Me regala twitter las imágenes de una manifestación nazi ocurrida estos días frente a Ferraz con decenas de personas haciendo el característico saludo que tanto gustaba a Hitler. Eran más de los que me gustaría, ahí, entre bengalas rojas, cuyo color (sí, rojo) es el favorito de esta gente para infundir miedo mientras ellos hacen sus cosas de nazi.
Vivimos unos días en los que premeditadamente se lincha el estómago del ciudadano desde pseudomedios de comunicación previamente subvencionados, influencers y youtubers, para provocar la sensación de terribles ardores con la democracia cuyo resultado se plasma en el vómito de imágenes como las que nos regala twitter.
La cosa esta de ser tolerantes con quienes no lo son lleva a que puedan esparcir su odio usando la palabra libertad… una libertad que sólo utilizan para impedir la de los demás. Un poco de esta vuelta al liderazgo de King Kong como cimiento de masculinidad (golpes al pecho incluidos) flota con el olor propio de quienes la edad impide el control preciso de la orina en las últimas películas de Ridley Scott.
Gladiator II, que a su conclusión levantó aplausos de parte de la sala de cine el día que tuvimos la feliz idea de ir a verla, es una película de viejo, de Varón Dandy y armarios cuajados de naftalina, de señores que se olvidan de lo que estaban hablando a mitad de la conversación pero lloran con los dientes apretados al paso de un Crsito mientras sus señoras estrujan con saña el rosario.
Hollywood tiene la virtud de plasmar casi siempre, con meridiana exactitud a cada momento, el momento que estamos viviendo (valga la redundancia), por eso da tanta cosa el homenaje al sobaquillo sobre el que parece construir últimamente Scott parte de su filmografía. Si el eje de Napoleón era recrearse en el anhelo sórdido tan común de quienes ya no lo catan -el sexo-, usando como adorno la historia del francés y sus batallas, en Gladiator II lo es el homenaje a la masculinidad más primate, que no necesariamente primaria.
Para enmarcar quedan, más allá de los errores históricos, los discursos épicos tan vacíos que parecen sacados del manifiesto dadaísta, el entronamiento de la figura paternofilial, la sumisión de la mujer, y la ridiculización de la homosexualidad, todo, para ensalzar el uso de la fuerza bruta como elemento de superioridad. En resumen, Gladiator II es una película de romanos, pero huele a cuco como una manifestación nazi frente a Ferraz.