La generación de cristal, resultó ser de DIAMANTE, por su dureza, su pureza y su valor.
Muchos les habíamos confundido con personas frágiles, como un cristal que se rompe en mil pedazos ante un golpe. Exigentes, incapaces de gestionar los problemas, intolerantes a la frustración… y ¡qué equivocados estábamos! ¡Qué lección nos están dando estos días!
Un ejército dispuesto y perfectamente coordinado, demostrándonos con ello que no hacía falta que volviera la mili. Con una empatía y una humanidad fuera de lo común en estos tiempos de mirarnos el ombligo.
Valientes, generosos, con una ilusión, una pasión y unas ganas desbordantes, sin perder la sonrisa y sosteniéndose unos a otros.
Esa generación estafada, los que sufrieron una pandemia encerrados en sus casas cuando lo que les tocaba era comerse las calles, aislados tras unas pantallas porque no les quedaba otro remedio; con relaciones virtuales y con estudios y títulos que no les permiten ni independizarse y, pese a todo, no han dudado en dejar sus vidas y arriesgarlas para ayudar a salvar y reconstruir las de otros.
Están utilizando sus redes para pedir ayuda, para dar voz a quienes quieren silenciar y poner rostros a la tragedia. Han cambiado sus móviles por palas y cubos, enfangados hasta las cejas y sin una queja, inasequibles al cansancio y al desaliento.
Jóvenes movidos por un mismo propósito: las ganas de ayudar, de construir una sociedad con valores, en la que sí quieren vivir. Estando donde sienten que tienen que estar, porque esa era otra crítica a esta generación: que mostraban sin pudor sin sentimientos…
Con esta juventud no solo hay esperanza sino que ellos son la esperanza.
Todo mi respeto, mi admiración y mi gratitud infinita hacia ellos.