Decir que el 'efecto
Pedro Sánchez'
ha actuado sobre los buenos resultados de
Susana Díaz en las elecciones
andaluzas sería como mínimo exagerado; es cierto que a Sánchez, en Almería y en
Sevilla, donde intervino en dos mítines protagonizados indiscutiblemente por la
'lideresa', la gente le gritaba "presidente"; pero era el entusiasmo mitinero
dedicado a quien viene a apoyar a 'la' candidata, que casi barrió -cierto,
perdió doscientos mil votos, pero eso ¿qué es?-en las urnas el domingo. En
cambio, sí ha habido, pienso, 'efecto Rajoy'. Un efecto desastroso, que ha de
obligar a meditar muy mucho al presidente del Gobierno central.
En Andalucía ganó, así pues, y
de manera incuestionable, Susana Díaz y ahora, desde la Junta, con las alianzas
a las que llegue o desdeñe -no las necesita para gobernar--, y con sus primeros
pasos en la lucha efectiva contra la corrupción, que no le ha pasado factura, y
por una mayor igualdad, ha de ayudar a Sánchez. Primero, a ganar las
primarias de julio, si es que Sánchez tiene algún contrincante, y luego a
ganarle a
Rajoy --¿a Rajoy?-en las generales de noviembre o quizá diciembre.
Contra lo que dicen los malévolos, a Díaz le conviene que Sánchez llegue a La
Moncloa. Ella sabe lo suficiente de política como para entender que eso ha de
ser así.
En cambio, en Andalucía perdió
Mariano Rajoy, no '
Juanma' Moreno Bonilla, un recién aterrizado merced a las
maniobras conjuntas, a veces enfrentadas, de Moncloa y la sede del PP en
Génova. Rajoy, valientemente, se apuntó a la campaña sensata, sin gritos, de
Moreno: intervino en cinco mítines para apoyar al candidato, diciendo más de lo
mismo. Excepto en la jornada de reflexión, en la que, desde Valencia, el
presidente del Ejecutivo y del PP cambió el ritmo y se lanzó al ataque frontal
de Podemos y, de paso, de tertulianos y comentaristas, o esa fue la impresión
que nos dejó. Una catástrofe, reflejada en las urnas.
Claro que no sería sensato
atribuirle todas las culpas exclusivamente a Mariano Rajoy. Pero ha permitido
que el partido esté como está, no ha querido cambiar a ministros evidentemente
'quemados', ha insistido siempre en lo bien que vamos en lo económico, sin
atisbo alguno de autocrítica, y ha frenado cualquier aspiración reformista en
lo político. Hace tiempo que muchos veían, y comentábamos, que el camino estaba
errado. Porque, paralelamente al posible 'efecto Sánchez' en lo nacional, que
no en lo andaluz, asistíamos al surgimiento de los 'efectos Pablo Iglesias y
Albert Rivera', sin que ello quiera decir que uno y otro son equiparables:
Ciudadanos muerde en la carne del PP y de la moribunda UPyD de Rosa Díez, de
manera casi exclusiva. Y Podemos, en cambio, saca tajada de varias piezas,
también del PSOE, pero preferentemente de una Izquierda Unida que aún no ha
terminado de desangrarse en sus querellas intestinas, pese al nuevo liderazgo
de alguien tan competente como Alberto Garzón.
Yo sigo viendo, y lo digo desde
hace meses, que el duelo final, allá por diciembre -siguen asegurando que las
elecciones podían tener lugar allá por el 20 de ese mes--, será básicamente
bipartidista y tendrá lugar entre Sánchez y... ¿Rajoy? Todo indica que el
presidente del Gobierno y del PP, el hombre que logró la mayoría absoluta hace
tres años y medio, quiere presentarse, y se presentará. A menos, claro, que
siga empecinándose en el sendero equivocado, que mantenga su impermeabilidad,
su mensaje triunfalista, su mismo talante anti-reformista. Entonces, los
sondeos, los omnipotentes sondeos -los últimos en poder de la Junta andaluza,
del viernes, cuya publicación estaba absurdamente prohibida, clavaban los
resultados del domingo--, seguirán crucificando la popularidad de Rajoy, y su
permanencia al frente de las huestes del PP se haría imposible.
Claro que este escenario, el de
una salida de Rajoy antes de las elecciones generales, es el más improbable. Y
quizá el menos deseable, quién sabe. El país está para pocas peripecias en el
seno del partido que lo gobierna. Pero ¿para cuándo un reconocimiento de que el
hombre más poderoso de España ha entendido el mensaje que le envían las urnas,
las encuestas, los comentarios de sus poco queridos tertulianos, comentaristas,
las conversaciones de esos ciudadanos en la calle a los que tan poco se escucha
desde los centros de poder?
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>