La obra del británico Harold Pinter
(1930- 2008) se aproxima mucho al
teatro del absurdo. Escribió sus primeras obras teatrales en la década de los
50. Entre otras, esta 'Invernadero',
que ahora se representa en el Teatro de la Abadía, bajo la dirección de Mario
Gas y en adaptación del escritor Eduardo Mendoza. Una obra de teatro que Pinter escribiera en la década de los 50,
aunque no quiso estrenarla hasta treinta
años después.
Pinter tocó todos los palos de la escena
-dramaturgo, actor, director teatral- y,
además, fue poeta y guionista cinematográfico (recuérdense, por ejemplo, El
mensajero (1971), de Joseph Losey; El último magnate (1976), de Elia Kazan; y La
mujer del teniente francés (1981), de Karel Reisz).
En 'Invernadero',
Pinter muestra una sátira cruel del funcionamiento burocrático y el gobierno
autoritario de una institución que no identifica en ningún momento. En todo
caso, en ella no hay límite en la utilización por parte de los funcionarios
contra los internos de métodos
coercitivos, violentos (física y moralmente), y sus habitantes están
despersonalizados totalmente (se identifican por números, 2467, 2458, etc.). No
parecen estar sometidos a ningún tipo de control por parte del estado y la
máxima autoridad se personifica en la figura del director, que está legitimado en
hacer y deshacer, usar y abusar, decir y desdecirse en cualquier momento, por cualquier
circunstancia y en cualquier sentido. Sus acciones están por encima del bien y
del mal y ningún funcionario -menos aún los pacientes residentes- se atreve a
juzgarlo porque sabe perfectamente el riesgo que corre.
Dulce Navidad
La acción comienza en plenas navidades, lo
cual aún acentúa más el contrasentido de lo que el espectador ve en escena y que
lo sitúa frontalmente con el llamado 'espíritu navideño'. En solo un par de
días, en el centro ha habido una violación y una muerte. El director y su
equipo deben averiguar quiénes han sido los responsables de los dos
acontecimientos.
Tres escenarios distintos situados sobre
una plataforma giratoria son el espacio de los acontecimientos vividos en la obra que, aprovechando los
cambios de acto, van dando paso a los mismos. En el primero de ellos, está
situada la oficina del director del establecimiento (un solo hecho puede
indicar que podría tratarse de una clínica de enfermos mentales porque uno de
los métodos más contundentes que se utilizan es el electroshock). En un segundo
escenario aparecen unas escaleras de subida a las plantas de la clínica y algún
taburete. Por último, la llamada sala 1, la de los interrogatorios, está
presidida por un sillón, donde aplican
electrodos a uno de los funcionarios de la institución, Lamb, sobre el
que recaen todos los indicios de haber transgredido las normas. Detrás del sillón,
hay también unos biombos color crema, donde figuran números de los pacientes,
4528, 2497,...
Una hora y cuarenta y cinco minutos de
situaciones enigmáticas y originales, que podríamos situar entre el absurdo, el
humor negro (pero muy negro, incluso ácido, corrosivo y
hasta de cloaca) y la amenaza. No en vano, las obras de Pinter han sido
llamadas precisamente así: "comedias de
amenaza". En esta obra, desde luego, no
falta el horror, la negligencia,
el desamparo, las violaciones de mujeres y hasta el asesinato. Y, como en otras
obras suyas, los personajes intentan, y casi siempre fracasan, comunicarse para
reaccionar frente a una invasión o un intento de invasión en sus estrechas
vidas. Sus diálogos son siempre
incompletos, frustrados, y reflejan
siempre dificultades insalvables en
la comunicación entre los personajes y están llenos de pausas y silencios.
En conjunto, me parece una adaptación
estupenda de Mario Gas que ha sabido
trasladar al espectador todos los elementos de la obra de Pinter, creándole una
sensación de inquietud y amenaza que no le abandona durante muchas horas
después de haber bajado el telón. Una obra, por cierto, magníficamente
interpretada por Gonzalo de Castro, dando vida a Roote, el
encargado de la institución; y Tristán Ulloa, encarnando a Gibbs, el delfín de
Roote, un ser frío y calculador que solo aspira a medrar y ocupar la plaza de
director; a quienes acompañan también en escena Jorge Usón (Lush);
Isabelle Stoffel (Sta. Cutts); Carlos Matos (Lamb); Javivi Gil Valle (Tubb) y
Ricardo Moya (Loob).
Magníficas también la escenografía de Juan
Sanz y Miguel Ángel Coso; la iluminación de Juan Gómez Cornejo (atenazante esa
escena del electroshock, con una
simulada descarga eléctrica contra el detenido Lamb); y el espacio sonoro de Carlos
Martos Wensell.
VD??O