martes 21 de abril de 2015, 11:25h
La
invasión musulmana de España no se debió tanto al poder de los invasores como a
la división de los invadidos. En aquellos tiempos, quienes cumplían con la
"yihad", estaban más unidos que quienes debían defender aquella punta hispano-gótica
que fue el primer antecedente del Reino de España. Los legendarios traidores
antepusieron intereses parciales a la defensa de los ideales comunes y creyeron
posible utilizar en beneficio de sus parcialismos a las ambiciones africanas
que soñaban, en aquellos tiempos, como los radicales salafistas ahora, que la
imposición universal de su modelo político-religioso tenía que comenzar
fragmentando la sociedad de inspiración cristiana y costumbres romano-germánicas
establecida en la Península Ibérica.
Cuando
hace algunos días se celebraba en Barcelona una cumbre internacional contra el
"yihadismo", los ministros europeos y mediterráneos asistentes al encuentro
habrán tenido ocasión de detectar como, en el territorio español, siguen vivas
las mismas amenazas y traiciones, porque España sigue siendo la vanguardia
estratégica de la Europa libre y occidental. Es por ello por lo que los
españoles seguimos siendo tan conflictivos y contradictorios. Aquí es posible
contemplar como en la peor contienda de nuestros días, entre civilización y
barbarie, existen estúpidos que creen que una proliferación de pequeñas
naciones, sin capacidad de defensa militar ni de peso diplomático, es una
fórmula viable para defender la identidad de Europa y la libertad del
Mediterráneo. Aquí es posible conocer que un tal Noureddine Ziani, acreditado
integrista, introducía en el parlamento catalán a unos visitantes islámicos
cuyo amor por la democracia parlamentaria es tan inexistente como sus ideas
sobre la igualdad de la mujer. Pero Josep Rull, hoy en día, coordinador general
de Convergencia Democrática de Cataluña, parecía muy dispuesto a difundir sus ideas secesionistas a tan notables
progresistas, los cuales es de suponer que se las prometían muy felices al
comprobar cómo, en España, había ciudadanos importantes propicios a abrirles
las puertas y facilitarles la tarea de extender sus sistemas medievales con la
colaboración de un sector político interior que, según parece, no se entera o
no se quiere enterar de lo que sucede en el mundo en que vivimos.
Esto
sucede porque nosotros, los habitantes de esta vieja nación situada entre
Europa y África, entre Europa y América y entre el Mediterráneo y el Atlántico,
vivimos sobre una posición de límite de occidente, lo que ha provocado que los
conflictos interiores de España hayan entremezclado, en todos los tiempos,
nuestros problemas con intereses internacionales, desde la Reconquista a la
Guerra de Sucesión o a la última Guerra Civil. En nuestros días, hay fanáticos
yihadistas que consideran a España el Andalus, gobernantes iberoamericanos que
desearían introducir en Europa un caballo de Troya lleno de chavistas o
ayatolas y otras injerencias tóxicas, no solo para España como nación sino
contra Europa como Unión o contra la Alianza Atlántica, cuyos baluartes
estratégicos son bien conocidos y valorados como esenciales del sistema
defensivo y de intervención del mundo que disfruta de libertades y progreso en
grado superior al resto. El viejo tópico de "los enemigos de España" no es la
vulgar referencia de un nacionalismo egocéntrico. No son los "enemigos de
España", sino los enemigos de la estructura política económica y cultural de Occidente
de la que España es una plataforma fronteriza, por capricho de la geografía y por el devenir de la
civilización.
Esta
realidad supone que los habitantes de estas tierras sufren presiones,
influencias y predicaciones externas que estimulan las tensiones interiores, en
grado que no es imaginable en otros países amurados entre montañas o
arrinconados al margen de las rutas de la economía, de la cultura o de las
estructuras defensivas. Estas tensiones interiores son alimentadas para
inclinar la plataforma en una dirección o en otra, o para neutralizarla,
debilitarla, anarquizarla o desintegrarla. Los españoles, por naturaleza, son
tan pacíficos, benevolentes y solidarios como puedan serlo los habitantes de
cualquier otro enclave, pero pueden no parecerlo porque, sobre su tablero
geográfico se juegan muchas partidas simultáneas y el juego contamina la vida
interna y complica las pasiones de los habitantes de una nación abierta al
pluralismo y con proyección exterior. Estas circunstancias exigen dar una
primacía a la política de seguridad y defensa, a los valores culturales comunes
y a las alianzas por afinidad que, en otros ámbitos geográficos no son tan exigentes.
Cuestiones como la estabilidad institucional, la unidad territorial, las
infraestructuras de comunicación y la conciencia de europeidad, son factores a
cuidar muy fundamentalmente en una nación que goza de unos niveles de vida
superiores a los de gran parte de la población mundial.
Cuando
se descuidan estas cuestiones reaparecen los gérmenes de descomposición en
forma espontánea. No porque los españoles seamos peores que otros pueblos sino
porque nuestra situación y nuestra historia nos exigen un mayor esfuerzo para
mantener nuestro estándar interno y nuestras relaciones externas, para seguir
siendo hoy, como siempre fuimos y como queremos seguir siendo en el futuro. Por
ello no es posible que ningún gobernante serio, sea cual sea su ideología,
pueda tomar en consideración las extravagancias de los aficionados a imaginar
"estructuras de Estado", a la medida de sus cabezas de alfeñique. Ser
vanguardia de Europa, hacia África y América, convierte nuestro espacio insular
y peninsular en territorio crítico. Por ello es inevitable que en este campo actúen
valientes y cobardes, leales y traidores, exploradores o infiltrados,
integradores o desintegradores, constructores y zapadores, mostrando la
contextura vital de una nación cuya fortaleza contribuye al equilibrio del
mundo.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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