Una tele le lleva a entrevistarse con niños y él sale, naturalmente, bien parado. Otra le anima a enfrentarse cara a cara con el otro emergente y sin embargo rival, Albert Rivera. Un director de cine de fama mundial lanza una película claramente publicitaria sobre él y su formación. Es el único que ha dado un paso adelante en estos meses, gracias a su acuerdo con Izquierda Unida. Hablo, sí, de Pablo iglesias, que ha logrado sofocar conatos de divergencias internas, acallar pasadas acusaciones de connivencias (y cobros) en Venezuela y que consiguió pasar algunas páginas digamos comprometidas del pasado. Hoy, es quien polariza la campaña, porque todos se preguntan por el famoso ‘sorpasso’ al PSOE y qué influencia puede tener un ascenso electoral de Podemos-IU sobre los resultados generales, empezando por lo que pueda afectar al número de escaños que consiga el PP.
O sea: que Pablo Iglesias y su formación se han convertido en el eje de la política de este país, mientras sus tres restantes rivales deambulan por los pasadizos de la campaña diciendo más o menos lo mismo de siempre, o no diciendo casi nada. Y atención al esperado ‘debate a cuatro’, porque no sé si Pablo Iglesias lo ganará o no: lo que es seguro es que él, que es un mago de la imagen, utilizará recursos insospechados para acaparar los titulares, que es algo que, reconozcámoslo, hace bastante bien.
Lo que ocurre es que no estoy seguro de que mi ideal consista en ser gobernado por magos de la imagen dominados por sus egos y por sus obsesiones. Fíjese usted que no hablo ni de derecha, ni de izquierda, ni de centro: hablo de personalismos y ambiciones individuales. A Pablo Iglesias, en lo que le sigo, le escucho hablar muy frecuentemente de él y de sus piruetas, pero muy poco del bienestar del conjunto de los españoles, incluyendo los que no estamos por la labor, o nos preguntamos cuál es la labor por la que no estamos, porque seguimos sin entender cuál es la labor que nos proponen.
Frecuentemente he elogiado el papel de Podemos como catalizador del descontento de tantos. Ahora, falta saber cómo se encauza esa fuerza. Sigo sin ver un programa de acción medianamente convincente en lo que toca a reforma constitucional, relaciones internacionales o diálogo con las instituciones en general y con las catalanas muy en particular. Eso, para obviar las ambigüedades económicas y el postureo -me horroriza la palabra, perdón por utilizarla en este caso de verdadera necesidad- de algunos personajes que encabezan el propio Podemos, que no es el caso de los que dirigen Izquierda Unida.
Lo que me pasma es que los demás, Rajoy, Sánchez, Rivera, no estén entendiendo cabalmente cuáles son las fortalezas y las debilidades de la coalición de izquierda y no acudan a contrarrestar su empuje. Atemorizar a la población con los peligros de un cambio que no se nos ha explicado suficientemente es algo que ya no sirve: hay seis millones de votantes que han perdido ese miedo, por lo que se ve. O que sienten un temor aún mayor ante una posible victoria de las otras opciones, que les aburren o les parecen inmovilistas. Y por ahí es por donde los directores de las campañas, atentos solamente a mover a sus candidatos por toda España en una danza frenética, deberían, me parece, comenzar: por hacer del PP, del PSOE, de Ciudadanos, auténticos abanderados de la reforma, de la regeneración, del Cambio, con medidas concretas, creíbles. Lo demás es ceder el paso a Podemos que, lo que es de imagen, sabe más acerca de cómo vendernos su película, como hemos comprobado.
¿Por qué no denuncia el SEÑALAMIENTO que se ha producido sobre la persona propietaria del local de Gracia? Gente desfilando con la careta de este señor por las calles de Barcelona.
Aunque no esté de acuerdo con el fondo hay una observación de la que participo: la que describe a un Pablo Iglesias más interesado en explicar al personaje que el mensaje. No era así anteriormente, precisamente su éxito inicial fue dibujar una realidad que experimentaban y participaban la mayoría de los públicos. Quizá sea ese el precio de la exposición mediática, cuya regla principal es la trivialización de los discursos para centrarse en la humanidad del candidato. No habiendo discurso se recurre al contra-discurso: miedo, señalar los errores y contradicciones del contrario, dudar de su integridad o capacidad de cumplir etc En un escenario así, el candidato se limita a ofrecer confianza y mitigar las dudas que se vierten sobre él. En fin el marketing político; otra muestra de que los partidos nuevos carecen de soluciones creativas para los escenarios antiguos.