No hubo agresión, ni homófoba ni de ninguna clase. Un chico de 20 años se inventó que ocho encapuchados le tatuaron “maricón” con un cutter en el glúteo para no reconocer que le había sido infiel a su novio con otros y que no era víctima de nada, que las lesiones formaban parte de una práctica sexual consentida. Hasta llegar a esta conclusión hemos vivido más de 48 horas de estupor, de repugnancia, de un asco inmenso por lo que creíamos un delito de odio.
Y una vez más, hemos asistido al oportunismo político, al que ya nos tienen demasiado acostumbrados. El presidente del gobierno se apresuró a convocar la “Comisión contra delitos de odio”, ministros dejando ver o diciendo directamente que detrás de esta agresión estaba la ultraderecha, portavoces hablando incluso de “talibanes españoles”. Arrojándose víctimas a la cara como si se pudiera hacer política con todo, erigiéndose salvadores de unos valores que no tienen y de una sociedad que desconocen y de la que cada día se alejan más.
Vivimos en un momento en el que todo se hace a golpe de tweet, sin reflexión alguna, sin contrastar. Con unas prisas incompatibles con la veracidad. Ser el primero en decir, en condenar, en felicitar, en informar… Un peligroso tiempo en el que no existe la presunción, salvo que sea de culpabilidad. El #yositecreo sin una sola prueba. Donde no se deja trabajar, ni se respetan los tiempos de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad ni a los Jueces porque, inexplicablemente, se filtran desde los secretos de sumario hasta las denuncias, aunque sean falsas, como la de este chico. Da igual que todo sonara raro, encapuchados con sudaderas en una tarde de calor, terrazas llenas en un barrio popular y que nadie viera nada, vecinos que no escucharon ni un grito, ni un testigo, ni una imagen… Da igual que la policía estuviera investigando. Da igual, había que correr a Twitter con el hastag de turno para ser Trending Topic.
Y entre tanto, asistimos inmunes a una banalización del mal y de lo que está mal porque nunca pasa nada, porque no hay consecuencias, porque nos hemos acostumbrado a no dar importancia a lo importante. Esta denuncia falsa no es sólo un delito, no es sólo reprobable sino que hace un daño incalculable a todas esas personas que sufren de verdad esas agresiones, esa discriminación y ese odio. Por eso, no todo vale. No todo es ponerse la medalla, no todo es culpar al adversario, no todo es un “conmigo o contra mí” permanente. No todo son votos, no todo es izquierda o derecha… No todo es política. No se puede hacer política con todo.