Hasta el próximo día 29 de noviembre, el Teatro Español presenta una nueva producción del texto atribuido a Tirso de Molina que dirige Darío Facal -también es suya la versión-, ‘El burlador de Sevilla’. Si con don Juan va siempre el escándalo, la estela de los montajes de Darío Facal es la polémica. Ya sucedió con su versión de ‘Las amistades peligrosas’, que nosotros calificamos de “admirable”(http://www.diariocritico.com/ocio/teatro/critica-de-teatro/las-amistades-peligrosas/473119), y ahora nuestro mito más universal, don Juan, no le iba a ir a la zaga a la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, así es que -aviso a navegantes- las escenas “subiditas de tono” inundan las dos horas de duración del montaje.
El argumento es bien conocido: don Juan no teme a nada ni a nadie, y su único objetivo es alcanzar los favores de toda mujer que se le cruce por delante, cuanto más joven y comprometida, mejor. Para conseguirlo no se para en mientes y utiliza todo tipo de estratagemas, mentiras, trucos y engaños, envueltos en la más bella palabrería. A él solo le importa deshonrar mujeres, aunque para ello tenga que romper noviazgos, quebrantar promesas o matar al que se ponga por delante (“la desvergüenza en España se ha hecho caballería”).
El texto es maravilloso y los actores lo dicen estupendamente. La mano de Ernesto Arias, como asesor de verso, ha sido eficaz porque todos ellos lo recitan con la claridad, la entonación y la intención necesarias para que todas y cada una de las palabras lleguen nítidas y apasionadas al público. Pero la palabra es en el montaje solo una parte porque el esfuerzo físico de actores y actrices es tremendo. Todos están estupendos en sus respectivos papeles: Álex García (Don Juan), Judith Diakhate (Aminta), Agus Ruiz (Catalinón), Marta Nieto (la Duquesa Isabela), Emilio Gavira (el Rey), Eduardo Velasco (Don Gonzalo de Ulloa), Luis Hostalot (Don PedroTenorio), David Ordinas (Marqués de la Mota), Rebeca Sala (Ripio), Rafa Delgado (el Duque Octavio), Manuela Vellés (Tisbea), Alejandra Onieva (doña Ana de Ulloa) y Diego Toucedo (Batricio).
Al texto y al notable trabajo de los actores hay que sumarle algunos aspectos que singularizan el montaje. El erotismo y la música -la mayor parte de ella, en directo-, el espacio sonoro, los audiovisuales, la luz y el vestuario tienen una importancia capital, y hacen del montaje un extraordinario espectáculo, de una complejidad técnica excepcional que, sin embargo, funciona con la precisión de un reloj suizo de principio a fin.
Escenas eróticas
Los desnudos (ellos y ellas), los primeros planos proyectados sobre una pantalla gigante situada como fondo del escenario, las peleas, los bailes y las acrobacias (o casi) de todo el elenco dan al espectáculo un plus de asombro estético que, mezclados con los restantes elementos ya enunciados, componen unas estampas bellísimas que, en algunos momentos, asocié a las pinturas de Goya.
El dominio de lo audiovisual es, quizás, excesivo a lo largo de toda la obra y hace, a mi juicio, difuminar todo lo que sucede sobre las tablas (palabra, gesto y movimiento corporal del elenco…). Es cierto, por un lado, que el uso y abuso del micrófono por casi todos los actores en la mayor parte del tiempo, pronuncia el énfasis y la intencionalidad de sus parlamentos y, en otras ocasiones, la distorsión de sus voces y el manejo desde la mesa de sonido, permite reverberaciones y efectos concretos, pero en algún momento tanto efecto llega a cansar e, incluso, a dificultar el seguimiento del sentido y la intención del texto.
Por otro lado, lo audiovisual hace del montaje en sí un mix de teatro y cine. Para empezar, se rotulan todas las escenas (Nápoles, Tarragona, Mar Mediterráneo, tempestad, mal haya la mujer que en hombres fía, underground sevillano, Dos Hermanas –Sevilla-, las bodas de Aminta, catedral de Sevilla, la justicia del mundo,…). La primera escena ya proyecta el orgasmo de Isabela cuando está en manos de Don Juan, que ha suplantado la personalidad del Duque Octavio, prometido de la moza. El amante ocasional -don Juan- la va filmando y se van proyectando las imágenes en la pantalla y así sucederá a lo largo de la obra con las demás aventuras del hidalgo sevillano.
Algunos espectadores abandonaron sus butacas durante la representación a la que acudí y otro grupo -reducido, para ser objetivo- silbaron también al final del espectáculo, pero la gran mayoría del público ovacionó el trabajo de actores, director y el resto del equipo artístico y técnico del montaje que, como ya hemos indicado más arriba, compone un trabajo complejísimo y consigue un cuadro estético imponente. El espectáculo, desde luego, es deslumbrante, sorprendente, transgresor e importante, y creo que el amante del buen teatro no debe conformarse con conocer las críticas y las apostillas -negativas o positivas, da lo mismo- que haya podido encontrar en las referencias de sus críticos preferidos. El montaje merece la pena y, desde luego, no le dejará indiferente.
‘El burlador de Sevilla’, atribuida a Tirso de Molina
Versión y dirección: Darío Facal
Vestuario: Ana López Cobos
Espacio escénico: Thomas Schulz
Música y espacio sonoro: Álvaro Delgado (Room 603)
Iluminación: Manolo Ramírez
Audiovisuales: Iván Mena Tinoco
Intérpretes: Álex García, Luis Hostalot, Emilio Gavira, Marta Nieto, Eduardo Velasco, Manuela Vellés, Agus Ruiz, Rebeca Sala, Rafa Delgado, David Ordinas, Alejandra Onieva, Diego Toucedo y Judith Diakhate
Teatro Español. Madrid
Hasta el 29 de noviembre de 2015