Tenía razón, e ingenio,
Felipe
González cuando calificaba a los ex presidentes del Gobierno como 'jarrones
chinos': son quizá -quizá, digo-- bonitos, carísimos y nunca sabes dónde
ponerlos, porque ocupan mucho espacio y no sirven de gran cosa. Acaso, cuando
decía aquello, el ex presidente se ponía la venda antes de la herida de las
'puertas giratorias', del desplante hacia el sucesor y todas esas cosas que han
ocurrido con unos ex jefes de Gobierno que llegaron al cargo demasiado jóvenes
-aunque no lo crea así
Albert Rivera-y se fueron de La Moncloa en plena flor de
la vida política, cultivando bonsáis, abdominales y consejos de Administración.
Pero lo cierto es que ni
González, ni
Aznar, ni tampoco, aunque estemos hablando de otra cosa,
Zapatero,
son trastos inútiles: han acumulado demasiada experiencia, tantas vivencias,
que lo que han tenido ha sido una beca impagable, que debe revertir en
beneficio de todos los españoles. Lo digo porque con demasiada frecuencia hemos
notado la ausencia, especialmente de los dos primeros, de conmemoraciones
nacionales que les hubiesen reclamado estar allí. Y lo digo también porque,
aunque nada sea ilegal, por supuesto, tantas veces esos dos ex han hecho
incursiones en territorio empresarial-energético que resultaban al menos poco
estéticas teniendo en cuenta el papel que ambos habían tenido en ese mundo
cuando tanto mandaban.
Escribo este comentario azuzado
por un lado por esa especie de desprecio al pasado que se ha instalado en la
burbuja emergente. Y porque me alegra mucho que González esté dando la batalla
que está dando -ya podría haberlo hecho cuando
Carlos Andrés Pérez, por
cierto-por la democratización de Venezuela, y también, en otro orden de cosas,
porque celebro que Aznar irrumpa como mitinero -gran mitinero, sin duda-en la
demasiado átona campaña electoral. Que está iluminada solamente por algunas
'ocurrencias' de los candidatos, sillones chester incluidos, y enlodada por
ciertas acusaciones que podemos leer estos días en las que, a la postre, no se
halla gran fundamento.
Tanto Aznar como González son
políticos de talla, a los que con justicia se han achacado errores de calibre a
lo largo de sus mandatos, demasiado largo el del segundo, demasiado
ensoberbecida la última parte del del primero. Que entren los ex en la campaña
electoral, e incluyo también a Zapatero, me parece beneficioso, aunque a veces
resalte excesivamente la diferencia de tallas entre los de antaño y algunos de
los de hogaño. Pero me gusta ver a Aznar apoyando a su poco querido Rajoy, como
me gusta ver a
Susana Díaz -y a González, y a ZP, claro-respaldando a un
Pedro
Sánchez hacia el que tendrán sus prevenciones, desde luego, pero que es el
único caballo socialista posible en el hipódromo de las próximas elecciones
generales. Y que, como tal, bien podría acabar dando con sus huesos en La
Moncloa, vaya usted a saber, que la vida da muchas vueltas.
Aquí, y esta es la primera
lección que me parece que todos deberíamos sacar, no sobra nadie.
Independientemente de que nos guste o no su tono más o menos airado cuando
suben al atril mitinero. Independientemente, claro, de su edad y de cómo hayan
empleado su tiempo en las poltronas, Rivera 'dixit'. Lo de los jarrones chinos
no dejaba de ser una de esas 'boutades' chistosas de aquel Felipe en sus
mejores momentos. Además, quién sabe, el jarrón chino relegado del salón en un
ángulo oscuro puede que, con las modas que cambian, el día menos pensado sea
objeto de exhibición por su orgulloso propietario: así son de veletas las
opiniones públicas y, por tanto, las encuestas. Hoy gusta la simplicidad del
diseño sueco de Ikea, pero mañana quién sabe si volveremos los ojos al mantón
de Manila y al vestido chinés, y tal vez recordemos con añoranza algunas
-algunas-- cosas de las mejores épocas del felipismo y del aznarismo.
- El blog de Fernando Jáuregui. 'Cenáculos y mentideros'