Acaba de instituirse la heroicidad del esfínter. habíamos escuchado, clasificaciones de esfínteres rocheleros, esfínteres espantadizos, esfínteres todoterreno, esfínteres de respuesta veloz, que no aguantan dos pedidas. incluso, el calificativo de “esfínter apretadito”, para describir, no a los “tipos duros o apretados” sino a los integrantes de la “highlife” o de la “culaigh” caraqueña.
Sin embargo, esto del esfínter heroico, era desconocido. ni siquiera, lo encontramos en el tratado de ptolomeus cucurulus, un estudioso, quien concluye que más que contenciones de materia líquida, sólida o gaseosa, tal tipo de compuertas cumple en los individuos cobardones, una función catalizadora. si no, que lo digan los militarotes asustadizos prestos a conjugar al menor olor a pólvora, la frase, “si la sangre huele a ...barro, yo, estoy herido”.
El nuevo aporte a la taxonomía, pero mayormente a la psicología, se produjo en uno de los consabidos programas dominicales. Un espacio radiotelevisivo abierto a la ciencia, la cultura, la coexistencia pacífica, pero sobre todo, a la promoción de las enseñanzas contenidas en el “manual de urbanidad”, de M.A. Carreño.
Todo, se inició con una confidencia del señor presidente. para que se vea lo que es sacrificarse por la patria. el jefe de estado, según sus palabras textuales, tuvo la condescendencia de revelarnos que, él, es un ser humano y que como cualquier homo sapiens —menos lo segundo que lo primero— defeca, lo que incluirá, suponemos, flatulencias aunque sean ocasionales, porque quien puede lo más, puede lo menos.
¿A qué se debió que el adalid del socialismo del siglo XXI y de la guerra asimétrica estuviese a punto, de poner la del pato macho, literalmente y no en sentido figurado, como lo hace en todos los foros internacionales? un nuevo descalabro le hubiese merecido un “¿por qué no te la aguantas, ah?”, en lugar de la inocentona admonición de Juan Carlos.
El autor de este frustrado complot, que pudo concluir en una nueva mácula para incontinencia del presidente, ya ha sido identificado. No fue un mondongo, una hallaca fría, ni una chocozuela preparada con los ingredientes ofrecidos por mercal para el bajoperraje bolivariano.
El culpable de cualquier “necesaria”, sólida, líquida, verbal o deportiva, como la de beijing de nuestra jefatura de estado siempre es el mismo: el baby bush.
Urgencias como las que tuvo el presidente aquella jornada casi aciaga, las hemos tenido todos con mayor o menor éxito, incluso, a riesgo de recibir los calificativos, que ya recibidos por nuestro jefe de estado a causa de fracasos anteriores. pero, es la primera vez en la historia de la defecación universal que se le da carácter de epopeya, transmitida en cadena nacional, a tal clase de intimidades.
¿Qué pudo privar para la virtual erección de este nuevo paradigma bolivariano al extremo de sumarse a las numerosas efemérides patrias, como “el día de la resistencia del esfínter”?
Revelamos las razones, sin mala intención, porque más que la calidad del protagonista privan, en este caso, sus antecedentes. Recordarán los lectores las aciagas por no decir poco aromáticas experiencias del 4/f y del 11/a.
Claro, no es lo mismo enfrentar un enemigo armado, en igualdad de condiciones, que sufrir un retortijón intestinal, en medio de la apacible colocación de la primera piedra de una estación del metro. pero lo que cuenta, es que al menos por una vez, las válvulas presidenciales no le obedecieron, resistieron no sólo sus órdenes cerebrales, sino hasta los ladridos de un par de perros barriobajeros, que no serían marines ni agentes de la CIA, pero que según el señor Chávez, le intentaron levantar sus extremidades posteriores cuando estaba en cuclillas o en “decúbito de Sabaneta”, que es como se conocerá, en lo adelante, a esta posición de combate revolucionario.
Habrá, pues, que erigirle a la gesta un monumento. Una estatua, una efigie, un hito o un mojón, para lo cual exigimos respeto, porque no estamos para burlas ni para juegos de palabras.
Omar Estacio
Abogado venezolano