jueves 16 de abril de 2015, 07:32h
Me cuentan que Susana Díaz ha completado la primera ronda de
consultas con sus contrincantes políticos. No me consta que se haya reunido
consigo misma, pero todo es posible en Sevilla. Sin embargo no han pasado por
su despacho, que nosotros sepamos, sus compañeros y antecesores Paco Griñán y
Manuel Chaves. Por mucho que le pese a la Jefa, ambos personajes son
protagonistas también de la coyuntura que atenaza a la candidata socialista.
Ambos aparecen impasibles en público, ajenos a los movimientos que se suceden
en la región, amarrados firmemente a sus escaños, escondidos en las salas VIP
que los tribunales reservan para los aforados, cegando las salidas de
emergencia a su ahijada preferida. No parecen dispuestos a devolver sus actas y
enfrentarse a la justicia sin escudos protectores. Tantas negativas, de los
propios y de los contrarios, no amilanan a Susana Díaz, que vive aislada en su
burbuja y maniobra como si los rituales democráticos no fueran con ella.
Entiendo yo que las cámaras elegidas se constituyen una vez
que se oficializan los resultados electorales y solo entonces comienza el
relevo gubernamental. En la primera sesión se compone una mesa de edad, se toma
los juramentos preceptivos y se vota al presidente de la asamblea. Entre las
atribuciones del elegido figuran las de convocar a los distintos portavoces y
designar después al aspirante que tenga más posibilidades de ser investido. Así
se cumplimentan los trámites, creo yo, en episodios de tales características,
pero la señora Díaz ignora los formalismos establecidos y se comporta como si
fuera la Reina de Andalucía.
Nuestra gobernanta en funciones anda a lo suyo, recibiendo en el Palacio de San Telmo a sus
oponentes, multiplicándose en audiencias privadas, atribuyéndose competencias
institucionales que no tiene y ganándole tiempo al tiempo, no vaya a ser que
los cuatro partidos restantes superen sus diferencias estratégicas y le coloquen a uno de los suyos en la
presidencia del parlamento andaluz. Ese pacto, tan improbable como posible,
colocaría un contrapeso formidable en la balanza de la futura gobernabilidad
del territorio.
Me sorprende la capacidad de adaptación al medio ambiente que
demuestra Susana Díaz. Sumergida en la inmensa charca de aguas corrompidas que
han embalsado sus antecesores durante tanto tiempo, la señora respira sin
aparentes dificultades. Otros nadadores, menos duchos en el deporte de la
inmersión, se abrían ahogado en ese lodazal. Díaz emerge de vez en cuando,
recobra el oxígeno perdido y trata de mantenerse a flote. En el fondo,
abrazándose a sus piernas, crecen y crecen los sargazos de los ERES
fraudulentos y de los cursos de formación que nunca se dieron. Por el sumidero
de la corrupción se han ido cerca de cuatro mil millones de euros, procedentes
todos ellos de los fondos públicos sufragados por la ciudadanía, que fueron
destinados a paliar el paro y terminaron en la cartera de una panda de
mangantes.
Pasan los años y en los juzgados se amontonan millones de folios
delatores, por las calles se pasean aún muchos de los presuntos implicados en
el engaño, setenta de ellos altos cargos que fueron de la Junta; en los
banquillos se acumula el polvo de la desidia y nadie ha devuelto a los
andaluces una sola perra de lo afanado. Los bolsones de dinero circulaban de departamento
en departamento con una facilidad pasmosa,
los responsables de los apuntes contables no se ocupaban de controlar el
destino final de las partidas y los mandatarios que autorizaban el gasto se
despreocupaban después de la buena marcha del expediente. Un latrocinio sin
precedentes del cual no se han derivado aún consecuentes ajusticiados.
Aunque se crea la Reina de Andalucía, a Susana Díaz no le
queda otra que desmantelar el clientelismo afincado en muchas de sus
agrupaciones locales, desautorizar a los socialistas que venden favores
políticos y expulsar del partido a los defraudadores y a los ineptos que no se
enteraron del desfalco. Es posible que termine gobernando, pero no debe hacerlo
sentada sobre ese vertedero repugnante.