En estas últimas semanas la Reserva Federal y el BCE, y con ellos las expectativas sobre sus próximas actuaciones en materia de tipos de interés que se van modelando a golpe de declaraciones y datos, han centrado la atención de los mercados, relegando a un segundo plano asuntos que hasta no hace mucho tenían carácter principal. Entre ellos, las señales económicas desde China, un asunto en el que los mercados se han vuelto extremadamente sensibles. Ayer, el FMI en su Informe de Estabilidad Financiera Global, señalaba que los efectos en los mercados globales por dificultades económicas que eventualmente se produzcan en China aumentarán en los próximos años, en la medida que crezca la influencia financiera del país y se amplíe el uso del yuan. China ha fijado sus objetivos de crecimiento para este año entre el 6,5% y el 7%. Ya el año pasado registró el crecimiento más bajo desde 1990, un 6,9%, superado por otro de los grandes países emergentes, India, que creció un 7,3%. De hecho, no sólo de China, sino los acontecimientos en los mercados emergentes representan, según el FMI, entre un tercio y un 40% de la variación en las rentabilidades de las bolsas y las fluctuaciones de los tipos de cambio a nivel mundial. Entre las actuaciones que recomienda el FMI, está que a medida que siga aumentando el papel del país asiático en el sistema financiero mundial, las autoridades económicas deberán asegurar que las decisiones de política, la transparencia de los objetivos de política y las estrategias para alcanzarlos se comuniquen clara y oportunamente.