Ni está hundida ni está derrotada. No me lo creo. ETA está activa y sus asesinos con la sangre más sucia y negra que nunca, pero también más peligrosos que una serpiente acosada. No en vano ése es su anagrama. Así que ni hundida ni derrotada, ni me creo tampoco que estemos asistiendo a los coletazos finales, estertóricos, de esa banda de criminales. Pese a todas las infiltraciones que sufre en sus filas -que lo sabemos-, pese a todas las deserciones –que también las hay- y pese a todas las detenciones, que se han prodigado en los últimos meses, ETA está muy activa.
Ha vuelto a matar, lo ha hecho de la forma más miserable que conoce –como si matar no fuera ya suficiente miserabilidad-, pero lo ha hecho porque puede hacerlo, porque aún le quedan pistoleros de sobra y porque aún tiene ‘cantera’ para reemplazar a los que van cayendo. Y en eso es en lo que deberá pensar el próximo Gobierno que salga de las urnas el 9 de marzo.
Creen los servicios de información que los que quedan en ETA están divididos entre los que quieren dejar las armas y buscar una salida negociada y los que ya forman parte de un proyecto igual de negro que la ETA original, pero mucho más lucrativo, como una especie de cosa nostra a la vasca. Porque en eso es en lo que ha quedado ETA: en una mafia asesina con intereses económicos que se esconde bajo la máscara de la gran Euskalherria para engaño de ¿incautos? Pero no hay tanta división como nos dicen los expertos que hay: basta con que un puñado de hijos de malos padres se enroque en sus postulados asesinos para que esta barbarie no tenga fin, se alimente a sí misma hasta el infinito.
Piensan también algunos analistas que el hecho de que ETA haya regresado al asesinato del tiro en la nuca demuestra que no tiene capacidad para mayores acciones. También están equivocados: si ETA no hace una matanza es acaso porque no quiere, pero explosivos tiene y serpientes para manejarlos también. Habrá que buscar explicaciones en otra dirección.
Así que ni hundida, ni derrotada, ni acabada. ETA ha querido fijar el tiempo político, marcar los tiempos de la campaña electoral de todos los españoles, robarles hasta ese derecho. Y lo peor es que lo ha conseguido: se han suspendido todos los actos de final de campaña. Es lógico: hay duelo, ira, rabia y vergüenza, pero ETA ha conseguido lo que pretendía. Y no se puede consentir. Se necesita unidad, sí, pero para acabar con esa estirpe asesina. Sin tregua, sin pausa, con el Estado de Derecho, pero con todo el Estado de Derecho.