Hay deslices verbales que persiguen luego a sus autores por el resto de sus días. Le sucedió a Aznar al denominar a ETA “movimiento vasco de liberación nacional”, y le ha pasado a Rodríguez Zapatero al aludir a un eventual “accidente mortal” causado por los terroristas. Ni ETA se ablandó entonces por llamarla “movimiento”, ni sus crímenes son menos viles ahora por ser calificados como “accidentes” de un fallido proceso de paz.
Es que los presidentes democráticos resultan prisioneros de sus palabras, mientras que las promesas de los asesinos no son sino meras tácticas en su estrategia de terror. En su caso, las “treguas” sólo suponen la puesta al día del viejo aforismo leninista de “un paso adelante, dos pasos atrás”, que les sirve a los terroristas cuando se sienten acorralados para recuperar fuerzas, reorganizarse y reanudar luego su derribo del sistema democrático.
Con todo, visto el desconcierto de Arnaldo Otegi y demás corifeos de ETA tras el atentado de Barajas, no parece probable que los terroristas buscasen de forma deliberada un “accidente mortal”. La brutal explosión seguramente pretendía ser un espectacular aviso al Gobierno, un recordatorio de su capacidad mortífera, una intimidación más en el manido “proceso”. Pero ya ven: ni tres llamadas previas ni trescientas pueden evitar el efecto mortífero de un mayúsculo estallido.
Dado ese objetivo amedrentador, aunque de resultado imprevisto, los dirigentes batasunos Otegi, Permach y Barrena se precipitaron en seguida a decir que el sedicente proceso de paz no estaba roto por el extemporáneo atentado. Lo peor es la coincidencia con ellos del lehendakari Ibarretxe. “¿Pero es que nos hemos vuelto locos?” al seguir hablando de diálogo, se pregunta el presidente del PNV, Josu Jon Imaz, desdiciendo a su correligionario.
No es la única contradicción de estos días entre políticos demócratas. Cogido a contrapié de sus esperanzas expuestas la víspera, Rodríguez Zapatero se negó en principio a romper el diálogo con ETA, suspendiéndolo, simplemente. Tuvieron que ser el ministro Pérez Rubalcaba y el secretario de organización de su partido, José Blanco, quienes hablasen de ruptura.
Ahora, a toro pasado, todo el mundo recuerda que, en sus sucesivos comunicados durante el “alto el fuego”, los terroristas no han hecho ni una sola promesa y sí han mantenido íntegras, en cambio, todas sus exigencias. Su objetivo no es, pues, la paz que sólo ellos quiebran cada día, sino la claudicación del Estado.
Aun así, y pese a lo que está lloviendo, Pepiño Blanco respondía esta semana a una pregunta del periodista Fermín Bocos: “Sólo con medidas policiales no acabaremos con ETA”. De ser rigurosamente cierta la afirmación, querría decir que no nos encontramos mejor que hace un año, como presumía en su última alocución institucional el presidente de Gobierno, sino peor que hace tres, cuando ETA estaba contra las cuerdas. Vaya con el “proceso”.