Hablábamos “
ayer” de lo importante que es llenar la convivencia de conversación y de comprensión, con la alegría de compartir esfuerzos por el bien común, con la sincera tolerancia de quien tiene principios claros, con el respeto que evita prejuicios y falsedades.
La verdad es que algunos lo ponen difícil. Además, cómo será posible llegar a consensos justos y buenos si quien tiene la sartén por el mango, gobernantes y jerarcas diversos, resulta que no ven –¿qué ha de pasar para que lo puedan ver?- la gravedad de los acontecimientos. Los datos objetivos que nos llegan, a pesar de los “
maquillajes mediáticos”, son corroborados en esta
“vuelta al cole” que todos hacemos. ¿O es que, en realidad, los que provocan debates superfluos o los que no notan la crisis económica y de valores, son precisamente quienes han de poner soluciones?
Sin ir más lejos, asusta pensar que algunos quieran reformar en algunos puntos la Constitución, para que todos pasemos obligatoriamente por el tubo ideológico de los de su cuerda. ¿Estamos en un país libre o no? ¿No ha habido una buena transición? Entonces, qué eso de despertar antiguos rencores o de que sólo se permita una manera de hacer política, o de que para ser tolerantes-dialogantes haya que renegar de los propios principios y apuntarse a cualquier moda, o que estén por encima del bien común de todos los ciudadanos los intereses partidistas de algunos.
La responsabilidad de quien manda en un país es administrar lo mejor posible todos los medios disponibles para favorecer a todos, no para destruir-desunir-confundir-despreciar a la otra mitad de la sociedad. Es evidente que ni mucho menos estamos en mejor situación que en la anterior legislatura. Y ante eso, el mero voluntarismo, las negociaciones a oscuras o el consenso falaz, no nos sirven. Sería mezclarlo todo, priorizando lo secundario, marcando hojas de ruta con objetivos cambiantes y confusos, legislando sin ton ni son, pactando y firmando presupuestos a vuelapluma y “como sea”.
(Por cierto, navajazo trapero, a la dignidad de la persona, al sentido común y a la buena convivencia, es el querer ampliar la ley del aborto o revisar enterramientos de tiempos de la guerra civil, incentivando la memoria cainita).
Considero que es justo esperar de cualquier político, soluciones realistas y que vayan a la raíz de los problemas, con sensatez, aunque en un principio esas medidas tengan mala prensa. ¿Quién va a ayudarnos a erradicar el individualismo, que pretende convencernos de que podemos desentendernos de los demás? ¿Quién va a apostar seriamente por la creación de empleo de calidad y por la formación integral de niños y jóvenes, propia de un país moderno, lejos del adoctrinamiento -moral de Estado- obligatorio en las escuelas? ¿Quién nos animará a todos a una solidaridad que evite sentimentalismos infecundos y transforme, de verdad, las situaciones más injustas y desiguales? ¿Quién evitará la impunidad de los que animan y exaltan el terrorismo, la violencia y la mentira? ¿Quién nos unirá a todos los ciudadanos de este país, motivando el respeto por nuestros derechos y deberes?
Si queremos, lo podemos hacer bien. Seamos sinceros con nosotros mismos. Recomencemos. Para eso, también será adecuado querer aprender de otros países de larga tradición democrática. En ellos, la alternancia política es de lo más normal y, sin dramatismos, se castiga en las urnas al político que muestra doblez o engaño en el cumplimiento de sus programas o que no trabaje por el bien común. Y por esos democráticos lares, la corrupción o la poca finura en la división del poder legislativo, ejecutivo y judicial, provoca sanciones públicas, para así evitar las corruptelas que tal vez surjan con facilidad.
Con este esfuerzo, podremos vivir en un país donde los medios de comunicación luchen de verdad por ser independientes; donde los impuestos no se gasten en premiar a
“amiguetes” sumisos o a financiar televisión-basura; donde la sociedad civil sea respetada y tenida en cuenta; donde las oportunidades para los más desfavorecidos sean mayores y la familia sea más valorada, como clave que es para cualquier buen desarrollo sostenible.
¿Difícil? Sí. Pero posible. Sólo depende de que no nos dejemos llevar por esa especie de aburguesamiento pos-transición, o por inercias ideológicas, que nos impiden ver lo que importa de una manera nítida y con una perspectiva amplia.