Cuando se recorta en altos cargos, con la excusa del ahorro público, siempre se tiene la duda de, ¿sí eran prescindibles por qué se crearon sus puestos?, ¿Los vamos a echar de menos de manera angustiosa?, ¿Quién me quita a mí la pena porque hayan suprimido a un director general?, por ejemplo.
Pero esa pregunta lleva directamente a la melancolía del cronista que no todo lo alcanza, así que la oposición en el Ayuntamiento y en la Comunidad saque la calculadora y compruebe la eficacia en el recorte del gasto público regional. Aguirre ya ha cumplido y ha podado hojarasca en las consejerías, ahora le toca a Gallardón que como primera medida de ahorro lo que ha hecho es dejar de gastar en elogios a Zapatero, (su crítica a la forma de comprar terreno por parte de la administración pública es la primera que se le escucha contra el Gobierno. Bien es verdad que esa idea partía de Miguel Sebastián y le debió recordar malos tiempos).
En este recorte de gastos no estaría mal que se suprimiera el alegre trotar de los vehículos oficiales, (se les recoge en rutas como a los niños de colegio, y además se garantiza que cuando lleguen a casa les despida una monitora con un beso). También que se crearan menús ad hoc. Sobre todo para que no suceda lo que ha ocurrido en Granada donde su Ayuntamiento se ha pulido cerca de treinta mil euros en la comida del día del Corpus. Una barbaridad, un sin Dios con la excusa de Dios.
Se puede crear un menú Alberto y un menú Esperanza para altos cargos de las distintas administraciones. El primero para personas que quieran cambiar de dieta con el fin de alcanzar altos propósitos personales, y el segundo que sea más lúdico y menos preocupado por la caloría. Sin ser Ferrer Adriá, a Gallardón le paga más la acelga triste y a Aguirre la paella con sobremesa.
Evitaríamos la tentación del Corpus y la tendencia al langostino que es tan propia del cargo electo. Por la boca morirá el pez, pero el alto cargo mejora de manera ostensible, (u “estentórea” que decía Jesús Gil, ese hombre que fue el adelantado de la palabra hasta que llegó Bibiana).