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Una vida nueva lejos de El Salobral

lunes 28 de enero de 2008, 11:11h
"Esto es como un sueño", asegura Sandra Fernández, de 26 años, refiriéndose a la nueva vida que ha comenzado junto a su marido y su hija en una vivienda del IVIMA situada en Getafe, lejos de El Salobral. Al igual que ellos, otras 235 familias han tenido la oportunidad de dejar atrás las chabolas, los caminos de tierra y la suciedad del que fue el poblado chabolista más grande del Sur de Europa.
Sandra está encantada con su nueva vida en el piso que le alquila el IVIMA. Al fin tiene una vivienda que puede decorar tranquilamente según los gustos gitanos sin miedo a que la "tiren", "a que llegue una orden judicial". Además, su hija, de tres años, ya va al colegio y todo le resulta más fácil: se acabó ir a buscar agua cada día, calentarla en el fuego antes de cada ducha y alimentar la estufa de leña continuamente cuando llegaba el invierno.

Sandra Fernandez en su nueva casa Ella llegó hace más de ocho años al poblado, situado en Villaverde, desde Extremadura, donde su familia vivía de la agricultura. "Te vienes a la capital a ganar dinero porque es más fácil. Pero no tienes dónde ir ni dinero para un alquiler. Entonces te vas a algún barrio de esos. Siempre hay un familiar que te ayuda".

Esta salida, que en principio puede parecer pasajera, se va alargando en el tiempo y los habitantes de los poblados difícilmente encuentran la manera de dejarlos atrás, como explica humildemente Sandra: "De ahí no sale uno. No sabemos qué es mandar un currículum, no sabes leer ni escribir. ¿Dónde vas si lo primero que te piden es el graduado escolar y tú no lo tienes? Pues te quedas en casa y ellos salen a vender chatarra. Si consiguen 30 ó 40 euros ya tienes para la comida... como no pagas alquiler ni luz ni agua".

La solución para los habitantes de El Salobral vino de la mano de las administraciones. El Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad trabajaron durante más de un año y medio para desmantelar el poblado y ofrecer una oportunidad a las familias que vivían allí y estaban más necesitadas.

Sandra fue una de las realojadas. Ahora en su nueva casa, por la que paga 47 euros de alquiler, más la comunidad y el suministro eléctrico, ya no tiene que preocuparse de combatir el frío o de llevar agua cada día a casa. Sin embargo, hay otros desafíos. El principal es la integración en la el barrio y hacer olvidar en su entorno ciertos prejuicios.
El edificio donde vive SandraEsta labor la realiza cada familia por sí misma, ya que el IRIS, el Instituto de Realojo e Integración Social ubicó a cada una en barrios y municipios diferentes. De esta manera, evitó crear un nuevo gueto, con la única diferencia de que en esta ocasión hubiese sido en vertical.

La casa es el primer elemento para vertebrar una nueva vida, significa, "tener algo por lo que luchar". Pero además es fundamental el apoyo de los educadores sociales del IRIS, como Juan Carlos Ortega que se ocupa de la integración de varias familias, entre ellas la de Sandra. "Es mi guardaespaldas", dice riendo la extremeña. Entre sus funciones está realizar una tarea de mediación entre viejos y nuevos vecinos.

El trabajador el IRIS señala que ante los reparos que la sociedad aún tiene hacia los gitanos, él explica a los vecinos la situación de los nuevos inquilinos y que la Comunidad de Madrid está detrás para cualquier tipo de problema, así como para valorar si están aprovechando "la oportunidad que todo el mundo merece". Sandra y su marido, Juan Vargas, han tenido que hacer méritos para ser aceptados como una familia más del barrio, pero ahora aseguran que se sienten queridos.

Sandra y el educador social, Juan Carlos OrtegaNo obstante, hay muchas personas, sobre todo las de mayor edad, que ni siquiera anhelan vivir en un piso con todas las comodidades. Prefieren disponer del espacio ilimitado que dan los poblados, y poder tener animales y seguir sus costumbres sin problemas con los vecinos.

Al propio Juan le costó adaptarse a la vida lejos del poblado. Al principio incluso se negó a acompañar a su mujer y a su hija al piso que les ofrecía el IVIMA, y fue Sandra la que decidió aprovechar la oportunidad que le otorgaba la Comunidad sin su pareja. Con el tiempo, Juan fue sucumbiendo a las facilidades que ofrece vivir en una casa con calefacción, luz y agua, y ahora está muy ilusionado con su nuevo hogar.

Sin embargo, la siguiente generación lo tendrá más fácil. La hija de Sandra y Juan ya va a la escuela, y aunque al principio le sorprendía que saliese agua de los grifos de la bañera, crecerá con la misma formación y oportunidades que los vecinos del barrio de la Alhóndiga.
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