Fui el domingo a ver al
hombre más poderoso de España. Mitineaba en un teatro de la Gran Vía madrileña,
uno de esos pocos locales que aún quedan a los que íbamos con nuestros padres,
cuando niños, a ver una película 'autorizada'. Novecientas personas llenaban,
sin agobios, el local en la soleada mañana de domingo en el que el Hombre Más
Poderoso de España iba a pronunciar su discurso. Quizá no sea el que consiga
más votos, ni más concejales, ni más alcaldes: seguro que no será su formación
la que quede en lo más alto del podio, ni en el segundo lugar. Y tendrá que
competir para obtener la medalla de bronce. Pero su poder se deriva de que será
él, el tercero (o cuarto) en el ranking, quien presumiblemente decidirá a quién
se concede el oro, es decir, la gobernación de autonomías y ciudades. Y, si
todo sigue así, decidirá también a quién le va a dar la posibilidad de ocupar
el asiento presidencial en La Moncloa, allá por el invierno.
Sí, naturalmente hablo de
Albert Rivera. Un hombre que preside un partido con veintidós mil
militantes, frente a los setecientos mil que dice que tiene el PP, o los
doscientos cincuenta mil que afirma censar el PSOE. Supongo que casi todos los
militantes de Ciudadanos son candidatos a una cosa u otra: enorme mérito el de
Rivera, haber podido aglutinar a tanta gente en apenas un año, o menos, desde
Barcelona. Desde ese punto de vista, me parecen injustas las veladas, o no
tanto, acusaciones en el sentido de que hay algún 'garbanzo podrido' en esa
nómina. ¿No los hay, acaso, y más, en otras partes?
Pero, volviendo al comienzo,
lo que me asusta es precisamente eso: que, con su medalla de bronce -eso, en el
mejor de los casos-un político, lleno sin duda de méritos como lo es Rivera,
pero sin haberse confrontado en la dura pugna nacional, tenga la capacidad de
decidir a quién consagra en las mieles del poder y a quién hunde en los
infiernos de la oposición. Tiene ante sí una difícil papeleta: si apoya al
candidato más votado, aunque sea con su abstención, ya sabe qué opción se mantendrá
en el poder (yo no lo digo en virtud de la absurda legislación que nos impide
reproducir resultados de encuestas). Si no lo apoya y deja libertad a cada uno
de los suyos en los distintos territorios, el desbarajuste podría incrementarse
no poco.
Y, en todo caso, estoy
deseando saber qué va a pedir Ciudadanos por su apoyo a unos u otros. Nos dijo
Rivera en su mitin madrileño, en el que invocaba 'el cambio', que Ciudadanos no
busca el poder, y yo, a priori, quiero creerlo: no han dado, hasta ahora, muestras
de arribismo ni de ambiciones desmedidas, más allá de sus postulados
regeneracionistas y de sus exigencias de limpieza de los establos. Él sabe que
estamos caminando ya por una segunda transición; los otros no parecen haberse
dado cuenta todavía.
Pero, más allá de todo esto,
y comprobando la estrechez de miras con la que los dos principales partidos
-más el PP, debo decirlo, para que nadie me acuse de ambigüedad- están
afrontando esta nueva, inédita, etapa, me pregunto si es bueno que se pueda
titular un comentario como éste escribiendo sobre 'el hombre más poderoso de
España'. Me da un cierto vértigo, la verdad. ¿Será el vértigo que produce todo
cambio?
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Lea el blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'