Un mes. Ya solamente -y nada
menos- queda un mes para esas elecciones municipales y autonómicas que a
todos, políticos implicados, analistas y ciudadanos en general, nos tienen tan desconcertados.
Las encuestas se han vuelto locas, los expertos confiesan que han dejado de
entender qué pasa en un país que se confiesa seducido por dos formaciones
emergentes de las que, en general, se desconocen sus candidatos, su
implantación territorial, sus cuadros locales y hasta su programa concreto para
una autonomía concreta. Recorro estos días, por diversos motivos profesionales,
España de norte a sur, y compruebo hasta qué punto el hartazgo con los dos
grandes partidos nacionales es un hecho, como es un dato incontestable esa
carencia de cuadros reconocibles en Podemos y Ciudadanos, cada una de las
cuales, desde luego, con sus propias características, que no conviene mezclar
demasiado.
Curioso: falta un mes y
resulta difícil precisar cuánto van a influir en las urnas el inexplicado
escándalo que afecta a
Rodrigo Rato o los 'sobresueldos privilegiados' de dos
pesos pesados del PP como
Federico Trillo o
José Antonio Martínez Pujalte.
Como, en estos momentos, existen muchas incertidumbres sobre los efectos en el
PSOE de los 'casos
Griñán y
Chaves', una vez que ambos han admitido que
abandonarán sus escaños cuando concluya esta Legislatura, allá por noviembre.
Mi impresión, por supuesto nada concluyente, es que, en estos momentos,
Ciudadanos está más próximo al PSOE que a un PP que ha propinado bastantes
patadas bajo la mesa a la formación de
Albert Rivera. Y que Podemos está sumido
en una dispersión que hace que no se sepa muy bien dónde concurre, bajo qué
paraguas y con quién. No veo fáciles los pactos poselectorales con las gentes
aún comandadas por
Pablo Iglesias.
Tengo para mí no obstante,
que los socialistas están sabiendo reaccionar con mucha mayor contundencia a
sus problemas internos que un Partido Popular que anda como varado en sus
propias diferencias internas -y no es que el PSOE no las tenga, por cierto--,
en los personalismos de algunos de sus candidatos más 'estrella' -pienso, desde
luego, en
Esperanza Aguirre, sobre la que se concentran todas las miradas y
bastantes hipótesis de futuro-y, claro, en el desconcierto acerca de cómo y por
qué el estallido, ahora, precisamente ahora, mecachis, del 'affaire Rato'. O
del de Trillo, embajador en Londres. O Pujalte, portavoz económico del Grupo
Popular. Y conste que no equiparo unas cosas con otras, pero en los tres casos
queda un aroma a falta de espíritu de servicio al ciudadano para servirse del
ciudadano, lo que resulta inaceptable y casa mal con los postulados públicos de
esa clase política que nos representa.
Yo diría que este mes que nos
queda hasta el galope final en esta segunda meta electoral de un año plagado de
elecciones va a ser especialmente intenso: los periodistas nos preparamos para
disfrutarlo, pero los ciudadanos me parece que lo temen como a un nublado.
Porque -y vuelvo a mi recorrido por muy diversas comunidades
autónomas-compruebo que el lenguaje de los políticos 'asentados' sigue siendo
el mismo, con las mismas ideas. Y con los mismos métodos (véase lo que está
ocurriendo en la Andalucía poselectoral). Y también me da la impresión de que
los emergentes, cada uno en su estilo, tampoco van mucho más allá en sus
propuestas, salvadas algunas discutibles ocurrencias y sus llamamientos a
regenerar los modos políticos del país, algo -esto último-- que siempre es de
agradecer.
¿Qué nuevas sorpresas nos van
a deparar estos treinta días que nos separan de las elecciones? Alguna vez
escribí que estas cuatro semanas van a ser las del navajeo disfrazado
-discúlpenme, pero no puedo creer que el escenario de la 'detención' de Rato
fuese casual, ni que ciertos informes de Hacienda se hagan ahora, digo ahora,
públicos--, del dossier comprometido que-nadie-sabe-de-dónde-ha-salido, del 'y
tú más' disfrazado de propuestas. Espero equivocarme, pero no tengo la
impresión de que estas cuatro semanas vayan a servir demasiado, pese a los
presuntos combates contra la corrupción, para regenerar esta vida política tan
ramplona que tenemos. Y ya digo: cuánto me gustaría tener que rectificar esta
apreciación, comprobar que los pactos que se proponen no son un chalaneo que,
en el fondo, trata de engañar a los electores. El vuelo de altura parece estar
prohibido por estos secarrales. Lástima.
- El blog de Fernando Jáuregui. `Cenáculos y mentideros´