Mi cliente estaba desolada. Era una chica joven, con la oposición recién sacada, que había comprado un piso y lo acababa de alquilar para pagar la hipoteca mientras seguía viviendo con sus padres.
“No puede ser”, me decía. No se creía lo de la vulnerabilidad, o como viene siendo llamado, la “invulnerabilidad” que ha generado el problema de los inquiokupas. Cuando me dijo que una injusticia tan seria tenía que ser cosa de la derecha, caí en la cuenta de que ella era presa de un relato. Tanto que aún no estoy seguro de que haya cambiado de opinión incluso después de haberle enseñado quién firmaba aquél BOE primigenio y tan prorrogado. Entonces el padre de aquella chica, también presente y también de izquierdas, se sonrió y me dijo que al final, va a resultar que Franco se preocupaba más por la clase trabajadora que esta pandilla.
Aquél hombre tenía sus razones. Aún recuerdo también cómo el PSOE vendía en 1994 su ley de Arrendamientos Urbanos, que ponía coto a la LAU de 1964, por lo que entonces calificaban como la grave injusticia franquista de las rentas antiguas. Como todo el mundo sabe, este sistema de rentas mínimas garantiza que el propietario cobre algo, aunque sea poco, y que el arrendatario se preocupe de pagar porque el impago implica el fin del chollo con el desahucio. Así quiso solucionar el franquismo el asunto. La vivienda seguía siendo un activo para el propietario y a la vez una garantía para el ciudadano de clase media, que no iba enriquecerse ni a empobrecerse tampoco si le daba por invertir en inmuebles, y podía elegir entre vivir dignamente en casa propia o alquilada.
Lo que jamás iba a creer yo mismo es que el PP llegase a apoyar la prórroga de una medida tan absurda, que deja atrás incluso atrás la clásica arbitrariedad bolchevique. Quién iba a decir que la izquierda llegaría a obligar a la clase trabajadora a solucionar el problema de la pobreza, en una aberrante dejación de funciones, cargándole exactamente con lo que debería hacer la administración del Estado del Bienestar. El engendro desde luego desprecia y machaca a los pequeños ahorradores, gente que con mucho esfuerzo ha logrado tener una segunda casa que sirve de apoyo con su alquiler, a una discreta jubilación. Desde el punto de vista ideológico, algo así sólo puede basarse en aquel neomarxismo de la escuela de Frankfurt, que veía con disgusto cómo el socialismo había conseguido que el proletariado se aburguesara. Debemos así a autores como Lukács o Marcuse el argumento de que si el proletariado ya no sirve, debe buscarse una nueva clase revolucionaria. Y la hallaron en lo que Marx y Engels llamaron lumpenproletariado, o aquellas clases improductivas que no tenían sitio en el orden comunista, y entre los que estaban marginados, homosexuales; prostitutas, drogadictos, y –siempre que no estuvieran en la cocina- las mujeres. Tales ideas, observadas hoy, bien pudieran haber formado parte de lo que Lenin denominaba la “enfermedad infantil del comunismo”, o el llamado izquierdismo o “comunismo de izquierda”.
En fin, que la medida puede ser cualquier cosa, pero no tengo claro que se pueda decir que en realidad sea de izquierda, o de lo que uno entiende que debe ser la izquierda preocupada por la clase trabajadora que es lo suyo. Pero no es la única medida polémica. Cuando a otra funcionaria le exhibí la paguita mensual de 1392 euros de una defendida del turno –divorciada y con tres hijos- me contestó que ella también estaba divorciada y con tres hijas. Pero además tenía dos hernias discales por trabajar, cobraba 1500 al mes, y tenía que pagar su hipoteca y al abogado, no como ésta. Lo que no le conté es que la chica del turno había sido detenida por abandonar a sus hijos, casi bebés, yendo a emborracharse con los amigos.
Personalmente no creo que estas medidas beneficien en absoluto a nadie a largo plazo porque representan todo lo contrario a estimular a pobres y ricos a prosperar. En EEUU comenzaron a aplicarse a la vez que el pensamiento de Marcuse, en los 60, cuando se pagaba a las madres del Bronx una paguita por cada hijo. Ello provocó que la maternidad del Bronx llegase a ser la más prolífica de todo el país en poco tiempo. Quienes bendecían la medida alegaban que finalmente se había conseguido la liberación de aquellas mujeres, condenadas a la marginación pero que veían una salida al echar de casa al borracho de turno, mientras que la paga les garantizaba que sus hijos –cada uno de un padre- les protegieran en un entorno violento. Quienes estaban en contra decían que ello no libraba a nadie de delinquir ni le sacaba del lumpen; y que muchos de aquellos bebés eran hijos del alcoholismo o la droga con graves taras; amén de que cuando no se formaban esas “nuevas familias” aquellas criaturas acababan en la prostitución infantil o en sitios peores. Para mí, lo más terrible de esta discusión es la cosificación de lo humano, el nepotismo de siempre que juega con la dignidad de las personas, simplemente confiando en narrativas que obvian lo inmoral de la moderna ingeniería social.
Siempre he pensado que mientras la izquierda radical busca a ciegas la revolución sin ideología, la izquierda moderada busca con sensatez la ideología sin revolución. Por eso la única izquierda que ha triunfado en España siempre ha tenido que respetar la libertad. Si hemos visto que vulnerabilidad y paguitas sin condiciones no benefician en realidad a nadie, es por tanto el poder que las crea quien espera cosechar el beneficio en los votos. Al PSOE no le va bien en las encuestas con esto, pero ha conseguido que la gente se lo achaque a Podemos, casi desaparecido del mapa; mientras un Vox vacío de líderes e ideología sube en las encuestas. En cuanto al PP, empiezo a no tener claro si aquella chica que culpaba a la derecha no tuviese razón. Porque en cierto modo y también presa de un relato, este es el cóctel que vota el PP, con el PSOE, para que el PSOE se mantenga en el poder.