lunes 18 de mayo de 2015, 11:05h
Cuando
éramos algo más cursis, todas las recepciones se llamaban cocteles y las
señoras se ponían vestidos de coctel, que eran como vestidos de gala a los que
les habían cortado la mitad de las faldas. Luego no se servían cocteles sino,
en las reuniones más lujosas, whiskys y algún cava o champagne, salvo en
Barcelona, donde sobrevivieron heroicamente algunos barmans competentes en esta
compleja materia. En Madrid, en los tiempos remotos de Perico Chicote, aquel
legendario barman acudía personalmente a estas ceremonias sociales y asesoraba
con amabilidad a los invitados, aconsejándoles algunas combinaciones y hasta
sugiriéndoles cortésmente la forma de beberlas correctamente. Después, una ola
de autenticidad castiza decidió que
no se invitase a un coctel sino a una copa de vino español. Si se servía Jerez
o un buen vino de Rioja, la cosa no iba mal. Lo peor vino cuando aquellos
eventos, a los que algunos nostálgicos seguían llamando cocteles, se
convirtieron en unas reuniones en que se servía Coca-Cola, cerveza o gaseosas
coloreadas de limón o naranja. En estos vulgares bebercios existían unos
experimentados camareros que insinuaban a los invitados que consideraban de más
categoría la posibilidad de ofrecerles un gin-tonic sigilosamente preparado
para ellos.
Hoy
estamos en tiempos en que la política intenta volver a los viejos tiempos del
coctel. Se afirma que el bipartidismo es algo malo, como sería dar a elegir
exclusivamente entre blanco o tinto en un vino de honor. También parece algo
contraproducente que una minoría consciente se abstenga para permitir
predominar a una bebida consagrada como, por ejemplo, champagne para todos.
Ahora se presenta como recomendable una mezcla heterogénea de ingredientes
políticos que compongan un coctel extravagante, aunque produzca previsible
resaca.
El
pluripartidismo, agitado locamente en la coctelera de los pactos, está
considerado como un trago recomendable y depurador de las secuelas de la
anterior ingestión de bebidas homogéneas. Esto puede parecer deseable a las
iniciativas partidistas sobrevenidas, ávidas de entrar en las mezclas de la
coctelera, porque se reconocen incapaces de competir como alternativas de
gobierno enteras y responsables. Pero no puede parecerle deseable al pueblo
que, como tal, sabe que le interesan instituciones consolidadas y estables que
muy difícilmente pueden emanar de un coctel pluripartidista, aunque entre en la
combinación un barman de Barcelona. Estabilidad y eficacia son las cualidades apreciadas
para el interés general, sea cualquiera la orientación política predominante, sin
tragarse la ficción de que las combinaciones heterogéneas enriquecen el debate,
en días de campaña y dentro de las instituciones, aunque no ofrezcan ninguna
expectativa de mejor operatividad con sus apasionadas mezclas de sabores.
Nadie
que quiera sinceramente el bien general puede aconsejarle a los electores que
dispersen sus votos en torno a improvisaciones o caprichos multicolores. Creer
que la política puede desarrollar sus cometidos como la junta de una comunidad
de vecinos mal avenidos es no conocer cómo malfunciona una comunidad de vecinos
ni cuál es la responsabilidad de un cuerpo de gobierno. Sin embargo, el caótico
líder socialista Pedro Sánchez, olvidando que rige una formación con razonable
capacidad de gobierno en niveles local, autonómico y central, se ha permitido programar
la marimorena, autorizando a su partido
a pactar donde quiera y como quiera, asumiendo el rencor destructivo de fuerzas
frustradas antes que el entendimiento con quienes comparten con su partido la
lealtad constitucional y el equilibrio del sistema. A Sánchez le gustan más los
cocteles tropicales que el vino español. Cocteles con toda clase de
ingredientes, aunque resulte un coctel Molotov, es su consigna irresponsable en
vísperas de unas elecciones municipales. No sabemos qué contubernio se le
ocurriría si llega a cuajar como aspirante viable a un gobierno pluripartito de
la nación española.
Se
debe advertir a los ciudadanos, desde una cierta experiencia, que un coctel
heterogéneo puede sentar mal a su sistema digestivo. Invitar a cocteles en
política es una irresponsabilidad pero, en este tiempo de campaña se exhiben
obscenamente activistas que solo pueden invitar a cocteles, haciendo campañas
con promesas que nunca podrán cumplir
por su propia cuenta y con temas ajenos a los propios de unas elecciones
territoriales. Se presumen combinaciones mal amalgamadas solo para dificultar
el gobierno de las fuerzas más votadas. En este ambiente de coctelería no
parece lo más conveniente que un partido socialista con historia de gobierno
esté dirigido por un político con vocación de barman.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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