Esta columna puede que sea la más difícil de escribir de toda mi carrera profesional. Sabíamos que luchaba desde hacía años contra una enfermedad voraz a la que opuso una vitalista y casi sobrehumana resistencia. Nos había acostumbrado a que siempre salía adelante a pesar de las nuevas conquistas que periódicamente perpetraba el cáncer en su organismo, no se bajó nunca del barco. Ni siquiera al final. Su gran despedida fue 12 días antes de marcharse, presentando la gala de los Premios Madrid en la Real Casa de Correos, en la Puerta del Sol. Un marco incomparable para un adiós al que no quiso renunciar. Creo que muy pocos de los allí presentes hubiésemos aguantado el tipo de esa manera.
Así era Constantino: el trabajo, ante todo. Por eso en Madridiario nos hemos quedado huérfanos. Va a ser muy difícil llenar un espacio tan grande.
Decir que fue un visionario se queda muy corto. En los albores de la era digital, abrió camino con un periódico on line y madrileño, doble apuesta con tirabuzón y cayó de pie, como buen gato. Pero hizo mucho más, llegó a convertirse en un referente de la actualidad madrileña respetado y querido por todos los colores políticos. Pocos pueden presumir de lograr algo así desde una tribuna periodística.
Como empresario, combinaba la intuición, una agilidad de vértigo y unas dotes para la negociación con las que envolvía a casi todo el que tenía delante. Muchos de nuestros amigos más fieles, empresas que colaboran con nosotros desde hace años, pueden dar fe de ello. Él tenía un don para capear temporales y para negociar, le he visto cientos de veces hacer magia ante mis atónitos ojos. Y cuando pensaba que ya lo había visto todo y que no podía sorprenderme, volvía a dejarme sin habla. Ha sido un privilegio compartir con él todo este tiempo y tan de cerca.
Nos invade aún una cierta sensación de irrealidad y parece que en cualquier momento va a enviar un whatsapp o a llamar pidiendo esto o aquello y así se lo he confesado a las decenas de amigos que se han interesado en estos días por nosotros. Gracias a todos por tanto cariño. Tiene que pasar más tiempo para que realmente terminemos de digerir que ya no está. Nos va a costar mucho no pensar en él cada día, en cada decisión y ante cada desafío. O quizá debamos mejor tenerle presente y pensar qué haría él . Eso puede convertirse en un hábito sanador y eficiente.
Ha pasado un mes y ya nada es igual. Ni volverá a serlo. Solo espero que allá donde estés puedas estar descansando, por fin. Aquí va a ser imposible que te olvidemos. Adiós, maestro.