Las aguas estaban revueltas en la Iglesia madrileña en vísperas de Semana Santa. El Arzobispado, con el cardenal Antonio María Rouco Varela a la cabeza, había ordenado a finales de marzo el cierre de la parroquia de San Carlos Borromeo, en el barrio de Entrevías, ya que su particular forma de celebrar la liturgia no estaba homologada.
Enrique de Castro, Javier Baeza y José Díaz llevan casi treinta años de labor social en Entrevías. No se ponen sotana para celebrar la misa para no marcar distancias con los feligreses, utilizan trozos de pan en la comunión y comparten liturgias y actividades con musulmanes y ateos. También acogen a personas sin recursos, van a centros de menores a buscar a chavales infractores, trabajan con presos y ex reclusos, drogadictos y enfermos terminales. Y actúan como sede de asociaciones como Madres contra la Droga o Traperos de Emaús.
“Nos han dicho que socialmente estamos muy bien, pero en liturgia y catequesis no”, resumía Enrique de Castro. Así que el Arzobispado ordenó el cierre. Los sacerdotes no tardaron en reaccionar: celebraron una asamblea, entregaron las llaves de la parroquia a los feligreses y anunciaron una misa para el Domingo de Resurrección. A pesar de la insistencia del Arzobispado en que la labor social no quedaría afectada, pues pasaría a depender de Cáritas Diocesana, la solución no convenció ni a sacerdotes ni a fieles. La difusión del caso en los medios de comunicación hizo el resto.
Así, a lo largo del mes de abril empezaron a llegar mensajes de apoyo procedentes de todo el mundo: desde Vicálvaro hasta Salamanca, Etiopía y Toronto, desde el Gran Wyoming hasta el teólogo brasileño Leonardo Bloff, mostraban su oposición al cierre de la parroquia de Entrevías. Los sacerdotes, haciendo oídos sordos a la orden de cierre, continuaron celebrando misa cada domingo.
En junio, Rouco Varela volvió a arremeter contra San Carlos Borromeo en la homilía del Corpus Christi, aunque los curas de la parroquia de Entrevías dijeron no sentirse aludidos por sus palabras. El Arzobispado pasó a ofrecerles dos alternativas: convertirse en un centro “misional” de atención a los más pobres o pasar a depender de Cáritas, pero olvidándose de celebrar sacramentos, para lo cual sus feligreses serían derivados a otras parroquias del entorno. Tras deliberar a lo largo de varias semanas, a principios de julio los sacerdotes celebraron una misa conjunta con curas de toda España. Incluso la Cofradía Marinera de Vallecas convirtió la Batalla Naval en un acto solidario con la parroquia.
A principios de octubre, la parroquia celebró el Ramadán junto a un grupo de fieles musulmanes. Para entonces, ya se habían recibido 30.000 firmas en contra del cierre de la parroquia. Y un mes después, tras reunirse en persona con los sacerdotes, Rouco Varela puso fin al conflicto convirtiendo a San Carlos Borromeo en centro pastoral adscrito a la Vicaría IV de la Archidiócesis de Madrid, con lo que la ‘iglesia roja’ podría seguir celebrando la Eucaristía. Javier Baeza, tras conocer la decisión, celebró la actitud de Rouco y agradeció que, además, no les hubiera puesto ninguna condición ni les hubiera pedido nada en relación con su forma de celebrar la Eucaristía.