jueves 23 de abril de 2015, 08:39h
Una bandada de predicadores extravagantes peregrina por los
territorios devastados de nuestra España indignada. Anidaron en las ventanas
mediáticas que se abrieron a su paso y ahora se posan resueltos sobre las escombreras
sociales de la crisis económica. Allá donde se concentre un corrillo de
afectados, repentinamente, aparecerá alguno de ellos, agitando con sus alas el
aire recalentado de las miserias ajenas. Aunque exhiban plumajes de distintos
colores y sus trinos parezcan diferentes, vuelen por todo lo alto o planeen
pegados al suelo, basta con prestarles atención para comprobar que todos ellos
son de la misma especie.
Observados sus movimientos y escuchadas sus proclamas
airadas, afrontando el riesgo de dejarme en el tintero alguna variedad
minoritaria, me atrevo a proponerles una breve catalogación de sus especímenes
más característicos. Veamos. Cohabitan en la pasarela pública evitas descamisadas
inflamadas de justicialismo populista, monjas guerrilleras dispuestas a redimir
con sus bienaventuranzas laicas a los parias de la tierra, anacoretas onanistas
hastiados de masturbarse con sus teoremas sociales, jueces justicieros
apartados de la carrera que transforman sus rencores en teoría política y
quijotes descabalgados de sus jumentos partidistas en alguna batalla perdida.
Todos ellos, juntos o por separado, se acomodan en los
estudios de las televisiones que los acogen, miran a la cámara que les
corresponde y masajean a los malqueridos con ungüentos de renovación
democrática. Siempre son bien recibidos: aumentan los índices de audiencia de
las cadenas más pequeñas y aportan a la programación ciertas dosis de
progresismo adulterado. Gustan por aquí los tipos superlativos y las
interpretaciones esperpénticas. Ya me lo
decía un buen amigo, productor que era y es de grandes montajes teatrales, el
público quiere ver algo muy distinto a lo que se encuentra en casa cada noche.
Aún recordamos al cómico disfrazado de marinerito que cantaba
aquello de "mi padre tiene un barco, me cachis se la mar", al bigotudo que
tocaba el piticlín a las primeras de cambio, al actor consumado que utilizaba
un lenguaje enrevesado, a la maciza deslenguada y al chiquito de paso corto y
duodeno doliente que llamaba cobarde a un interlocutor invisible. Por la
pantalla amiga pasaron también aquellos humoristas encarnados en gangosos de
chiste fácil, beodos abrazados a la farola más cercana y paletos de boina
calada y garrote en ristre. El espectáculo se acompañaba de ventrílocuos
armados de cuervos respondones y abuelas sordas que cantaban las verdades del
barquero al artista que manipulaba el muñeco.
Después llegaron los reality show de gentes en carne viva,
las princesas del pueblo, los vendedores de intimidades y las paradas de
monstruos populares y faranduleros. Incluso se coló en Eurovisión un
chiquilicuatre estrafalario, de flequillo engominado y pantalones ajustados,
dispuesto a bailar su cruzadito en los escenarios europeos. Nunca tuvo el
Festival un seguimiento tan formidable. Nos apasionan los tipos que hacen el
ridículo. En un país como el nuestro, donde prosperan desde antiguo todo tipo
de frikis, no les extrañe que Cospedal continúe improvisando taquicardias
dialécticas o que Pablo Iglesias le regale al Rey una serie norteamericana de caballería,
aunque bien mirado sorprenda que un admirador de las esencias bolivarianas vaya
por ahí regalando un producto de la imaginería imperialista yanqui.