Segunda parte de la década
de los 50 del siglo pasado. Instituto San Isidro de Madrid. Tres jóvenes
estudiantes se apuntan a clases de teatro. Sus apellidos han dado mucho que
hablar desde entonces: Carabias, Gutiérrez Caba y Galiana. Con este último, Manuel
Galiana Martínez, hablamos hoy. El consejo de ministros le ha
concedido recientemente la medalla de
oro al mérito en las Bellas Artes. No es el único premio que conserva en las
vitrinas de su casa ya que, entre otros, Galiana posee el Nacional de Teatro, y
el de la Crítica.
Desde aquellos años del San
Isidro y tras su paso por la antigua
Escuela de Cinematografía en que obtuviera premio extraordinario de
interpretación (paradojas de la vida, el actor ha hecho muchísimo más teatro y televisión que cine), Galiana
lleva más de 50 años dedicado
profesionalmente al teatro y, entre otros, ha interpretado personajes de Valle Inclán,
Alfonso Sastre, José Luis Alonso de Santos, Miguel Mihura, Eugene O'Neill, Slawomir Mrozek, Ibsen, Marsillach,
Sanchís Sinisterra, Alejandro Casona, Buero Vallejo, William Holden o Edmon
Rostand. Ese Cyrano de Bergerac que Galiana interpretó en el año 2000 es
inolvidable. Desde entonces, nadie sabe muy bien por qué, su teléfono dejó de
sonar con la frecuencia que solía y
sus apariciones en el escenario -fuera
de su Estudio 2, el centro que dirige
en el 11 de la madrileña calle Moratines, en el que compatibiliza la enseñanza y la dirección
teatral- y, mientras, los espectadores añoramos
volver a disfrutar momentos tan intensos
como los de aquel Galiana Cyrano.
J.M.V.- ¿A qué cree Manuel Galiana
que se debe ese parón en las llamadas para formar parte de los grandes
montajes teatrales que se siguen llevando a cabo?
M.G.-
No
sé por qué... Sencillamente porque no me llaman. He seguido actuando, pero
después del éxito de Cyrano es verdad que todas las cosas que he hecho quedan pálidas
frente a aquel trabajo. Por otro lado,
nunca me he preocupado de si las ofertas laborales llegan o no porque, en mi
caso, se han sucedido siempre. Estaba terminando una cosa y ya tenía otra por
delante...
Pero
muchos te echamos de menos en los grandes montajes del CDN, del Teatro Español...
No me han llamado de estos sitios. Si lo hubieran
hecho, estaría encantado. Tal vez hay ahora nuevos directores que cuentan
también con gente nueva...
¿Y
la aventura de Martes Teatro?
Con este grupo de actores llevo trabajando ya más de 10
años, pero como compañía estable y profesional,
comenzamos el año pasado.
Os
habéis sumado al boom del teatro alternativo madrileño. Este es un momento muy
importante, ¿no?
Para mí no hay teatro alternativo, ni teatro off, hay
teatro en sala grande o en sala pequeña, pero todo es teatro. Es verdad
que estamos viviendo un momento extraordinario,
y sería una pena que la Administración
no supiera aprovecharlo. Siempre hemos
dicho que Londres es la capital europea del teatro y, más recientemente, Berlín. Yo creo que habría que conseguir
hacer que Madrid fuera otra de las capitales mundiales del teatro. Porque
tenemos una enorme y grandiosa tradición teatral que no podemos tirar por la
borda. Hay mucho talento teatral en este país que no se puede desperdiciar
porque esa es una fuente de ingresos y de presentación de España ante el resto
del mundo. Por eso la Administración tiene que corregir cuanto antes el error
del 21 por ciento de IVA.
El
teatro que se hace en Estudio 2, la sede de la compañía Martes Teatro,
podríamos calificarlo de tradicional o no estás de acuerdo con esa etiqueta?
Los espectáculos teatrales es necesario que sean
buenos; lo de vanguardistas o tradicionales es secundario. En todo caso, hago
lo que cae en mis manos. Los autores saben que estoy aquí, y nos ofrecen textos
para hacerlos. Nuevos autores como Elena Belmonte, o Esmeralda
Adam... el mismo 'Otoño en familia',
de James Saunders, es una comedia que no tiene mucho que ver con una comedia
dramática al uso, ya que tiene una estructura chejoviana que, de pronto, mete un elemento beckiano...
Otra de nuestras obras, 'Adiós para siempre
adiós', es una comedia entroncada
dentro del teatro del absurdo y el esperpento. O 'Baile de huesos' y su puesta en escena no diría yo que es nada
tradicional. Vamos, que no estaría yo muy de acuerdo con esa afirmación de que
hacemos un teatro muy tradicional.
¿El teatro está siempre lleno de intenciones
políticas?
Sí, creo que siempre ha habido intenciones políticas en
el teatro.
Estoy
pensando, por ejemplo, en el TEU, en aquellos años de tus comienzos, o ahora en
la profusión de obras relacionadas con
la actualidad social y política que vive este país...
El TEU fue muy importante en el teatro español de la
postguerra. Gracias a él, por ejemplo, 'Tres
sombreros de copa', la obra de Mihura, salió a flote. Lo cogió Gustavo
Pérez Puig, se la pidió a Mihura, y
montó la obra para una sesión. Nadie la quería entonces porque les parecía un
escándalo. (Lo mismo había pasado antes con
'El sí de las niñas', de
Benavente... O 'Casa de muñecas', de
Ibsen). A veces, adelantarte a tu tiempo puede llevarte al fracaso. De
hecho, 'Tres sombreros de copa' solo llegó de verdad al gran público muchos
años después de ese gesto valiente de Pérez Puig. En el teatro español ha
habido siempre mucho talento y, de vez en cuando, aparecen chispazos que
deslumbran al público. Esos chispazos
pueden ser ahora los que proyectan nombres como Juan Carlos Rubio,
Miguel del Arco, Andrés Lima y muchos otros hombres y mujeres del teatro
español que dirigen, que escriben textos o que los interpretan ... Vuelvo a
repetir que España no puede permitirse el lujo de tirar por la borda todos
estos talentos.
El
público ya lo ha visto y acude en tromba
al teatro. Yo, que asisto muy frecuentemente
por razones obvias, los veo casi
siempre prácticamente llenos, y eso a
pesar del IVA
Si, el público
responde y sería un error imperdonable
no apoyar el espectáculo en España -sus calles, sus gentes son ya de por si
un espectáculo-. Tenemos sol y tenemos una cultura secular que el
público conoce y que, además está dispuesto a disfrutarlo. Yo creo que eso está
ya imbricado en nuestra naturaleza. ¡Cómo se va a desperdiciar todo esto! Es
como si tuviéramos unos pozos de petróleo y no quisiéramos explotarlos.
La
radio, la televisión, internet... no han conseguido matar al teatro y los 2500
años de historia en la civilización occidental
van a ser muchos más, ¿no crees?
El teatro no puede morir porque creo que es algo que va
íntimamente ligado al hombre, forma parte de él porque siempre necesita
representarse. Desde que somos pequeñitos y nos cuentan un cuento, el niño,
aunque lo conozca, siempre dice ¡cuéntamelo
otra vez!, del mismo modo que el adulto acude a ver una función dos,
tres o cuatro veces. El teatro no va desaparecer nunca porque el hombre
necesita que le cuenten otra vez el cuento. Es verdad que puede ser a través de
cualquier medio (incluido el audiovisual), pero es que el teatro tiene una
fuerza brutal. La magia que se crea con
unos actores en un escenario, las luces,
el sonido, y todo en vivo, comunicándole
esa serie de sentimientos... Eso no puede morir; al revés, cada vez la gente va más al teatro.
¿Quién
ha dado más a quién: el teatro a ti o tú al teatro?
No, yo no he dado más al teatro. Aunque le he dado
todo, el teatro me ha dado mucho, mucho
más a mí.
Y
si volvieras a nacer, volverías a hacer lo mismo?
¡Si no tuviera aptitudes para otra cosa...! (Ríe
abiertamente). Creo que no valgo para otra cosa. En la adolescencia uno se va
dando cuenta ya de qué puede hacer en la vida, para qué vales y para qué
no vales. Unos quieren ser toreros,
otros cantantes, otros ingenieros y otros no saben lo que quieren y no hacen
nada. Pau Casals sabía desde pequeñito que lo suyo era tocar el chelo y dedicó
toda su vida a hacerlo. Hay que conocer
las aptitudes propias, descubrirlas y
dedicarse a ellas por completo.
De
los variados aspectos que conlleva tu
actividad profesional en el teatro, ¿cuál
de ellos te da más alegrías y cuál más
sinsabores?
Alegrías, sin duda, la interpretación. Entiendo por qué
hay tantos jóvenes que quieren ser actores y actrices, pero deben saber que no
todo el mundo puede ser actor. La interpretación, llevada a sus últimas consecuencias,
quiero decir, calando hondo, es una pasión que te arrebata y, además, es que
cuanto más ahondas, te arrebata aún más. Entras en unos personajes que tú ni
los habías soñado. Profundizas en ellos y te das cuenta de que eres capaz de
transmitir unos sentimientos que ni siquiera sospechabas que podías llevarlos
dentro de ti, te empiezas a dar cuenta
de que todo está en el ser humano y quisieras contarlo a todo el mundo: ¡no
tengáis miedo de llorar, de reír, de expresar vuestras cosas...! Es que es así,
eso va en nuestra naturaleza de hombres. Tenemos ahí todo, y depende de
nosotros que lo activemos o no. Es muy importante que a los niños, ya desde el
colegio, se les intente activar su sensibilidad para poder disfrutar más cuando sean mayores. Sin los
sentidos abiertos, te pierdes muchas cosas: la belleza de una puesta de sol, de
un amanecer o degustar una rodaja de chorizo -me da lo mismo-... Las
cosas cotidianas, a veces, pasan desapercibidas si el ojo y la sensibilidad no
están educados para saber percibirlas.
¿Y
por qué esa obsesión del actor por llegar a interpretar al mayor número de
personajes posibles?, ¿tú te negarías a interpretar a alguno?
No se me ha presentado la ocasión. Nadie me ha
presentado nada que no fuera digno. Sí me han ofrecido algunas comedias a las
que he dicho que no, pero un personaje que no estuviera dispuesto a hacer,
no. El teatro, de todas formas, tiene
una gran responsabilidad. Nos cuenta
algo que nos va a hacer reflexionar sobre nosotros, para hacernos un poco
mejores (para hacernos peores, ya está lo que nos rodea).
¿Y
dónde está la raya que delimita la
actividad del artesano y la del artista?
Me lo he preguntado muchas veces y exactamente no lo
sé. Sí sé, sin embargo, que hay algo que separa al que trabaja porque conoce el
oficio y es capaz de hacerlo más o menos bien. El artista no es que solo lo
haga bien, sino que traspasa esa posibilidad y se va al otro lado, y hace cosas
que no pueden hacer los demás. Hay algo especial en ellos, en su forma de
entender la vida, de representar que es lo que hace, y en el escenario eso se
nota. Es la diferencia entre hacer los
trabajos bien y trabajar con más riesgo, que es lo que hace el artista. Puede,
incluso, equivocarse a veces, pero intenta siempre ir un poco más allá. Siempre
digo a mis alumnos que nunca piensen que han terminado ya un personaje; cada
día hay que ir arañando algo más de él.
¿El
artista nace o se hace?, ¿eres capaz de detectar a uno en cuanto lo ves?
El artista nace. Y yo, desde luego, en cuanto veo a un aspirante,
en cuanto se sube al escenario y lo veo,
si me parece que va a funcionar, después
funciona. Hay una cosa que se nota en cuanto un actor pisa el escenario
o lo ves en una pantalla, un algo especial que te hace sentir que ese actor o
esa actriz van a funcionar...
Por
cierto, ¿estás muy enfadado con el cine porque no te ha dado todo lo que
buscabas en él?
Es una penita que el cine no me haya aprovechado, es
cierto. Una herida de las muchas que se arrastran en la vida. Le pongo tiritas
de vez en cuando (sonríe sarcástico)... El
cine era mi ilusión cuando entré en la Escuela Oficial de Cinematografía y mi
paso por allí hacía pensar que me irían a aprovechar para el séptimo arte, pero
no fue así. Nada más salir de la Escuela me empezaron a surgir contratos para el teatro y la televisión y pensé que
alguien me llamaría también algún día para el cine pero no fue así. A lo mejor
es que no supe qué había que hacer para poder aprovechar mi éxito en el teatro
y la televisión. En la Escuela había directores, guionistas, cámaras, etc., y
pensé que eso era suficiente para poder engancharme al mundo del cine. Yo me
apliqué todo lo que pude y mi paso por allí fue incluso brillante, pero no
bastó. Quizás tendría que haber estado yendo de puerta en puerta a todas las productoras,
o haber llamado a todos los representantes, pero eso no he sabido hacerlo... Pero
aquí estoy, aún con la ilusión de que un día suene el teléfono si alguien
piensa que Galiana puede hacer un abuelo (ahora ya solo puedo hacer de abuelo,
claro...). Mi última ilusión cinematográfica la he vivido junto a José Luis Garci,
con quien he participado en tres de sus últimas películas: 'Tiovivo', 'Luz de domingo' y 'Sangre de mayo'. Desde luego, yo no tiro la toalla y espero que aún
salga por ahí un trabajo interesante en cine.
¿Mantienes
aún la ilusión inicial con que entraste a esta profesión o eso se matiza, se
atenúa, se diluye con el paso del tiempo...?
La ilusión la mantengo viva. Si no tienes ilusiones,
afanes por trabajar, es mejor retirarse... Ahora me han encargado la realización
de un espectáculo para el Festival medieval de Hita y, por supuesto, lo voy a
montar. Es al aire libre, que es una cosa que nunca he hecho, pero no he
renunciado a ella. Supongo que será un espectáculo que acabará recorriendo
otros festivales en España. Tengo más proyectos por delante que años de vida
para poder hacerlos.
¿Cómo
se afronta el final de la vida desde la atalaya
de los setenta?
He procurado ir haciéndome a la idea (risas irónicas...)de que la vida no es eterna y lo que
hay que hacer desde ese mismo momento (sigue
riendo, ya abiertamente...) es tratar de llenar los días de tu vida de la mejor forma que puedas porque
llega un momento en el que ya se ha
acabado. A lo mejor llegas a un estado en el que estamos mejor, y felices... pero
lo mismo no pasamos a ningún sitio. Eso
todavía no lo sabemos. Yo quiero pensar que sí, que uno se va a otro sitio,
pero la vida, entre tanto, hay que disfrutarla y con los cinco sentidos, hay
que ser sensual...
La
felicidad, ¿está en lo cotidiano?
¡Hombre! Con que las cosas te vayan más o menos bien,
que no te hagan mucho daño, que no tengas que sufrir excesivamente por los
demás... Como el sufrimiento es inevitable, vamos a intentar compensar con lo demás. Si uno ayuda a alguien
que está sufriendo, la compensación para el que ayuda es saber que está
mitigando ese sufrimiento del otro y, hasta el sufrimiento, podemos convertirlo
en gozo.
¿Te
consideras realista, soñador, utópico?
Soñador sí, me gusta imaginar cosas, soñar..., pero creo
que soy bastante realista... Muchas veces me preguntan por qué somos actores y yo
respondo con otra pregunta ¿no será que
no estamos de acuerdo con nosotros mismos y queremos ser otro? Yo, desde luego, sí que quiero ser otro. Lo que más me gusta
de esta historia es que voy a ser otro cuando interpreto.
¿Y
qué es lo que menos te gusta de ti?
La verdad es que no me gusto nada. Lo que me gusta es interpretar.
Cuando un actor empieza, lo mismo busca ser famoso, ser la estrella, otros no sé qué..., pero
cuando vas tomando conciencia te das cuenta de tu responsabilidad social como
actor. Estás ahí pero estás dando un mensaje social cada vez que te subes al
escenario, no haciendo un ejercicio de exhibicionismo y que el espectador salga
más o menos conmovido por lo que ha visto y escuchado en el teatro con lo que
tú le acabas de contar... Actuar es como un descanso de ti mismo. Aunque tienes
que trabajar contando contigo, eres otro cuando sales al escenario. De hecho,
cuando sales al escenario te desaparece todo atisbo de enfermedad, por mala que sea la que te
aqueje. Cuando se acaba la representación, te vuelve otra vez... ¡Interpretar es muy hermoso!