Aznar y su ministro Mayor Oreja con sus terminales mediáticas llegaron a la conclusión en el año 2000 que meter en la misma coctelera a ETA con el nacionalismo, le daba resultados. Eliminó de un plumazo la libertad ideológica consagrada en la Constitución y trató de culpabilizar a todo aquel que no comulgaba con su simplismo. No fueron momentos buenos para la libertad de expresión, algo fundamental en una democracia. Y en una de esas a todo aquel coro de áulicos madrileños les bauticé como "brunete mediática" y todavía el término colea. Simple defensa.
Pero lo importante en una democracia es la libertad de expresión. Es el aire para unos pulmones. Sin aire, la gente se muere. Sin libertad de expresión quien fallece es la democracia.
Por eso es bueno insistir en la importancia de este aire. El tema siempre será prioritario. Y de absoluta vigencia. Porque está visto que es un derecho constitucional cuyo ejercicio depende, fundamentalmente, de una práctica. De nada vale su consagración. La formalidad.
La batalla de la libertad de expresión se gana o se pierde todos los días. No hay nada estable ni predeterminado. Porque se trata de un derecho subversivo. Informar, opinar, siempre será un acto de subversión. De rechazo al silencio, a lo establecido. Al orden impuesto y manipulado.
Rasgo esencial de una democracia es la libertad de expresión. Probablemente el más importante. Podría decirse que es lo que distingue un sistema democrático de uno autoritario. Más ahora con redes sociales envolviéndolo todo.
Pero sobre la libertad de expresión se abaten muchos factores. Unas veces el Estado como tal. Otras, los gobiernos que sólo responden a la legitimación de su origen y no a sus actuaciones cotidianas. Influye la presión de grupos económicos poderosos. Influyen los anunciadores. Influyen los propios dueños de los medios y en no poca medida los directores. Influyen los francotiradores. Influyen los pasados de rosca.
Hoy existen variantes en cuanto al cercenamiento de la libertad de expresión. Pocas veces se da la agresión directa, administrativa, que solía plantearse en el pasado. Hoy en día hay otras manifestaciones: la presión abierta o velada, el ablandamiento a través de ofertas de diversa índole, las amenazas simuladas. Hay una sutileza que antes no existía y que hace más difícil la situación. Porque el enemigo se torna invisible, pero se hace más eficaz. Pero también están los que tienen afiladas sus denuncias. Y actúan.
Existe no ya la censura sino una práctica aún más despreciable y peligrosa: la autocensura. La autolimitación, donde juegan el miedo, las conveniencias, las circunstancias. Donde el llamado "interés nacional" y algunos otros lugares comunes del mismo origen y pelaje pasan a ser elementos claves como también el interés de estado. A los fines de anular el ejercicio de la libertad de expresión.
La libertad de expresión es un derecho de doble vida. Me parece a mí. Por una vía se expresa el ciudadano. Es el derecho que tiene toda persona a exponer sus puntos de vista, sus ideas; a pronunciarse. La otra vía es la opinión pública. Es el derecho que tiene una colectividad organizada a estar informada. Absolutamente de todo.
Los excesos en materia de libertad de expresión, que suelen preocupar a algunos, son mucho menos peligrosos que las limitaciones, cortapisas y controles. El odio que destilan algunos correos es algo muy inquietante pero también esa voluntad de encarcelarlo todo. Está visto que leyes sobre la materia, decisiones administrativas, autocensura y demás mecanismos, tienen efectos contraproducentes. Los excesos en esta materia son sancionados por la propia opinión pública. Quienes se extralimitan terminan por perder credibilidad. Lo cual es más efectivo que una sanción, bien sea judicial o administrativa, sin menospreciarlas, pero sin sacralizarlas.
Un debate sobre el tema, en la actualidad, sería altamente beneficioso. Ya que subrepticiamente, en silencio, vienen tomando cuerpo, posiciones y conductas inquietantes.