Feijóo, Ayuso y -ya puestos-, incluso hasta a Aznar, Rajoy y el mismo Franco, es decir, en las direcciones que le marca su jefe y maestro de ceremonias que, por cierto -si las malas lenguas no andan mal informadas-, se está preparando ya su particular salida de la presidencia del gobierno de España hacia el Consejo Europeo, presidido en esta primera mitad del ciclo legislativo por el portugués Antonio Costa, y a quién Sánchez sucedería en la segunda mitad, propiciando así que no haya sangre en el seno del partido ante la posible eventualidad de unas nuevas elecciones legislativas, para buscarle un sustituto de urgencia -como a Joe Biden-, y alejando de su persona el cáliz de una nueva derrota en las urnas que vuelva a fijar un suelo aún más bajo en votos y escaños para el PSOE en el Parlamento español, sobre todo tras el rechazo generalizado del concierto catalán, la amnistía, los indultos, los líos familiares (léase Begoña y el hermanísimo), el blanqueamiento de los ERE con la inestimable ayuda del TC y Conde Pumpido.
Que si el PP, que si Franco, que si Talgo… El caso es que aquí nadie corre con la responsabilidad del desastre sostenido que lleva viviendo la población que viaja frecuentemente en tren. Todo el mundo es culpable menos el señor ministro de Transportes, claro, que ha tenido un curso muy activo en redes y necesita descansar. A los trenes y a los viajeros que les den porque siempre se podrá recurrir a Franco para buscar las culpas correspondientes.
Yo sólo sé que he viajado docenas y docenas de veces en tren y en los últimos 15 o 20 años y en contadísimas ocasiones he llegado a tener más de un cuarto de hora de retraso. Ahora hablamos ya de horas, de alteraciones que en el AVE se suceden con frecuencia casi diaria, y mucho más que diaria en los trenes de cercanías de Madrid. Pero nada, el ministro dice que esto es jauja, que nunca antes habíamos tenido unos trenes tan guais, ni unas infraestructuras tan chachis. Pero al final, señor ministro, el día a día dice objetivamente lo contrario de lo que usted asegura percibir.
Si hubiera que poner un calificativo a la adversa situación a la que su nula gestión ha llevado a la red ferroviaria y sus trenes en España y en estos momentos, probablemente los más ajustados serían el de “caos”. O el de “desastre”. Y no llego a imaginarme los venablos que saldrían de su parte en X, esa red que usted maneja con tanta soltura, si en vez de un representante del sanchismo hubiera al frente de Transportes un ministro del PP y estuviésemos atravesando idénticas circunstancias. De lo que estoy absolutamente seguro es que, en ese hipotético caso, por su boca no pasaría eso de que El ferrocarril «vive en España el mejor momento de su historia». Espero, en fin, que su hándicap como golfista sea mejor que el de ministro, esta vez por el bien del deporte de base español.