Pedro Sánchez es un tipo optimista. Incluso cuando le vienen mal dadas. Por ejemplo, cuando el Congreso le tumba el decreto ómnibus dice con una sonrisa de oreja a oreja que buscará votos para sacarlo adelante aunque sea debajo de las piedras. Más apropiado hubiese sido afirmar que los buscaría en Waterloo, donde está Puigdemont dispuesto a seguir recibiendo favores. Antes, de todas formas, ya había dicho que gobernaría con el Congreso o sin él, dada la precariedad de sus apoyos parlamentarios.
El optimismo de nuestro hombre es tal que gobierna sin presupuestos ni visos de obtenerlos, pero él aguantará con los números anteriores confiando en el incremento de la presión fiscal gracias a la inflación y a la deuda pública, que es el recurso de quienes dejan todo al futuro cuando no pueden apañarse con el presente.
De todas formas, motivos no le faltan para sus grandes dosis de autoconfianza, pues llegó al poder sin haber ganado ninguna elección, sólo por el acuerdo de todos los que odian a España de que él sería mejor solución para sus intereses que ninguna otra. Ahora, ese optimismo le lleva a poner en modo electoral a su partido para hacerse, con gente de toda su confianza, con las autonomías que gobierna el PP.
Pero no sólo eso, sino que el hombre hace públicamente planes para 2030, dando por supuesto, no solamente el cumplimiento íntegro de la legislatura, sino que volverá al poder en 2027. Para animar a sus huestes de esa posibilidad ya están las encuestas de Tezanos, en las que aparece siempre en primer lugar en los pronósticos. Lo que da a sus votantes un sentido de idoneidad a su voto futuro.
Aun así, es harto improbable que obtenga una mayoría suficiente frente a las expectativas del PP y Vox, con lo que su demonización de la oposición es constante, acusándola de sólo saber destruir sin hacer aportación alguna a la convivencia nacional.
Ésas tenemos: un PSOE sin fuerza ni apoyos suficientes, que hace de oposición de la oposición, pero que espera transitar estos tres años a trancas y barrancas y repetir luego un Gobierno Frankenstein con la ayuda última de una extrema izquierda y un nacionalismo dispuestos a venderse al autócrata con tal de seguir disfrutando de los beneficios de esa situación..