Un jovencísimo dramaturgo británico, Nick
Payne,
28 años, estrenó
en 2012 la que es su única obra sobre el escenario, al menos, que sepamos:
'Constelaciones'. Está
representándose simultáneamente ya en
varios teatros del mundo (Nueva York y Londres, incluidos). A España llegó hace
ahora un año a la Sala Kubik Fabrik de
Madrid de la mano de Fernando Soto, que dirige el montaje. Desde el
principio sostienen la obra -y les
avanzo ya que no es nada fácil- dos
fabulosos actores: Inma Cuevas y Fran Calvo. Desde entonces, han girado por unas cuantas ciudades españolas y de
nuevo vuelta a Madrid. Ahora ha recalado
en el Teatro Lara, aunque muy pronto
volverá a viajar.
La obra de Payne es extremadamente curiosa
y las circunstancias que hicieron que
recalara en nuestro país, aún más. Al final les contaré, pero déjenme que antes les sugiera algo muy poco habitual en los críticos. Pinchen en el enlace que les
pongo a continuación y, cuando suene el 'Pequeño
vals'de Marlango, sigan leyendo
la crítica. Así entraremos mejor en escena: https://m.youtube.com/watch?v=G7Hk-JiYo9A
Es la única música que suena en una
pieza de unos ochenta minutos de diálogo
entre una pareja que acaba de conocerse, que crea unos vínculos progresivamente
más cercanos, más intensos y a los que la vida llega a ponerlos, incluso, ante
la muerte porque a ella le detectan un tumor en el cerebro, es sometida a
quimioterapia y parece que no hay ya nada que hacer...
Entre el comienzo y el que parece que
pronto será el final de la relación han sucedido mil situaciones, mil
historias, mil posibilidades, aunque
podrían haber sido otras tantas, y con
desarrollos y conclusiones también distintos: "Imagínate lanzar un dado
6.000 veces", dice Marianne a Roland cuando se conocen. "¿Qué pasa
después? Quién sabe... entre nada y todo las posibilidades son infinitas".
En la relación entre Marianne, una profesora
universitaria de física cuántica, y Roland, un apicultor urbano (un encuentro
casual, vamos a tomar una copa, una
barbacoa...), las cosas sucedieron así, pero podrían haber sucedido de muchas
otras maneras. Todas esas múltiples, casi infinitas, posibilidades es lo que
hay que representar en una pieza sin
acotaciones originales del autor. Ese es el mayor problema que Fernando Soto tenía sobre la
mesa antes de poner en pie esta ópera prima del joven dramaturgo inglés a la
que ha dado la solución más inesperada y sutil de las posibles, ya que está
basada únicamente en la respuesta de los
actores (palabra, movimiento y gesto), y en el que el diseño de luz se constituye
casi en un nuevo personaje, y sin más
sonidos que un inquietante zumbido de abejas, fruto de la febril actividad en los enjambres en varios
momentos de la obra y esa canción de Marlango que le he sugerido que
escuche mientras lee (por cierto, habla
del universo, de las constelaciones y que
termina diciendo "quiero una Vía Láctea para mí").
¿Qué hubiera pasado si...?
Sobre
el escenario no hay más que un estor blanco, situado en el centro, que cuelga
del techo y llega hasta el suelo, y que limita así su profundidad y lo reduce a un largo pasillo
en el proscenio, en cuyos extremos hay dos gabanes de noche y unas copas y
vasos con un líquido verde, que recuerda al color de la quimioterapia. La
escenografía y el diseño de luz es de The Blue Stage Family.
El
resto -es decir, casi todo-, depende de la actuación de Fran Calvo e Inma Cuevas
que, en 60 escenas sucesivas -muchas de ellas con texto casi idéntico-, que obligan a los
actores a tener transiciones súbitas
entre el drama y la comedia, entre el
dolor, la contrariedad, la duda, el cabreo, y la sonrisa, la esperanza o un
nuevo plan. La labor de Antonio Gil en el movimiento escénico es fundamental
para la excelente resolución de estos cambios tan bruscos. Ambos tienen que ir
evolucionando cada escena que se repite. Eso es lo que parece a primera vista,
pero siempre hay un matiz, una palabra, un gesto, que añade algo que la hace
distinta. Un trabajo
impresionante el de los dos actores, Inma y Fran. A la primera se lo han
reconocido unánimemente sus compañeros de profesión, que le han otorgado hace
solo unos días el premio a la mejor actriz protagonista de la temporada pasada, y que, perfectamente, podrían haber
hecho otro tanto con Fran porque este montaje es imposible llevarlo adelante sin ser también un actor
fuera de serie.
Vidas no hay más que una, pero hay
mil formas de vivirla ("si
todo lo que voy a hacer en mi vida ya existe, entonces qué sentido tengo yo?",
se dice en un momento Roland). Eso es lo que parece
transmitirnos el texto de Payne, que contrapone las posibilidades
de aciertos y errores humanos con la
determinación, la inflexibilidad, la certeza de movimientos de las abejas que,
en su corta pero fructífera vida, conocen a la perfección sus funciones, sus
movimientos para conseguir el fin
colectivo de generar la mejor de las mieles.
La vida, nuestra vida, es efímera y
solo nosotros, los humanos, tenemos
conciencia de ello, lo que nos hace ser los animales más evolucionados de la
naturaleza. El teatro también lo es y, acaso por eso mismo, hay que exprimir
cada momento de la vida y del teatro, que es justamente lo que sucede en 'Constelaciones'. "Tú, cuando yo me
vaya, tendrás todo nuestro tiempo", termina diciendo Marianne a Roland. Sí,
pero con su tiempo Roland tendrá otra vez miles de posibilidades de
pensamiento, de acción..., de libertad, que es, en definitiva, nuestra grandeza y
nuestra miseria.
Pero
habíamos prometido contar algo más sobre la generación del montaje. Entre esas
posibilidades casi infinitas de acción y de omisión a las que nos hemos
referido ya, también hay cabida para el azar, las estrellas, las
constelaciones. Los actores, amigos dentro y fuera del escenario, contaron la
noche del 16 de marzo, fecha del encuentro
con el público -esta moda tan interesante que se ha adoptado últimamente en nuestros teatros-, que uno y
otro compraron sendos ejemplares del texto de Payne, en momentos distintos, por
separado y sin conocimiento mutuo, en la
misma librería de Londres y que un buen día se comunicaron que habían
descubierto un gran texto para intentar
llevar al escenario y cuando intercambiaron sus libros, resulta que se trataba
del mismo título: 'Constelaciones'.
Pero el azar no termina ahí. Ambos averiguaron después que el joven Nick Payne,
había sido dependiente en esa misma librería que ahora, dedicado full time al oficio de escritor, alberga
también sus obras dramáticas. Estaba
escrito en las estrellas.