El virgo de los emergentes
martes 12 de mayo de 2015, 07:25h
Háganme caso señores: no es posible acostarse cada noche con
la política y levantarse virgen a la mañana siguiente. El celibato se entiende
como un compromiso íntimo y personal con la abstinencia, pero nunca se
estableció como condición inexcusable en los estatutos de ningún partido. Es
más, todos sabemos que el roce político termina por meter en la misma cama a
los contrincantes más encarnizados y que los extremos acaban por tocarse. Los
máximos dirigentes de las nuevas formaciones, cubiertos aún con el manto de la
pureza inmaculada, no están dispuestos a participar en los cortejos amorosos
que reclaman su atención. Cuando pase el tiempo que ellos mismos se han
marcado, no tendrán más remedio que superar la timidez impostada de su pubertad
estratégica y definirse en público y en privado. Mientras tanto, no parece muy
saludable que conviertan a sus representantes electos en eunucos
circunstanciales, amputándoles la capacidad de mantener relaciones
satisfactorias en la alcoba del poder.
Ciudadanos y Podemos pretenden mantenerse castos hasta que se
celebren las próximas generales y con esa actitud estudiada se enfrentan a la
coyuntura actual. El verbo de la virginidad se ha hecho carne en sus
agrupaciones locales y todos los suyos obedecen sin rechistar. ¡Ay de aquel que
peque pactando con el contrario! El bloqueo institucional que ambos partidos
imponen en Andalucía es una buena prueba de todo lo relatado. Susana Díaz logró
una mayoría amplia de 47 escaños, insuficientes sin embargo para investirse
como presidenta en una primera votación. Nadie pensaba entonces que la
aritmética parlamentaria se convertiría en un laberinto endiablado. Ninguno de
sus contrincantes, solos o en compañía de otros, podía presentarse como
alternativa viable a la candidatura de Díaz.
Al Partido Popular, derrotado estrepitosamente en las urnas
no le llegaba con el suplemento de Ciudadanos y solo una alianza de toda la
oposición, tan impensable como imposible, sumaría los apoyos suficientes para
ocupar el Palacio de San Telmo. Solo
ella reunía los requisitos imprescindibles para superar el trámite y formar
gobierno. No pueden gobernar y no permiten, por el momento, que lo haga la
fuerza que ganó los comicios autonómicos. Los populares han olvidado sus
compromisos previos y ahora cierran el tránsito a la lista más votada. Los
emergentes virginales piensan que abstenerse es algo así como dejarse meter
mano y evitan el pecado. Y ahí sigue nuestra desconsolada Susana Díaz,
ejerciendo de interina más de lo previsto, agotando los plazos legales, con el
decreto de una nueva convocatoria electoral guardada en la recamara, esperando
que las próximas elecciones municipales y autonómicas rompan el pacto del no y
alguno de los conjurados le abra una puerta de emergencia.
Las encuestas nos dicen que muy pronto se repetirá el caso
andaluz en otros territorios de las Españas y en buena parte de los municipios
más populosos, anticipándonos también que muchas carreras políticas dependerán
de la voluntad negociadora de aquellos que debuten en las instituciones
renovadas. Colocados por sus votantes a los pies del tálamo nupcial, ¿se
negarán Podemos y Ciudadanos a consumar la coyunta obligada del pacto?
¿Seguirán intocables y puros hasta que aterricen en el Congreso de los
Diputados? De ser así, se pasarán por la entrepierna la gobernabilidad de los
organismos públicos más cercanos al ciudadano. Mientras llega la hora de los
compromisos obligados, los novísimos siguen a lo suyo, ocultos en el armario,
sin que sepamos si son carne o pescado, acumulando propuestas por centenares,
picoteando argumentos de aquí y de allá, ofreciéndose a los de arriba, a los de abajo y a los del medio,
sustituyendo sus principios por otros nuevos, cambiando de aspecto según
transcurren los meses en el calendario. Nunca tantas expectativas dependieron
de un virgo emergente.