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Cretinismo, estulticia y modernidad

viernes 24 de mayo de 2024, 08:46h

Tenía un jefe, hace de esto ya muchos años, que llegó hasta el sillón más por razones de amistad que por preparación. Nada nuevo bajo el sol porque, en estos últimos tiempos estamos asistiendo al ejercicio del nepotismo, no ya para capitanear un equipo de unos cuantos colaboradores, sino incluso para presidir Correos, formar parte del consejo de administración de Indra, ADIF o de Renfe, pongamos por caso. Decía, pues, que aquel jefe, mentecato, engreído y prepotente como él solo, se ponía a lanzarle un “breafing” -utilizo el palabro inglés porque es de esto sobre lo que, en realidad, quiero hablar-, a la señora de la limpieza con el mismo desparpajo que si lo lanzara al claustro de profesores del Departamento de una facultad de Humanidades Contemporáneas, o como si se dirigiese al CEO y al presidente de una multinacional, que la empresa aspirába a tener como cliente. Lo mismo era una forma de “training” para ir adquiriendo, poco a poco, más seguridad en sí mismo... ¡Nunca se sabe!

Y en ese pequeño intento de modernidad ante el mismo sursum corda, el tío incluía los diez o veinte anglicismos de moda en la jerga del sector de referencia que iba aprendiendo en su escasa experiencia y nula preparación al frente del departamento en cuestión. Una situación desternillante y ridícula si no fuese porque resultaba más que ilustrativo de la nueva hornada de dirigentes, que aprovechan su inglés elemental para encubrir su cretinismo y su ignorancia sobre un tema.

Pero en esta historia (relación de sucesos que suceden sucesivamente, que diría el clásico), de lo pequeño, lo del día a día, siempre se encuentra uno casos aún más sangrantes que, sin ánimo de cerrar el tema, voy a ir enunciando a título ilustrativo y a renglón seguido.

Es común en nuestro tiempo de complejos y estulticia escuchar que acudir a una conferencia o seminario ahora, al parecer, se llama “webinar”, no sé si porque quienes prefieren llamarlo así se creen que lo que ofertan es mucho más importante. Destripar el guion de una peli o adelantar cómo termina una tragedia (¡vaya adelanto!), ahora se denomina hacer “spoiler”. Hacerse un “contouring” es retocarse levemente la cara con una intervención de cirugía estética. Decidirse a pedir ayuda de financiación a través de un “crowdfunding” es como decir que se aceptan ayudas (grandes o pequeñas), pero sin vuelta ni justificación. Ahora nadie factura su equipaje cuando viaja en tren o avión sino que se apresura a hacer el “check-in”.

Quizás algunas de las miles de mujeres participantes en la última carrera contra el cáncer en Madrid, no fueran “runners” sino simplemente atletas o corredoras. Siguiendo con el deporte, un patinador ahora no es tal, sino un “skater”. Y, como se va acercando la hora de comer cuando redacto estas líneas, voy corriendo al despacho porque allí me espera una nueva sesión de “coaching” para enseñarme a dejar de ser diletante, estúpido, engreído y sosainas por creerme que utilizando tantos y tantos anglicismos voy a tener más seguidores en las redes, o seré capaz de convencer a algún lector de que mi inglés va viento en popa a toda vela (cuando la verdad es que como media España mayor de 50 años, soy como un nadador que bracea pero no se mueve del mismo punto en el agua). Me repatean tantas muestras de esnobismo, y tantas y tantas pruebas de que la estupidez hace ya años que campa entre nosotros, y parece que definitivamente. Nuestros políticos y consortes son los máximos culpables de ello porque, como no han pasado por la universidad, de algún modo tienen que demostrar que están mucho más al día que el común de los ciudadanos y, claro, esta jerga infame y despreciable es mucho más fácil aprenderla que la econometría, la teoría de la información, la literatura italiana contemporánea, la Historia española de la Edad Media, las aeronaves de ala fija o las de ala rotatoria pongamos por caso.

Pero si alguien se lleva el oro olímpico en esta competición de hablar mucho, en inglés o español da igual, con escaso conocimiento y sin decir nada, en definitiva, es la ilustrísima directora de la cátedra extraordinaria de Transformación Social Competitiva de la Complutense, Begoña Gómez que, a fuer de inanidad, y a sabiendas de que no es su verbo, sino su marido quien le abre las puertas, dice cosas aún más oscuras que las que encubren los anglicismos, a los que también recurre con frecuencia la primera dama. Véase si no, esta críptica aseveración: «No seamos indiferentes ante nuestra realidad. Los desafíos son urgentes, seamos estratégicos, pensemos en nuestra transformación social, cómo genera un impacto positivo». O esta otra frase lapidaria: «Seamos parte de una construcción de una sociedad mejor, saludable, viva y en movimiento que sepa enfrentarse a los retos del futuro. Porque los retos del futuro serán los retos de nuestros negocios. Y podremos afrontarlos de una manera más fuerte, con menos incertidumbre y seremos más invertibles».

Yo, señores y señoras, dimito. Vuelvo al Román paladino que, al fin y al cabo, lo entienden más y mejor el común de los mortales, aquellos que afortunadamente no han perdido aún el norte ni el sentido común, aunque para esta legión de cretinos no seamos más que los nuevos parias de la tierra.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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